Diego Erlan, de la Revista Ñ, entrevista al escritor norteamericano Richard Ford. Durante la charla surgen temas como las mujeres, el oficio de escribir, la vida o las impresiones sobre compañeros de letras como Raymond Carver, Hemingway o Norman Mailer.
Fuente: Media isla
Diego Erlan [© Revista Ñ ]
Uno de los escritores estadounidenses más reconocidos de la actualidad habla aquí de la publicación de los cuentos sin editar de su amigo Raymond Carver.
La amistad, escribió Raymond Carver en un ensayo publicado en la revista Granta en 1988, es como el matrimonio: un sueño compartido, algo en el que los participantes tienen que creer y ponerle fe, la confianza en que durará para siempre. Y sin embargo las cosas llegan a un final inevitable y ese final es la muerte.
Carver conoció a Richard Ford una noche de 1977, en Dallas, durante un festival literario en la Southern Methodist University. Ford emanaba confianza mientras Carver había dejado el alcohol pocos meses antes y “estaba sobrio pero tembloroso”. A la mañana siguiente se encontraron en el desayuno y, entre galletas, jamón y maíz, hablaron hasta sentirse amigos de toda la vida. Les quedarían once años de amistad. Richard Ford tiene los ojos de un lobo (transparentes), y a pesar de esa mirada al parecer fría resulta un hombre cordial, sereno. Quería ser abogado del ejército y no empezó a escribir hasta los 23 años. Después de dos libros (Un trozo de mi corazón y La última oportunidad) decidió que eso había sido todo para él como novelista y comenzó a trabajar como periodista deportivo. “Era divertido y fácil, conocía gente famosa y me pagaban bien”. Sólo duró dos años: la revista para la que trabajaba cerró. “Y como no tenía nada que hacer volví a escribir”.
Y como no tenía nada que hacer escribió una trilogía tremenda compuesta por El periodista deportivo (1986), El día de la Independencia (1995) y Acción de Gracias (2006) donde los hechos narrados no intentan explicarse sino atravesar al lector a partir del desarrollo de ese personaje inolvidable que es Frank Bascombe, una persona que puede verse y comprenderse (aunque de ninguna manera pueda comprender el mundo).
Y como no tenía qué hacer, se convirtió en un autor esencial de la literatura estadounidense contemporánea. Como si fuera simple. Ford es una de esas personas poco psicoanalizadas que no les interesa analizar demasiado lo que escriben. Y quizás haya sido el exceso de psicoanálisis el que invadió de desamparo la existencia humana y haga que no entendamos bien la vida “cuando en rigor la vida es pura y simple”, como dice el protagonista del cuento “Great Falls” (Rock Springs, 1987) cuando comienza a preguntarse sobre la extraña relación entre sus padres. En este diálogo, que mantuvo con Ñ en el hall del Hotel Hilton durante la última edición de la Feria del Libro de Guadalajara, Richard Ford le pedía a las chicas de la editorial Anagrama que lo sacaran a recorrer la ciudad “como si fuera un perrito”. Simple.
—Toda una obra tratando de dilucidar algo en torno al misterio de la relación entre hombres y mujeres. ¿Descubrió algo?
—Si logro decir algo inteligente, va a ser la primera vez (risas). Una amiga, escritora canadiense que vive en París, dijo que si lográramos saber qué es lo que sucede entre el hombre y la mujer, podríamos prescindir de la literatura. He pasado la mayor parte de mi vida escribiendo acerca de lo que sucede entre los hombres y las mujeres. Me crió casi exclusivamente mi madre y estoy casado con la misma mujer desde que tenía diecinueve años, así que la relación con las mujeres ha sido uno de los asuntos principales de mi existencia. Con el tiempo, he descubierto que las cosas que normalmente otras personas pueden decirte sobre la vida son muy insatisfactorias. Por eso, creo que la única manera posible de aprender algo al respecto es hacer el propio recorrido dentro de los límites de la inteligencia personal y de la propia vida. Las novelas tratan sobre cuestiones particulares y lo que de ellas se puede aprender sobre los hombres y las mujeres no son verdades universales sino que, justamente, lo que se puede aprender de ellas es cuán diversas y heterogéneas son esas relaciones y cuánta atención hay que prestarle a la persona con la que estás para llegar a comprenderla. Esa persona tiene que interesarte, incluso si se trata de tu madre. Cuando era chico me interesaba mucho establecer en mi mente las conexiones que existían entre mis padres y todo aquello que, entre ellos, estaba más allá de mí. Llegar a comprender que había cosas en sus vidas más allá de mí mismo fue una verdadera revelación.
