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Claudio Eliano escribió alrededor del año 200 d. C. una interesante y original obra titulada "De Natura Animalium", (De la Naturaleza de los Animales). Se trata de una colección, en 17 libros, de fábulas e historias variadas sobre la naturaleza, características, comportamientos, costumbres y mitos de los animales. Las anécdotas de Eliano sobre los animales raramente se basan en la observación directa, la mayoría están tomadas de fuentes escritas, a menudo de Plinio el Viejo, pero también de otros autores y obras ahora perdidas y de las cuales Eliano es el único testigo.
“Pero gran cosa es también que animales irracionales posean por naturaleza algunas cualidades estimables y que tengan muchas y maravillosas excelencias que comparten con el hombre. Sería tarea de una inteligencia cultivada y dueña de vastos conocimientos saber fielmente las características específicas de cada uno y cómo los demás seres vivos han suscitado un interés no menor que el hombre. Desde luego bien sé que otros se han interesado ya por estos temas. Pero yo he reunido todo el material que he podido, le he puesto el vestido de un lenguaje sin pretensiones y estoy convencido de que mi trabajo es un tesoro nada desdeñable. Si a otra persona mi trabajo le parece útil, haga uso de él. Si, por el contrario, no le parece tal, entréguelo a su padre para que lo abrigue y cuide”.
Del prólogo De la
naturaleza de los Animales
EL DELFÍN Y EL MUCHACHO DE POROSELENE
Claudio Eliano, escritor
latino (c. 175 - c. 235 d.C.)
Los corintios, y con ellos los lesbios,
celebran el amor a la música de los delfines, y los habitantes de Íos, su
condición afectuosa. Los lesbios cuentan la historia de Arión de Metimna, pero
los habitantes de Íos cuentan lo concerniente al hermoso muchacho de la isla, a
su diversión natatoria y al delfín. Un individuo de Bizancio llamado Leémidas
cuenta que, mientras navegaba costeando la Eólide, vio con sus propios ojos, en
la ciudad llamada Poroselene, un delfín domesticado que vivía en la playa y que
se comportaba con los naturales como si fueran amigos personales. Y refiere que
una pareja de ancianos alimentaba a este hijo adoptivo ofreciéndole los más
apetitosos bocados. Además, el hijo de los ancianos era criado juntamente con
el delfín y el matrimonio cuidaba de ambos, y, en cierta manera, a causa de la
convivencia el muchacho y el cetáceo poco a poco llegaron a amarse el uno al
otro sin darse cuenta y, como se repite vulgarmente, «una mutua y augustísima
corriente amorosa creció" entre ellos. Resultó, pues, que el delfín amaba
ya a Poroselene como a su patria y cogió tanto apego al puerto como a su propio
hogar y, lo que es más, devolvía a los que habían cuidado de él el pago del
alimento que le habían procurado.
Y he aquí cómo lo hacía. Cuando se hizo
grande y ya no necesitaba coger el alimento de la mano, sino que podía
atreverse a alejarse nadando y a rodear y perseguir a las presas del mar, capturaba
unas para alimentarse, pero otras se las llevaba a sus amigos. y éstos estaban
enterados de ello y se complacían en esperar la parte que les traía. Ésta era
una ganancia. La otra, la siguiente: los padres adoptivos pusieron al delfín
como al muchacho un nombre y éste, con la confianza que otorga la común
crianza, colocado de pie sobre un promontorio, lo llamaba por su nombre y al
llamarlo empleaba tiernas palabras. El delfín, ya estuviera entablando una
porfía con un navío provisto de remos, o buceando y saltando con desprecio de
todos los demás peces, que, en bandadas, merodeaban por el lugar, o estuviera
cazando porque se lo pedía el apetito, salía a la superficie con toda rapidez
como un navío que avanza levantando grandes olas y, acercándose a su amado,
jugueteaba y se zambullía con él. Unas veces nadaba a su vera, otras veces
parecía como si el delfín quisiera desafiar e incluso animar a su amado a
competir con él. Y lo que es más admirable, a veces renunciaba a ser el primero
en la competición y se quedaba rezagado como si sintiera placer en resultar
derrotado. Todos estos sucesos fueron divulgados clamorosamente, y a todos los
que arribaban a la isla les parecía éste el espectáculo más estupendo de
cuantos podía ofrecer la ciudad. Y para los viejos y el muchacho todo esto
constituía una fuente de ingresos.
Historia de los animales, edic. José
María Díaz-Regañón López, Madrid, Gredos, 1948, págs. 114-117
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