LAS REUNIONES DE MI MADRE
-Mamá, mamá ¿adónde vamos?
-Ya te lo he dicho cariño, a una reunión.
-Y qué es una reunión?
-Pues una reunión es... un grupo de personas que se reúnen... -dijo dando por sentado que la definición era la más precisa que podía encontrar entre su escaso bagaje cultural.
-Y las personas de las reuniones, ¿qué hacen cuando se reúnen?
-En este caso lo que hacen es darles la luz a los muertos –contestó como si fuese la cosa más normal del mundo.
-¿Es que los muertos no tienen luz? –pregunté pensando en lo furiosa que se ponía mi madre cada vez que me dejaba la luz del baño encendida.
-No, los muertos viven en las tinieblas, en la oscuridad. Necesitan que alguien les muestre el camino.
Aquello se iba complicando cada vez más en una cabeza cuya edad cronológica no alcanzaba aún los ocho años.
El camino...
Me daba miedo que mi madre me propinase una colleja por preguntar de nuevo, pero aun así me arriesgué porque intuía que aquello era algo al margen de las rutinas de mi temprana vida escolar.
-Pero, mamá, ¿es que los muertos no se saben el camino?
-No, cielo. Algunos muertos, no todos, si se mueren sin saberlo vagan entre los vivos esperando que alguien les muestre la luz. Las personas que se mueren en sus casas rodeados por sus seres queridos como saben que se están muriendo buscan el camino y se van en paz.
-Ya... –dije haciendo como que lo entendía todo. Esto animó a mi madre a seguir hablando sin que hubiera una pregunta por en medio.
-Los que se quedan en un accidente o alguien les ha matado por robarles o mueren muy jóvenes, se marchan y se creen que aún siguen vivos. Andan rondando entre nosotros, incluso nos hacen alguna trastada. Lo pasan mal. Por eso, nosotras nos reunimos para enseñarles el camino a través de la luz.
No sé muy bien por qué, pero empecé a notar un desasosiego parecido al que sentía cuando de noche, a mitad de camino del cuarto piso subiendo las escaleras de mi casa, se me apagaba la luz.
-Mamá, ¿y los muertos dónde viven?
-Los muertos están entre nosotros. Amparito, nuestra médium, presta su cuerpo para que los muertos se manifiesten en ella y así podamos dialogar con ellos.
-Claro... –suspiré apretando cada vez más fuerte la mano de mi madre.
-Hay que convencerles para que se alejen de los vivos y se marchen al lugar que les corresponde. ¡Hay algunos que son muy testarudos! Otros son muy fuertes y hay que sujetar bien a Amparito. Prométeme que vas a estar muy calladita.
Aquella tarde viví mi primera sesión de espiritismo. Sesión, a la que le siguieron muchas otras hasta que mi padre se enteró de que mi madre me llevaba con ella y se lo prohibió con gran contundencia.
No pasé tanto miedo como había imaginado Nunca se lo reproché a mi madre. Quizás esa experiencia me ayudó a ser lo fuerte que soy ahora. Desde ese momento subí los setenta y cuatro peldaños de la escalera del numero nueve de la calle San Jaime a oscuras, para demostrarme a mi misma lo valiente que era.
También aprendí a cuidarme por mi cuenta al tener a una madre que, aunque me amaba, de eso estoy segura, estaba demasiado pendiente de si misma y de sus mundos de muertos. Posiblemente porque a sus tres años su propia madre se marchó con ellos y pasó su existencia intentando recuperarla.
Ana Pons
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