El filólogo José María Romera es un habitual de la prensa escrita, donde desgrana sus observaciones sobre la lengua castellana y el trato que esta recibe por parte de los políticos.
En este artículo, publicado en El Correo, 28.10.06 y en El Norte de Castilla, 29.10.06, Romera reflexiona sobre el uso excesivo que los redactores de los periódicos españoles están concediendo últimamente a las comillas.
Nota: narrativabreve.com es un blog sin ánimo de lucro que trabaja como redifusor de textos literarios, y en señal de buena voluntad indica siempre -que es posible- la fuente de los textos y las imágenes publicados. En cualquier caso, si algún autor o editor quisiera renunciar a la difusión de textos suyos que han sido publicados en este blog, no tiene más que comunicarlo en la siguiente direción: info@narrativabreve.com).
En este artículo, publicado en El Correo, 28.10.06 y en El Norte de Castilla, 29.10.06, Romera reflexiona sobre el uso excesivo que los redactores de los periódicos españoles están concediendo últimamente a las comillas.
LAS COMILLAS
Observen las comillas en los textos de periódico. Cada vez hay más, no sólo en el cuerpo de los textos sino en los mismos titulares. La continuidad de Luis Aragonés, pendiente de unas «connotaciones». Montilla dice que no gobernará «a cualquier precio». Nace «Yoigo», el cuarto operador de telefonía móvil. Miguel Sebastián es el «destacado político» que competirá con Gallardón. Y así. Interesante herramienta, ésta de las comillas. Un recurso tipográfico con variadas utilidades, que tan pronto sirve para encerrar una cita textual o las palabras literales de alguien como actúa avisando del empleo figurado de un término. Es cierto que quizá se esté abusando del periodismo declarativo, el que gira en torno a lo que dicen los políticos y las personalidades públicas en lugar de fijarse en sus acciones. Pero hay que tener presente que vivimos en la era de la comunicación y las palabras alcanzan tal importancia que muchas veces tienen mayor repercusión que los hechos; incluso llegan a convertirse en hechos por sí mismas. Hay más periodismo declarativo porque hay más lenguaje performativo. También el incremento de las citas entrecomilladas va en relación directa con el incremento de las melonadas proferidas por doquier. Ahí tienen una muy reciente: Permach considera una «irresponsabilidad» la advertencia de Zapatero. Lo dijo el portavoz batasuno después de que el presidente anunciara una respuesta firme al robo de armas en Francia por parte de ETA. Así que, ya digo, hay comillas inevitables porque están para eso, para reproducir cosas que uno no diría ni harto de vino. El periodista debe dejar claro el límite entre sus palabras y las de otros. Pero hay otras comillas diferentes, aplicadas a términos o expresiones cuya paternidad no queda clara. Cuando nos ponen «kale borroka», o «conflicto vasco», o «proceso de paz», ¿de qué avisan esos enigmáticos signos? ¿De que el emisor llamaría a las cosas de otra forma pero así es como las llama la mayoría? ¿De que lo hace con recochineo? La ironía también se entrecomilla, es cierto. Incluso hablando. Se habrá fijado ustedes en ese ridículo gesto de echar a volar los dedos índice y corazón de ambas manos como dando a entender: esto lo digo yo de aquella manera, metafóricamente, o de coña. Eso, cuando no dicen abiertamente: «entre comillas». No sé, tengo la impresión de que con tanta comilla sólo estamos confundiendo a la gente. Incluso diría que a propósito. Recurrimos a ellas para no tomar decisiones sobre las palabras, para decir sin decir, para tirar la piedra y esconder la mano. Porque las comillas dejan el lenguaje en suspenso y el pensamiento en la sombra. Quizá es que son el reflejo de nuestra condición moderna: seres inciertos, individuos entrecomillados.
Publicado en El Correo, 28.10.06, y El Norte de Castilla, 29.10.06
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