—Su visión sobre el tema suele ser bastante desoladora.
—Hay algunos libros donde es así, pero no es la perspectiva que rige la totalidad de mi obra. Las relaciones entre hombres y mujeres también son de ese modo. No siempre son felices ni te hacen reír. Algunas veces sí, pero uno asume muchos riesgos cuando decide revelarse ante otra persona y cuando esa otra persona se revela ante uno también asume muchos riesgos y no hay garantías de que eso termine bien. Pero eso no quiere decir que intente abarcar todo el espectro de posibilidades, tan sólo que escribo sobre lo que consigo vislumbrar.
—¿Qué le produjo la necesidad de escribir?
—Leer. Soy de Mississippi, un lugar del que también eran dos de los escritores más significativos de Estados Unidos: William Faulkner y Eudora Alice Welty. En ese lugar era posible pensar que ser un escritor estaba bien. De todas formas, a mi madre le gustaba mucho Hemingway. Yo nunca me volví loco por Hemingway.
—¿Le interesa el minimalismo como estética?
—No creo en el minimalismo. Creo que no existe como término aplicable a la literatura. Sí se aplica a la pintura o a la escultura pero no a nada que yo haya escrito.
—¿Por qué?
—La mayor parte de la gente que escribe intenta maximizar y no al revés. Se intenta escribir historias que tengan las exactas y justas palabras en ellas. Nadie está intentando escribir lo menos que puede sino lo más que puede. Así que como teoría, para mí, no significa nada. Es sólo algo que alguien soñó y acerca de lo cual el resto nos hacemos muchas preguntas, pero no existe. El minimalismo es uno de esos eslóganes terribles que llegan a estar colgados de la literatura, y de los cuales la literatura debería escapar porque no significan nada.
—¿Qué opina sobre la publicación de “Principiantes”, los cuentos sin la intervención del editor Gordon Lish de su amigo Raymond Carver?
—No tengo ninguna opinión al respecto. El era mi mejor amigo, y yo leía las historias que escribía mientras estaba vivo. Y creo que lo que sucede después no tiene ninguna importancia, no lo tomo con seriedad. El sabía lo que quería hacer cuando estaba vivo y, como cualquiera, estaba bajo presión desde muchos lugares. Tenía su propia vida que soportar, tomó sus propias decisiones y sus historias eran buenas. Murió trágicamente joven: fin de la historia. El resto es todo una porquería.
—¿Qué le diría a los escritores jóvenes?
—Les diría que dejen de escribir si pueden. (Risas.) Pero si no pueden, entonces les diría que antes de ser escritores tomen otros trabajos primero, que tengan otras experiencias. Y si esas experiencias son satisfactorias, entonces les diría que se queden ahí y que no sean escritores porque eso les va a ahorrar muchas infelicidades. El novelista genera visiones propias sobre las cosas, sobre la humanidad, las mujeres… pero no es algo que preceda a la escritura sino que se genera en ella. Es cuando se escribe que las cosas aparecen y la gente empieza a decir que uno tiene una visión. Pero uno no sabía que la tenía hasta que escribe. Por eso vale la pena escribir, porque es bueno saber que uno tiene una visión propia del mundo.
—Cuando se ve en el espejo, ¿qué puede ver?
—Un hombre normal, perfectamente común.
—Norman Mailer decía que todo escritor tiene un gran ego.
—Norman Mailer era un hombre más bien petiso. (Risas). Yo le tenía mucho aprecio.
—¿Cuáles son para usted los rasgos de la buena literatura?
—Veamos. Tengo una fórmula personal para definir a la buena literatura: la literatura y la escritura son los medios supremos para renovar nuestra vida emocional y sensorial y aprender a tener una nueva conciencia. Si la literatura logra hacer eso, entonces es buena literatura.
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