Paloma González Rubio. Fotografía cedida por la autora |
Seguimos con las entrevistas breves (todo en este blog ha de ser breve). En esta ocasión hemos conversado con Paloma González Rubio, que ha respondido amablemente a nuestras preguntas. Pese a la urgencia de la brevedad, Paloma ha hecho una buena exposición de su mundo literario y nos ha resumudo, en pocas palabras, sus impresiones sobre los talleres literarios para niños, cuáles son sus escritores preferidos, cuáles son sus pautas a la hora de escribir... Todo ello en tan solo cinco preguntas.
NarrativaBreve.com: Ganaste el primer premio en el I Certamen Sierra Norte de Madrid “José Saramago”, y poco después publicaste la novela Epitafio en la editorial madrileña La Discreta (2010). Como autora, ¿qué fue antes, el relato o la novela?
Primero fue el relato, después fue otra novela corta que estos meses sigo revisando. “Epitafio” fue escrita dos años después de recibir el premio.
NB.com: Desde hace años impartes talleres para niños. ¿Qué diferencias encuentras entre los talleres para niños y los talleres para adultos? O por ampliar la pregunta: ¿qué diferencia hay entre los pequeños y los adultos en su relación con la literatura?
Los niños descubren la literatura en los talleres, se encuentran con la maravilla de la creación de las historias. Se asombran con el nacimiento de cada una, asistes al momento en que para ellos las palabras cobran sentido y en su pluma son como juguetes nuevos, deslumbrantes, sin gastar. Su relación con los libros cambia desde que empiezan a jugar con los elementos narrativos. Quienes se saltaban las descripciones pasan a leerlas minuciosamente, se fijan en los detalles; quienes tenían poco sentido de la observación empiezan a mirar a su alrededor de forma diferente. A diferencia de los niños, el adulto ya viene “con la mirada puesta”, y tiene más miedo, quizá porque ya ha construido un modelo literario ideal a base de lecturas.
NB.com: En Epitafio das vida a Manu, un hombre que durante dos días se despoja de la máscara social de la amabilidad. En la vida real, más allá de la literatura, ¿crees que sería posible una sociedad sin máscaras, o lo que es lo mismo, sin mentiras?
No, creo que una sociedad sin máscaras no es posible ni tampoco me resultaría estimulante vivir en una sociedad “a cara descubierta”. Las máscaras me fascinan. No pretendo ser cínica o provocar la controversia, ni mucho menos, pero es que las máscaras me parecen interesantes en sí mismas, al margen de quien se oculta tras ellas. El juego de representarse a uno mismo es un acto complejo: implica el disfraz, los gestos, las palabras… Para que una máscara sea convincente la caracterización ha de ser perfecta. La creación de nuestra máscara nos acerca a la ficción más que cualquier otra experiencia. Las máscaras son para mí la materia prima de la literatura, desde hace siglos. Y, por otro lado, las máscaras son elocuentes, hablan de quien las lleva más que su propia voz; son mutables, nadie lleva una sola máscara, construye distintas actuaciones: la máscara pública, la máscara laboral, la máscara para con los distintos amigos, con la familia, con la pareja… En la construcción de cada máscara pesan prioridades distintas. Y la libertad de despojarse de ellas en un momento dado es impagable, no estar sujeto a ser siempre el mismo.
NB.com: ¿Cuál es tu proceso de creación desde que concibes una idea hasta que la conviertes en una narración completamente acabada?
Un día escribo algo que me parece interesante como situación, con el paso del tiempo se asocia a otro material que duerme en las libretas de notas o en escritos sin terminar. Las situaciones se van trenzando y la idea se me va haciendo habitable. A partir de ese momento siento que todo está en sintonía con el mundo paralelo que ha ido creciendo. Voy tomando notas, releyendo, y un día escucho una música que da vida a las notas que ya he recogido, que me impone un ritmo de escritura y una urgencia por sentarme hasta el final. En ese momento ya no me levanto en meses, si bien es verdad que en un solo día puedo desechar gran parte de lo escrito, porque leo y releo y me corrijo muchísimas veces. Cuando consigo el primer borrador, lo dejo reposar una temporada, y vuelvo a sentarme a corregir. Es el segundo o tercer borrador el que doy a leer a mis amigos y, desde luego, sigo cambiando y corrigiendo hasta el final, hasta que se me agota la última hora del último día de entrega.
NB.com: ¿Qué escritores consideras que más te han influido como escritora y como persona?
Creo que como escritora, hasta ahora, me he sentido más afín a la literatura centroeuropea. Me he inclinado más en estos últimos años por el estilo reflexivo y el tono un poco apremiante de escritores como Bernhard, Handke… Hay otros autores a los que sigo y admiro muchísimo, ¡ojalá me influyeran! Lo que sucede es que leer a autores que te gustan no significa que te “contagies” de sus virtudes. Leo y releo con frecuencia a McEwan, Yates, Cheever, Alice Munro, Wallace Stegner, Salinger, Michon, Nooteboom… Y entre los españoles a Vila-Matas, Cristina Fernández Cubas, José Ovejero, Emilio Gavilanes, Jon Bilbao, Millás… De cada uno me fascina algo distinto. Ahora bien, como escritora, en este momento, creo que me forman más las lecturas de quienes, además de autores a los que admiro y leo, son también amigos y, por eso mismo, me dan acceso a respuestas y a un conocimiento y una reflexión que me ayudan a ser más exigente, más autocrítica… Lógicamente, al ser amigos, la relación con ellos sí es significativa a nivel personal.
En cuanto a mi experiencia personal más demoledora con un libro, la experimenté con La edad de hierro, de Coetzee. Fue un libro que operó cambios profundos en mí.
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