Arthur Schopenhauer |
Los escritores
"Los escritores pueden dividirse en estrellas fugaces, planetas y estrellas fijas. Las primeras proporcionan golpes de escenas momentáneos; uno levanta la vista, exclama ¡mira, allí!, y un instante después se han esfumado para siempre. Los segundos, es decir, los astros errantes que vagan por cielo, tienen mucha más sensatez. A menudo brillan más intensamente que las estrellas fijas, aunque ello se debe a su cercanía, y suelen ser confundidos con éstos por los profanos. Sin embargo, incluso ellos ceden pronto su lugar, su luz es prestada, y su esfera de influencia está limitada a sus vecinos orbitales (a sus contemporáneos). Yerran y cambian; lo suyo es describir una órbita de varios años. Sóo las estrellas fijas son invariables, se mantienen inmóviles en el firmamento, poseen luz propia, y su influencia no se restringe a un lugar, dado que, por no poseer paralaje, su apariencia no es afectada por el hecho de que nosotros modifiquemos nuestra posición. No están circunscritas, como aquellos otros cuerpos celestes, a un sistema solar (nación), sino que pertenecen al universo entero. Pero precisamente por lo elevado de su posición, su luz requiere casi siempre muchos años para ser vista por los habitantes de la tierra.
Los escritores de la filosofía
La primera regla del buen estilo, casi la única necesaria, es que se tenga algo que decir. ¡Hay que ver cuán lejos se llega con ella! Pero los escritores de la filosofía y, en general, todos los ensayistas de Alemania, se distinguen por transgredirla, especialmente desde tiempos de Fichte. A todos estos escribanos se les nota que quieren dar la impresión de tener algo que decir, cuando en realidad no lo tienen.
El rasgo general de las obras filosóficas de este siglo es que están escritas sin que en realidad se tenga nada que decir; ese rasgo se encuentra en todas ellas, por lo que se puede estudiar a voluntad en Salat, Hegel, Herbart o Scheleirmacher; se diluye, siguiendo el método homeopático, una mínima y debilitada porción de pensamiento en cincuenta páginas de verborrea, y luego, con una confianza ilimitada en la proverbial paciencia del lector alemán, se prosigue imperturbable la narración de chismes página tras página. La mente condenada a leer esto espera en vano toparse con pensamientos verdaderos, sólidos y sustanciales; languidece y añora la aparición de una idea cualquiera, como el viajero del desierto arábigo añora el agua... hasta que al final muere de sed...
Escritores descuidados
Quien escribe de forma descuidada da testimonio, por lo pronto, de que no le atribuye demasiado valor a sus propios pensamientos. [...].
Escritores mediocres
Aquellas cabezas vulgares, definitivamente, no pueden decidirse a escribir como piensan; pues adivinan que si lo hicieran, el asunto tratado podría adquirir un cariz demasiado simple... [...]. Por lo tanto, formulan lo que tienen que decir en locuciones retorcidas y difíciles, neologismos, y períodos dilatados que eluden el pensamiento y lo ocultan. Vacilan continuamente entre el empeño de transmitir lo pensado y el de oscurecerlo. Quieren amañarlo para que adquiera una apariencia culta o profunda, y produzca la impresión de que encierra mucho más de lo que se puede percibir a primera vista. De ahí que lo vayan dispensando por entregas, en sentencias cortas, ambiguas y paradójicas que pretenden decir muchas más cosas de las que dicen (ejemplos excelentes de este tipo los proveen los escritos de Schelling sobre la filosofía de la naturaleza).
[...].
La escritura
La pluma es al pensamiento lo que el bastón es al caminar; pero el andar ligero no requiere bastón, ni el pensamiento perfecto pluma. Sólo cuando uno comienza a envejecer recurre de buena gana al bastón y a la pluma".
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