sábado, 19 de marzo de 2011

Céline, "un excelente escritor y un perfecto cabrón"


El escritor francés Lois Ferdinand Céline (1894-1961) 


Louis Ferdinand Céline "fue un excelente escritor y un perfecto cabrón". O eso es al menos lo que dice Bertrand Delanoë, el actual alcalde de París. Así lo refleja Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad del País Vasco, en su artículo "La lección del 'caso Céline', publicado en El País, hoy 19 de marzo de 2011. En dicho artículo, Aurelio Arteta celebra que el ministro francés de Cultura, Frédéric Mitterrand, haya rechazado el homenaje nacional que se le iba a dedicar este año al genial escritor francés con motivo del 50 º aniversario de su muerte. 

Aurelio Arteta pasa por alto que el caso Céline es el caso de muchos intelectuales europeos que abrazaron el nazismo sin fisuras, sobre todo en los primeros años, los que coinciden con el apogeo de Hitler. 
Y se podría recordar que muchos que no abrazaban el nazismo estaban a favor del estalinismo. Cierto que el caso de Céline fue un de los más llamativos, porque estaba quizá más loco que el resto que sus compañeros de profesión. Pero ¿qué decir de Ezra Pound, Knut Hamsun el citado filósofo Heidegger, o a los que apoyaron el nazismo de manera silenciosa..? Si censuramos a los escritores que alguna vez apoyaron a dictaduras de distinto signo, me parece que nos vamos a quedar solos. Así de cierto, así de triste. Céline viene muy bien como chivo expiatorio, pero desde luego no fue el único...

La lección del 'caso Céline'

AURELIO ARTETA 19/03/2011
Semanas atrás el ministro francés de Cultura rechazó, a causa de sus "inmundos escritos antisemitas", el homenaje nacional que se iba a dedicar este año al escritor Louis-Ferdinand Céline en el 50º aniversario de su muerte. Creo que esa exclusión está plenamente justificada y contiene alguna lección implícita que convendría sacar a la luz. Entre otras, nos enseña las diferencias inocultables de valor entre los diversos valores y, a fin de cuentas, la primacía del valor moral sobre todos los demás.
Enseguida se dejarán oír voces de protesta. ¿A quién se le ocurre en estos tiempos comparar valores y luego atreverse incluso a declarar a unos más valiosos que otros? Si para el relativismo ambiental establecer una jerarquía entre las culturas o sus instituciones ya suena a blasfemia y medir los méritos relativos de las personas es cuando menos una operación sospechosa, ¿cómo no va a serlo pretender que hasta los valores mismos se sitúen en una escala de mayor a menor? ¿Acaso no sería más acertado considerar a los valores -los intelectuales, los religiosos, los estéticos, los políticos, los morales, etcétera- independientes entre sí y distribuidos aleatoriamente en los individuos sin marcar diferencia alguna? Pero lo cierto es que las marcamos.
¿Y por qué no podrían los franceses mantener su admiración estética al escritor, y venerarle como merece, mientras reservan para el hombre y el ciudadano más bien su repulsión moral? Sencillamente, por ser imposible conservar intacta la primera si la acompaña la segunda. Al retirarle todo mérito a Céline como sujeto moral, su indiscutible valía literaria queda como en suspenso, e incluso un tanto disminuida.
Se replicará todavía que nadie sería entonces admirable, si para ser tenido por tal fuera preciso serlo del todo y en bloque. A lo más, alguien resultará sumamente valioso en un conjunto muy escaso de valores, al tiempo que solo estimable en muchos otros y hasta despreciable en algunos. La experiencia común nos enseña que el hombre más sabio puede ser un mediocre pintor, pues la carencia de cualidades artísticas no rebaja en nada su celebrada sabiduría. Pero esa experiencia tiene su excepción precisamente en el valor moral.
En este terreno a duras penas se logra sofocar algún escándalo a la hora de enjuiciar a una eminencia falta del suficiente respaldo moral. Ahí está para probarlo el estremecimiento que siguió a la revelación del pasado nazi de Heidegger y que otro ilustre filósofo resumió en esta fórmula que no deja de sonarnos paradójica: "Martin Heidegger fue el más grande de los pensadores y el más pequeño de los hombres". En lo que ahora nos ocupa, el alcalde de París ha sentenciado que Céline fue un "excelente escritor", pero también un "perfecto cabrón". Con el descubrimiento de su flaqueza moral la admiración por tan gran filósofo o por el eximio escritor no se extingue, cierto, pero ¿acaso no quedan ya sus figuras empalidecidas y en entredicho?
Y es que, frente a los demás valores, la peculiaridad de los morales estriba en ser universalmente exigibles. Como explicara Protágoras, el resto de cualidades y destrezas se reparte entre los hombres por naturaleza o por azar según cierta proporción, pues a la sociedad le basta eso para sobrevivir. Con que en nuestra ciudad haya unos pocos panaderos nos aseguramos el suministro diario de pan. Pero el "sentido moral" (el respeto y la justicia) debemos aprenderlo todos, porque su carencia arruina la vida civil o impide la vida humana a secas. Nadie puede pedirnos a todos desarrollar notables facultades musicales o intelectuales, pues no está en la naturaleza o en la vocación de cada uno llegar a ser, digamos, consumado pianista o investigador científico. Por el contrario, el descuido de las capacidades morales desde la familia y la escuela nos es reprochable, porque en ellas se contiene nuestra vocación de personas y de ciudadanos.
Así que, por volver a nuestro punto de partida, los franceses no estaban obligados a cultivar su escritura ni mucho menos a elevarse a la altura literaria de un Céline. Pero este, al igual que todos sus compatriotas en aquellas circunstancias, debía haber alcanzado la altura moral suficiente para ver en los judíos a seres humanos y denunciar su persecución y genocidio. Una sociedad se conforma con unos pocos escritores de indiscutible calidad para disfrutar de la belleza creada por la palabra. Pero un solo ciudadano al que falte la conciencia de la igual dignidad humana, como le faltó a Céline, puede destrozar la vida de muchos o consentir su destrucción.
Bien sabemos que un encumbrado carácter moral no pierde su crédito por notorios que sean sus defectos desde otros ángulos de la excelencia. Pero, al revés, es imposible admirar al genio o al artista con todo entusiasmo si sobre su conducta -privada o pública- se cierne una sombra considerable de sordidez o inhumanidad. Se diría que la excelencia moral es la que más vale porque, sin ella, las demás excelencias valen menos...
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Aurelio Arteta es catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad del País Vasco. Es autor de Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente (Alianza).

1 comentario:

  1. Me parece altamente significativo que Arteta haya glosado el difícil terreno de la moral en los escritores europeos, y haya abordado este tema con seriedad, pues tanto en Celine como en otros tantos escritores actuales encumbrados por la publicidad, los premios y los honores del mas sombrío capitalismo moderno, convirtiéndolos en simples mercancías para lograr promoción segura, a éstos habría que aplicarles también una norma moral que les saque de su narcisismo y de su pedantería mediática.

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