Representación del mal. Fuente de la imagen |
EL MAL Y SUS ORÍGENES (UNA EXPLICACIÓN HIPOTÉTICA)
Francisco Rodríguez Criado
Hubo un tiempo remoto en
que los hombres buenos iban a prisión. Sólo los hombres buenos. Los malos eran
precisamente quienes dictaban las sentencias. Todos en la comunidad eran
grandes pecadores, y por eso no podían consentir que los otros –esa minoría a quienes
hemos venido a llamar honrados, píos o incluso santos– se descarriaran del sano
hábito de pecar. Aquellos tiempos llegaron a su fin, así como los hijos de los
hombres buenos antes citados; y los hijos de éstos, ya fuera porque su
naturaleza era débil y cobarde o porque no querían padecer los mismos castigos
e injurias que sus padres y abuelos, no fueron ya tan buenos.
Con
el paso de los siglos el Hombre ha degenerado en lo que hoy es –y permítanme
que me ahorre los detalles. Ahora ya no existe esa profunda brecha entre buenos
y malos. “No al maniqueísmo”, dicen los literatos y filósofos modernos. Así que
en esta era que nos ha tocado vivir resulta más difícil descubrir a los hombres
bondadosos –si acaso queda todavía alguno. Pero de aceptar su existencia,
intuimos que estas personas de buen corazón deben de estar contentas ahora que
evitar el pecado no es ningún pecado. Sin embargo, es de suponer que la memoria
histórica de sus subconscientes les aconseja no ponerse en evidencia haciendo
el bien, con lo cual se guardan de volver a ser juzgados.
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