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¿Están mal pagados los periodistas en México? No solo están mal pagados sino que a muchas ocasiones ni siquiera cobran. Esto es lo que se desprende del análisis del crítico mexicano Eduardo Estala Rojas, muy preocupado por la situación en la que viven los periodistas y escritores de México (circunstancia similar que también sufrimos en España, añado yo).
Estala Rojas comenta uno de los males de estas dos profesiones (la del periodista y la del escritor): por hacerse un hueco en el panorama muchos periodistas y escritores empiezan trabajando gratis y en ocasiones no pasan de ese estado.
Reproduzco, con permiso del autor, el artículo completo, titulado "Respuesta a un lector de periódicos y de revistas". No dejéis de leerlo, porque tiene mucho interés.
RESPUESTA A UN LECTOR DE PERIÓDICOS Y DE REVISTAS
Eduardo Estala Rojas
En
una ocasión le pregunté al editor y traductor mexicano Adolfo Castañón qué
opinaba sobre la falta de profesionalización en el área editorial en México y
me respondió esto:
–La falta de profesionalización en el ámbito
editorial se debe a que no se aprecia ni se reconoce en el ámbito académico la
tarea editorial en su conjunto o en sus partes. Ni la traducción ni el
comentario de libros ni la revisión ni menos la venta o la difusión son materia
de reconocimiento académico ni de estima científica y técnica. El mercado
editorial y más allá el de la gestión cultural en su conjunto está dominado por
la improvisación y la contingencia, el nepotismo y otros ismos infames como el
atribuido a la triste madre Malinche que se arrodilla ante todo lo que es
extranjero. Un editor que se respete debe saber leer y escribir, re-leer y
re-escribir en al menos tres idiomas, sin hablar del dominio de las minucias
tremendas de tipográfica índole.[1]
Esta respuesta –en mi opinión– también implica
al periodismo cultural y a los artificios que viven los periodistas de oficio,
profesionales, estudiantes, egresados y amateurs. La mayoría de las
publicaciones culturales en México no pagan a sus colaboradores. Los que sí
cobran son los dueños y el personal permanente, que sobrevive con sueldos raquíticos. Además, existe una
competencia voraz entre los aspirantes a periodistas y escritores que hacen el
trabajo sin cobrar. Lo que afecta, a
mediano y a largo plazo, al quehacer informativo y la existencia –o mejor
dicho, a la no existencia– de un periodismo profesional y confiable en la
cultura mexicana.
Para algunos, lo significativo es hacer figurar
su nombre en los medios nacionales. No importa que no tengan los recursos
económicos para pagar los recibos de luz, gas, agua, teléfono, viáticos,
internet. Asimismo los años invertidos en la universidad, bibliotecas,
librerías, centros culturales, maestrías
y doctorados en el extranjero no importan. Siempre llegarán regaladas y
puntuales las colaboraciones semanales, quincenales y mensuales de artículos,
reportajes, entrevistas, cuentos, poesías, ensayos, de una hueste sedienta de
ver su nombre en letras de papel reciclable y en las efímeras pantallas
digitales con bonitos diseños gráficos. Nadie es indispensable en estas
empresas periodísticas. Seguirán pisándose los talones el uno y al otro para no
dejar de nutrir en ningún momento este círculo vicioso y cultural en México.
Si hay
columnas, secciones, suplementos y revistas culturales en México, es porque la
mayoría de los colaboradores son básicamente voluntarios, no porque sean
filantrópicos y caritativos. Regalan su trabajo algunos porque carecen de un proyecto sólido en
la cultura y lo hacen de pasatiempo y no como un trabajo formal y a largo plazo.
La prensa mexicana tiene material de sobra para publicar contenidos inéditos y
gratis, así como reproducciones de
agencias de noticias con sólo citar la fuente.
Meramente copian y pegan la información sin revisar a conciencia los escritos y el contexto de la noticia.
