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Fotograma de la película Germinal, basada en la obra de Zola e
interpretada por Gérard Dupardieu
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Germinal, de Émile ZolaCapítulo I (fragmento)
En la pelada llanura y en una noche sin estrellas, de una oscuridad y
un espesor de tinta, un hombre avanzaba solo por la carretera de Marchiennes a
Montsou; diez kilómetros sin una sola curva a través de los campos de
remolacha. Hacia adelante no le era posible ver la negrura del suelo, y tampoco
tenía la menor sensación del inmenso y uniforme horizonte si no era por el
continuo azote del viento propio del mes de marzo, amplias y frías ráfagas que
cruzaban como sobre un mar luego de barrer leguas y más leguas de marjales (1)
y tierras desnudas. Sin la sombra de un árbol bajo el ancho cielo, la calzada
se tendía con la rectitud de un malecón entre el espesor de la niebla.
El hombre había salido de Marchiennes hacia las dos.
Andaba a grandes zancadas y tiritando bajo la delgada tela de algodón de su
chaqueta y su pantalón de pana. Lo que más le molestaba era un pequeño paquete
que llevaba envuelto con un pañuelo a cuadros, y procurando apretarlo contra
sus costados, ahora con un codo y luego con el otro, para poderse meter las
manos en los bolsillos, las cuales, entumecidas por el recio viento del este,
sentía como si le sangrasen.
Una sola idea cabía en su cabeza de obrero sin trabajo y sin techo: la
esperanza de que el frío sería menos crudo al amanecer. Venía avanzando así
desde hacía una hora cuando a su izquierda, a dos kilómetros de Montsou,
advirtió el rojizo llamear de tres hogueras que ardían al aire libre y como si
colgasen del espacio. Vaciló al principio, asaltado por el miedo, pero no puso
resistir a la dolorosa e imperiosa necesidad de calentarse las manos un
momento.
Un camino transversal se hundía en aquel lugar y todo desapareció a su
alrededor. El hombre tenía a su derecha una empalizada, una especie de pared de
gruesos tablones cerrando una línea férrea, mientras que hacia la izquierda se
alzaba un talud sembrado, rematado por imprecisos aguilones que a primera vista
le hicieron suponer que se trataba de una aldea de techumbres bajas y
uniformes.
Avanzó unos doscientos pasos. De pronto, en un recodo del camino y ya
más cerca, reaparecieron los fuegos, sin que alcanzase a comprender mejor que
antes, la razón de que ardiesen tan alto bajo aquel mortecino cielo, semejando
humeantes lunas.
Pero el caso es que, a ras de suelo, otro espectáculo le obligó a
detenerse. Tratábase de un espeso bloque, una serie de construcciones bajas, de
entre las cuales sobresalía la silueta de una chimenea de fábrica; raros
resplandores escapaban de un grupo de ennegrecidas ventanas, (y) cinco o seis
tristes linternas aparecían colgadas de unos armazones cuyo sucio y oscurecido
maderamen dibujaba en forma imprecisa los perfiles de unos gigantescos
caballetes; y de entre esa fantástica aparición envuelta por la oscuridad y la
humareda, solo brotaba un ruido, la respiración fuerte y prolongada de un
escape de vapor que no se veía de dónde procedía.
El hombre comprendió entonces que se hallaba ante una mina.
–––
*** Primeros párrafos del Cap. I de la novela “Germinal” de Émile
Zola. Ediciones Olympia, 1995.
Nota 1: Marjales: terrenos bajos y pantanosos. Zona de turbas,
cubiertas por espesas cañas.
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Síntesis de la novela Germinal
Germinal es una epopeya. El libro, escrito por Emile Zola y publicado
en 1885, describe y cuenta la vida de los mineros del carbón en el norte de
Francia en plena crisis industrial. Étienne Lantier es uno de los personajes
principales. Hijo de Gervaise Macquart y de su amante Lantier, el joven se hace
despedir de su anterior trabajo de maquinista tras darle unos golpes a su capataz.
Cesante, parte en plena crisis industrial hacia el norte de Francia, en busca
de un nuevo empleo. Consigue engancharse como obrero en las minas de carbón de
Montsou (casi frontera con Bélgica) y conoce en carne propia las condiciones de
trabajo inhumanas de esos trabajadores. Para escribir este novela, Zola debió
documentarse a fondo sobre el trabajo en las minas de carbón.
En ella denuncia la vida extremadamente dura de los mineros en el
norte de Francia. Describe al mismo tiempo las revueltas de esos obreros, muy
legítima en esa época, después de los primeros abusos. El paro deja a los
trabajadores aún peor parados que al inicio. Los patronos, para romper el
movimiento, usan todo tipo de métodos, como el despido masivo, el maltrato a
las familias, acuden asimismo a la presencia de los militares que disparan a la
turba indefensa, y reemplazan a los huelguistas y a los caídos con trabajadores
traídos de Bélgica, en peores condiciones que los locales.
Sobre esta sangre, muchas familias francesas acomodadas construyeron
fortuna y felicidad.
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