domingo, 19 de septiembre de 2010

Así nació un cuento de Borges


Lo cuenta Sergio Pitol en la coda del capítulo "Henríquez visto por sus discípulos", incluido en su ensayo La casa de la tribu (Fondo de Cultura Económica de España, Madrid, 2006). Borges y Henríquez Ureña eran amigos, y la muerte repentina del segundo le permitió al primero fabular el cuento "El sueño de Pedro Henríquez Ureña", que resultó ser, en opinión de Pitol, uno de sus mejores textos.


CODA

"Jorge Luis Borges cuenta que unas cuantas noches antes de la brusca muerte de Pedro Henríquez Ureña en un tren, había tenido una conversación con él en la calle sobre el temor de los cristianos a la muerte súbita, recomendándole un texto de De Quincey al respecto, y que Henríquez Ureña dijo, como respuesta, unos versos de la epístola moral:

¿Sin templanza viste tú perfecta 
alguna cosa? ¡Oh, muerte, ven callada
como sueles venir en la saeta!

Varios años después escribe Borges uno de sus mejores textos y lo incluye en El oro de los tigres, lo titula: "El sueño de Pedro Henríquez Ureña", y es este:

El sueño que Pedro Henríquez Ureña tuvo en el alba de uno de los días de 1946 curiosamente no constaba de imágenes sino de pausadas palabras. La voz que las decía no era la suya pero se parecía a la suya. El tono, pese a las posibilidades patéticas que el tema permitía, era impersonal y común. Durante el sueño, que fue breve. Pero sabía que estaba durmiendo en su cuarto y que su mujer estaba a su lado. En la oscuridad el sueño le dijo: “Hará una cuantas noches, en una esquina de la calle de Córdoba, discutiste con Borges la invocación del anónimo sevillano Oh Muerte, ven callada como sueles venir en la saeta. Sospecharon que era el eco deliberado de algún texto latino, ya que esas traslaciones correspondían a los hábitos de una época, del todo ajeno a nuestro concepto de plagio, sin duda menos literario que comercial. Lo que no sospecharon, lo que no podían sospechar, es que el diálogo era profético. Dentro de una horas, te apresurarás por el último andén de Constitución, para dictar tu clase en la universidad de La Plata. Alcanzarás el tren, pondrás la cartera en la red y te acomodarás en tu asiento, junto a la ventanilla. Alguien, cuyo nombre no sé pero cuya cara estoy viendo, te dirigirá una palabras. No le contestarás, porque estarás muerto. Ya te habrás despedido como siempre de tu mujer y de tus hijas. No recordarás este sueño porque tu olvido es necesario para que se cumplan los hechos".

Sergio Pitol

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