Gabriel Miró (1879-1930). Fuente de la imagen |
Leo con placer Espíritu de la letra, de José Ortega y Gasset, en una edición de Cátedra (1985) preparada por Ricardo Senabre. El libro compila trece estudios breves que el famoso filósofo publicara en 1927 en Revista de Occidente, que él mismo fundó en 1923. En esta obra, Ortega despliega sus opiniones sobre temas muy diversos: la exégesis bíblica, la inteligencia del chimpancé, los orígenes del idioma español o la ética de los griegos. Como no podría ser de otra manera, Ortega nos regala también algunas reflexiones sobre autores célebres. Me ha llamado especialmente la atención el artículo sobre Gabriel Miró (1879-1930), que pasa por ser una de las plumas más excelsas de la literatura española. El filósofo madrileño ensalza su calidad de prosa, pero reconoce al mismo tiempo que le aburren sus novelas.
Transcribo algunos fragmentos del artículo que Ortega dedica a la novela de Gabriel Miró El obispo leproso (también el título de su breve ensayo), que confiesa haber leído "con jadeo". El artículo fue publicado en El Sol el 9 de enero de 1927. Senabre nos explica en una nota filológica que el artículo fue contestado. Edmund L. King, por ejemplo, calificó de injusta la crítica de Ortega "porque no ha leído Nuestro padre San Daniel, primera mitad de un conjunto estéticamente indivisible cuya segunda mitad es El Obispo leproso, sobre el cual no se debieran emitir juicios que no reconozcan la existencia de los capítulos precedentes".
"Varias veces me he acercado a algún libro de Gabriel Miró. He sorbido algunas líneas, tal vez una página, y me he quedado siempre sorprendido de la bien que estaba. Sin embargo, no he seguido leyendo. ¿Qué clase de perfección es ésta que complace y no subyuga, que admira y no arrastra? ¿Es una perfección estática, paralítica, toda en cada trozo de sí misma, y que por esta razón no invita a completar lo que ya vemos de ella, apeteciendo lo que aún nos falta? Cada frase gravita sobre su propio aislamiento, sin dispararnos sobre la que sigue ni recoger el zumo de la precedente. Tal vez por esto, el movimiento, la trashumancia en que consiste la lectura, tiene que ponerlos el lector con su propio esfuerzo y empujarse a sí mismo, de una pagina a otra. Esto perjudica a la obra de Miró. Porque el lector, a la postre, resta lo que él pone de lo que el autor le da.
Ahora he leído entero un libro de Miró: El Obispo leproso. Lo he leído de principio hasta el fin con bastante jadeo. Pero no se me haga caso. Es muy posible que el defecto esté en mí y no en el libro. Complazcámonos en reconocer nuestra limitación: así, a la vez, la superamos. Es el mayor privilegio del hombre este de poder asomarse, como a unas bardas, a sus propios límites y ver qué el termina allí, pero no el mundo. De este modo, el límite trágico queda transfigurado en dulce frontera".
[...]. "Me desazona sobremanera decir resueltamente que la novela de Gabriel Miró, El Obispo leproso, no queda avecindada entre las buenas novelas. Pero repito que esta opinión no tiene valor. Los lectores y el autor deben recordar que hace dos años intenté una definición del género novelesco. Fue opinión casi unánime que yo andaba equivocado de medio a medio. Si, pues, padecí error al definir la novela en general, es lo más verosímil que periclite al aforar una novela en singular".
[...] "No creo que haya actualmente escritor más pulcro y solícito [se refiere a Gabriel Miró]. Cada frase está hecha a tórculo. Cada palabra, ensamblada con las vecinas, y luego, pulida la coyuntura. Y no hay línea que suba ni que baje en la página: todo el libro conserva la misma ardiente tensión, idéntico cuidado, pulso y pulimiento. Tanto, que acaso ese son persistente de prima hiperestesiada colabora a la fatiga, no dejando respiro: la perfección de la prosa es en Miró impecable e implacable. Debe trabajar con una técnica parecida a la de un pintor primitivo que fabrica su tabla pulgada a pulgada, poniéndose entero en cada una, en vez de construir la obra desde un centro único que irradia en torno una perspectiva de degradaciones".
[...] "Cada página tiene aciertos parecidos, y todo el libro rebosa un magnífico lirismo descriptivo -que es probablemente la auténtica inspiración de Miró y no la de novelista. Pero decir "lirismo descriptivo" es no decir nada, mientras no se precise un poco y desenvuelva lo que va plegado en esas dos palabras. Como no hay tiempo, ni espacio, ni paciencia, más vale concluir reconociendo que no he dicho nada sobre Miró".
Es una lástima que nuestros escritores se queden siempre sin definir. No sabemos nada de Galdós -a pesar de tener tantos "amigos", ni de Valera. No sabemos de Valle, ni de Baroja, ni de Azorín. Desconocemos la ecuación del arte admirable que ejercitaron o ejercitan aún".
Ortega y Gasset, Espíritu de la letra, Cátedra, 1985. Edición de Ricardo Senabre.
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