Bebé con biberón. Fuente de la imagen en Internet |
LECTURA Y BIBERONES
Para compensar la ausencia de grandes
hazañas en mi vida, siempre me ha gustado jactarme de que, gracias al buen
oficio de las monjitas de la guardería María Moheda, a los cuatro años ya sabía
sumar, leer y escribir sin faltas de ortografía. Pero jactarme ¿de qué? La
experiencia me ha demostrado que a veces dos y dos no son cuatro (yo diría que
casi nunca), que escribir es por lo general oficio de pobres, y que además, en
esto de “entender o interpretar un texto de determinado modo” (acepción
del vocablo “leer” incluida en el diccionario de la RAE ), siempre hay alguien más
precoz que tú. Por ejemplo: Elizabeth
Barrett, un bebé que a los 13 meses leyó su primera palabra, corn (maíz), en una lata de conservas sin
ilustraciones. Hija de logopedas y nacida en Texas hace ahora 17 meses, la niña
ha saltado estos días a los medios de comunicación estadounidenses. Después de
ver un vídeo en Internet puedo asegurar que este superdotado biberón –valga la
metonimia– sabe leer palabras sueltas y frases completas con más soltura que
algunos de mis mejores amigos.
Yo creía que la lectura es un medicamento con
el que mitigar la erosión del alma que nos crean nuestros traumas y aflicciones,
pero empiezo a pensar que debe de responder a causas más profundas, porque ¿qué
problemas podría tener Elisabeth más allá del extravío de su sonajero o la
ingesta de una papilla algo más fría de lo que aconseja Super Nany? Supongo que
es un sexto sentido quien le chiva a la pequeña Elizabeth que la mejor forma de
integrarse al mundo es aprender a leerlo
cuanto antes para así descifrar y combatir sin demora sus renglones torcidos.
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