"Hace años cultivé el método ciego de escritura a máquina, y aunque nunca logré teclear más de dos palabras seguidas sin cometer un error, conseguí llegar con los ojos cerrados hasta la cocina y regresar sin un sólo tropiezo. No aprendí a escribir, pero practiqué la invidencia con resultados notables. En los hoteles, por las noches, no necesito encender la luz para llegar hasta el cuarto de baño, y por mi casa me muevo a oscuras sin problemas, lo que, siendo bueno para mi fotofobia, no resolvió mis problemas con la mecanografía.
Quizá por eso durante mucho tiempo me manejé con bolígrafos de punta fina que se adaptaban perfectamente al ritmo de mi pensamiento. Los días en los que amanecía torpe, la bola de tinta discurría a trompicones, como si fuera obligada a rodar por una superficie irregular. Pero cuando mi capacidad asociativa estaba a pleno rendimiento, la punta del bolígrafo se deslizaba a lo ancho de la cuartilla como un patinador de un extremo a otro de la pista de hielo.
Escribí así varias novelas que luego me pasaba a máquina un mecanógrafo profesional, de manera que no lamenté mi torpeza con las teclas hasta que empecé a trabajar para la prensa. Los periódicos son un medio rápido; no puedes escribir a mano para pasarlo luego a máquina si quieres entregar el artículo antes de que cierren la edición. Así que adquirí un ordenador, que me pareció un medio más caliente que la máquina, y comencé a practicar renunciando desde el principio al método ciego: si mirando las teclas tengo dificultad para acertar en el blanco, con los ojos cerrados el desastre está garantizado.
Poco a poco fui ganando velocidad, incluso ganándome la vida. Pero de vez en cuando regresaba al bolígrafo con el sentimiento de regresar a casa. Y no es sólo porque éste eyacule las palabras en lugar de escupirlas, lo que le da una connotación sexual muy querida a la escritura, sino porque la mano derecha, que es la que trabaja, se entera de todo, mientras que con el ordenador, al realizar la faena a medias con la izquierda, sólo se entera de la mitad. Escribe a ciegas, que no es lo mismo que hacerlo por el método ciego, y eso siempre desasosiega. O desasociega quizá; la cuestión es que cansa. Si no me entienden, otro día se lo explico a ustedes a bolígrafo".
Juan José Millás
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