Pío Baroja paseando. Fotografía de Nicolas Muller (1950). Fuente de la imagen |
“Me encanta esta foto de Pio Baroja tomada en 1950 por Nicolas Muller. La luz crea una escalera de sombras por la que desciende el caminante. La oscuridad del abrigo representa la vejez y la barba del escritor es el máximo blanco, el blanco del papel. Don Pío vivía en el barrio de los Jerónimos y daba cada día su paseo por El Retiro, hecho que recuerda una estatua que ha sido colocada en lo alto de la cuesta de Moyano”.
Carlos
Osorio
ÁNGELUS
Pío
Baroja (España, 1872-1956)
Eran trece los hombres, trece valientes
curtidos en el peligro y avezados a las luchas del mar. Con ellos iba una
mujer, la del patrón.
Los trece hombres de la costa tenían el
sello característico de la raza vasca: cabeza ancha, perfil aguileño, la pupila
muerta por la constante contemplación de la mar, la gran devoradora de hombres.
El Cantábrico los conocía; ellos conocían
las olas y el viento.
La trainera, larga, estrecha, pintada de
negro, se llamaba Arantza, que en vascuence significa espina. Tenía un palo
corto, plantado junto a la proa, con una vela pequeña...
La tarde era de otoño; el viento, flojo;
las olas, redondas, mansas, tranquilas. La vela apenas se hinchaba por la
brisa, y la trainera se deslizaba suavemente, dejando una estela de plata en el
mar verdoso.
Habían salido de Motrico y marchaban a la
pesca con las redes preparadas, a reunirse con otras lanchas para el día de
Santa Catalina. En aquel momento pasaban por delante de Deva.
El cielo estaba lleno de nubes algodonosas
y plomizas. Por entre sus jirones, trozos de un azul pálido. El sol salía en
rayos brillantes por la abertura de una nube, cuya boca enrojecida se reflejaba
temblando sobre el mar.
Los trece hombres, serios e impasibles,
hablaban poco; la mujer, vieja, hacía media con gruesas agujas y un ovillo de
lana azul. El patrón, grave y triste, con la boina calada hasta los ojos, la
mano derecha en el remo que hacía de timón, miraba impasible al mar.
Un perro de aguas, sucio, sentado en un
banco de popa, junto al patrón, miraba también al mar, tan indiferente como los
hombres.
El sol iba poniéndose... Arriba, rojos de
llama, rojos cobrizos, colores cenicientos, nubes de plomo, enormes ballenas;
abajo, la piel verde del mar, con tonos rojizos, escarlata y morados. De cuando
en cuando el estremecimiento rítmico de las olas...
La trainera se encontraba frente a Iciar.
El viento era de tierra, lleno de olores de monte; la costa se dibujaba con
todos sus riscos y sus peñas.
De repente, en la agonía de la tarde,
sonaron las horas en el reloj de la iglesia de Iciar, y luego las campanadas
del ángelus se extendieron por el mar como voces lentas, majestuosas y
sublimes.
El patrón se quitó la boina y los demás
hicieron lo mismo. La mujer abandonó su trabajo, y todos rezaron, graves,
sombríos, mirando al mar tranquilo y de redondas olas.
Cuando empezó a hacerse de noche el viento
sopló ya con fuerza, la vela se redondeó con las ráfagas de aire, y la trainera
se hundió en la sombra, dejando una estela de plata sobre la negruzca
superficie del agua...
Eran trece los hombres, trece valientes,
curtidos en el peligro y avezados a las luchas del mar.
Vidas sombrías, 1900
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