Arthur Schopenhauer (1788-1860) |
LAS MONEDAS DE COBRE DE LUCIUS VERATIUS
Lo cuenta Schopenhauer en Aforismos sobre el arte de saber
vivir, recogiendo el testimonio del escritor Aulio Gelio. Parece ser que un
tal Lucius Veratius se entretenía abofeteando sin motivo alguno a todo
ciudadano romano que se cruzaba en su camino. Para librarse de procesos
judiciales se hacía acompañar de un esclavo que portaba una tentadora bolsa con
monedas de cobre. El esclavo, ante la ofensa de su amo, abonaba ipso
facto a
la víctima veinticinco ases, la cantidad entonces estipulada por la ley para
agravios como éste.
Yo mismo –y no sé por qué ningún filósofo insigne
aún no ha lo ha recogido en sus escritos– llevé a cabo esta práctica durante un
año, justo después de casarme con una adinerada y estrafalaria condesa cuyo
nombre omito en un gesto de honor caballeresco. Al contrario que Lucius
Veratius, yo me limitaba a abofetear a quienes me habían ofendido en alguna
ocasión –que no eran pocos–, bien porque se habían mofado de mis orejas
sobresalientes, de mi corta estatura o de mi pierna ortopédica. Nicolás el
barbero, que por entonces andaba sin trabajo, aceptó ejercer el papel de
esclavo, ofreciendo en mi nombre suculentos pagarés al portador a los señores a
quienes yo iba abofeteando por doquier. Señores –por decirlo de alguna manera–
que, vista mi generosidad, acentuaron sus insultos y mofas en aras de seguir obteniendo
suculentos beneficios monetarios.
Todo fue bien hasta que mi esposa, alertada por los
contables, se enteró de que su fortuna había menguado tres cuartas partes desde
la celebración de nuestra boda. Un error que me costó el divorcio; de la noche
a la mañana me vi tirado en la calle como si de un vulgar mendigo se tratara.
Aprendan ustedes de mi desliz: la violencia es hermana de la adversidad.
Sorprendentemente ahora, pobre y repudiado por la
alta burguesía con la que antes me codeaba, mis enemigos, lejos de reincidir en
sus insultos, se quitan el sombrero ante mi presencia y exhiben sus mejores
sonrisas cuando me dirigen la palabra. Al parecer nadie está dispuesto a hacer
gratis aquello por lo que en el pasado fue generosamente recompensado. Una lección
que el bueno de Schopenhauer, para ilustrar a personas ignorantes como yo,
debería haber incluido en su libro sobre el arte de saber vivir.
(Relato incluido en el libro Un elefante en Harrods)
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Me encantó este texto cuando lo leí. Ahora que lo releo es una tentación para volver a buscar en Harrods, seguro que acabo esta noche con un elefante en el salón.
ResponderEliminarAnónimo, me alegra saber que te ha gustado el cuento. Cuidado con el elefante, que suele hacer muchos destrozos en el salón. Lo digo por experiencia...
ResponderEliminarUn saludo
Vaya, a buenas horas me llega la advertencia. Esta mañana he pedido el libro a La casa del libro. Mientras llega tendré que ir contratando un seguro para el salón.
ResponderEliminarUn saludo.
Pilar, no te preocupes: hoy día todos los seguros tienen un apartado para cubrir los desperfectos ocasionados por elefantes que deambulan por el salón de casa. Y el de Harrods, además, es relativamente pacífico: desde que abandonó África se limita a contar historias...
ResponderEliminar:-)