No obstante, algunos escritores y periodistas
se presentan con credenciales acreditadas y legitimadas por ellos mismos, como
si fueran nuevos aspirantes al mundo cultural. A través del tiempo –me incluyo– los jóvenes se dan
cuenta de la farsa y de la simulación de varios medios de prensa mexicanos, a
quienes poco les importa ofrecer calidad y buenos contenidos al lector. Únicamente
les interesan los ingresos económicos de la publicidad de empresas privadas y de los gobiernos en turno que, a cambio de su silencio periodístico, ofrecen
jugosos contratos. Basta con leer los encabezados de estos periódicos y
revistas para darse cuenta de quién decide la línea editorial.
Los medios de
prensa y el gobierno de México
El gobierno mexicano, desde la torre
municipal hasta el castillo federal –incluidas las embajadas y consulados–, cuenta
con publicaciones culturales que se mantienen gracias a la comunidad artística:
no les pagan un solo peso a los participantes. Como recompensa, los
colaboradores añaden sus currículos extensos de los libros que han publicado, sus
premios pomposos, y siguen conscientemente el juego arraigado de los
empresarios, políticos y editores. A la larga serán conocidos algunos solamente
por su nombre y por las controversias que mantuvieron con otros escritores y
periodistas, no porque hayan leído sus libros desde un análisis serio, una
postura crítica, frontal y objetiva. Tampoco es garantía que una obra literaria
con una maquinaria de publicidad y mercadotecnia ostentosa sea de calidad para
un lector que sabe reconocer –se lee
a la derecha y a la izquierda esta palabra– a los clásicos universales. Actualmente varios autores contemporáneos actúan
como actores de televisión local (sin generalizar y sin ánimo por mi parte de ofender
a dicha profesión, hoy de moda).
Por otro lado, cuando llegan a costear las
colaboraciones, los contribuyentes tienen que esperar meses para recibir su
pago. Lo mismo acontece en los medios de prensa “tradicionales”, que pagan tarde
y enojados o simplemente no contestan a los correos electrónicos o a las
llamadas telefónicas. Algunos, terminan por no pagar. Como no pasa nada, porque
muy pocos hacen denuncias públicas, los dueños de estas empresas periodísticas
y culturales siguen impunes. Así se la pasan estafando a periodistas y
escritores mexicanos, como lo hacen los políticos en todo el país, comenzando
desde la presidencia, senadores y diputados que viven –la mayoría– por y para
ellos, robando del erario público visiblemente. A este mismo tenor actúan diversos
escritores y periodistas en las becas y premios anuales.
Tampoco están exentas de estas críticas las
publicaciones llamadas “independientes” de la cultura. También son responsables
de no saber generar recursos económicos para sus publicaciones y colaboradores.
No pueden exigir un reportaje o un artículo bien elaborado si no pagan al
periodista, escritor o investigador. Se necesita gente preparada y no
sólo entusiasta en el mundo periodístico y cultural. Detrás de un artículo y
entrevista, existe mucho trabajo. Se requieren lecturas de libros, revisar las
fuentes, testimonios, traducir, viajar, escribir, corregir, fotografiar, tener
siempre presente la ética en esta profesión. No se puede mentir al público lector dando
datos falsos y callando la verdad. ¿Por
cuánto tiempo prevalecerá el silencio en la mayoría de los afectados? ¿Por qué el
estado actual del periodismo cultural está en decadencia en muchas partes del
mundo? Las respuestas son visibles con sólo tener sentido común.
Existen publicaciones en el extranjero, sin
fines de lucro (desde un inicio son honestos los editores y te dicen qué tipo
de publicación y cuál es su propósito como revista o periódico). Lo sé porque
publico constantemente en diversos medios de prensa que son de esta categoría
en Estados Unidos y Reino Unido. Son publicaciones que gracias al trabajo serio
de sus voluntarios logran concentrar excelentes trabajos periodísticos y
literarios sin la hipocresía y presunción de los grandes medios de prensa que
explotan descaradamente el conocimiento de miles de periodistas y escritores en
México y América Latina.
Escribir de pie, con las manos libres, vale la
pena.
[1] Viaje a la constelación del centauro: Adolfo Castañón, Eduardo
Estala Rojas, Siempre!, La Cultura en
México, edición 3056, 8 de enero de 2012, pp. 80-81.
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