Sentado al ordenador. Fuente de la imagen |
"Tukson se encerró en el cuarto sin molestarse en responder los saludos. Encendió la computadora y en pocos segundos digitaba su nombre en el campo de búsqueda de la aplicación: Carol P.; Veinte años; Soltera; Busca amistad y contactos profesionales; Promoción 2009 de parvularia; STP; Fabulosos Cádillacs; Quentin Tarantino; Asociación de protección animal; No a las corridas de toros. Quiso escribir algo para adjuntar a la solicitud de amistad pero al cabo de veinte minutos de intentos, mitad pretenciosos mitad suplicantes, decidió dejarla así y esperar suerte. Pero como la espera desespera y la suerte no sonríe a los pobres, se propuso hacer algo para mejorar sus probabilidades de éxito".
TRANSITORIUM
Cristiam Hervas
Tukson se encerró en el cuarto sin
molestarse en responder los saludos. Encendió la computadora y en pocos
segundos digitaba su nombre en el campo de búsqueda de la
aplicación: Carol P.; Veinte años; Soltera; Busca amistad y contactos
profesionales; Promoción 2009 de parvularia; STP; Fabulosos Cádillacs; Quentin
Tarantino; Asociación de protección animal; No a las corridas de
toros. Quiso escribir algo para adjuntar a la solicitud de amistad pero al
cabo de veinte minutos de intentos, mitad pretenciosos mitad suplicantes,
decidió dejarla así y esperar suerte. Pero como la espera desespera y la suerte
no sonríe a los pobres, se propuso hacer algo para mejorar sus probabilidades
de éxito. Si la primera impresión es la que cuenta, Tuckson estaba consciente
de que la foto del lago era la que mejor podría despertar interés en ella. El
alto contraste le permitiría apreciar su perfil afilado y el gesto
contemplativo. Si en algún momento dudó de tener la opción adecuada, la opinión
de veinte personas que habían dado su aprobación al puro estilo del pulgar
romano no podían equivocarse, así que decidió que la foto se quedaría en donde
estaba. En la siguiente, la segunda de cinco, Tuckson aparece de medio cuerpo
en un taller pequeño, la pared está llena de cuadros, tiene los brazos cruzados
y un par de mechas le ocultan una buena parte del rostro. La foto data de un
período informal y transitorio al que siempre recurre. Viste un pantalón roto y
una chaqueta deportiva americana con el número 55. La imagen es reciente y muestra
un Tuckson seguro y confiado. Estas dos fotos, por sí solas, podrían llegar a
definirlo o al menos eso pensaba; por un lado se encontraba su lado sensible y
espiritual, y por el otro, su rebeldía y despreocupación para con la vida. Tan
conforme como estaba por el inteligente manejo de su propia imagen que se echó
hacia atrás en la silla y descansó la postura para seguir pensando. Las dos
primeras fotos se quedarían como estaban pero definitivamente tendría que hacer
algo con las tres restantes. La primera de este grupo fue descartada por ser
clara evidencia de su agitada vida nocturna. La segunda foto muestra a nuestro
personaje con la mirada fija en un balón a pocos centímetros del suelo. La boca
entreabierta y el pecho inflado, las piernas como brazos y los brazos como
ramas. Si bien la desconocida podía valorar la intención técnica, la seriedad
del gesto y la armonía de la ejecución, también podía ponerse a criticar el
inusual vestuario, las malas condiciones del decorado y quién sabe si hasta la
mala composición. Por esta razón y para no hacerse problema, Tuckson decidió
dejar la decisión para el final y fijó su atención en un viejo dibujo
digitalizado, en el cual, un personaje que bien podía ser un hombre como todo
lo contrario, descansaba en una silla de plástico a espaldas de una gran
ventana. El estilo era desenvuelto. Había algunos objetos no reconocibles en el
suelo y muy cerca de la base del asiento y casi fugando de la composición,
había un pato mirando el techo como si este le fuese a caer encima. Las
palabras de un amigo, opinando sobre la creación de Tuckson, fueron escuetas
pero positivas: Si trabajases más en este estilo podrías lograr
algo. Tuckson recordó esas palabras cada vez que al revisar algún cajón
viejo, se lo reencontraba. Si bien esta obra (me permito llamarla 'obra' para
no repetir dibujo otra vez) mostraba su potencial artístico, también existía la
posibilidad de que la muchacha entendiera la forma en la que el yo artístico de
Tuckson se develaba de la manera más esencial a través de este ser asexuado y
extraño cómodamente sentado en su habitación. Dicha interpretación, a su vez,
traería dos posibles familias de respuestas, dejando la suerte a la mitad de
las veces y por lo tanto, inseguro e impreciso. Escapando de la medianidad, de
la mediocridad, incluso de la eurística, es decir, más allá de lo que se
espera, Tuckson empieza a buscar, estando dispuesto a generar en caso de no
encontrar dos imágenes para lograr sus objetivos. Tuckson no es una joya en las
matemáticas pero su pensamiento lógico lo guía al punto de hacerlo pensar que
unos hilos invisibles lo tensan a actuar, hilos que solo el sueño corta.
Empieza a revisar carpeta por carpeta, se sonríe, siempre que lo hace busca una
cosa distinta. Necesita algo semi-formal semi-intelectual para completar su
pequeña galería. Va por un café y frunce el ceño, nada de lo que ve le gusta.
En una de las carpetas encuentra un trabajo universitario. La cabeza de Tuckson
está montada sobre la cabeza de un literato en un parque del centro. La
solemnidad de la fotografía se refuerza con el blanco y negro. El mensaje,
lejano hasta para el propio Tuckson, crece mediante la simple observación en un
geiser de significados. Probó la estatua en el conjunto y quedó medianamente
satisfecho lo cuál fue más que suficiente ya que era consciente de que lo que
estaba buscando no era más que una aproximación a lo que una mujer de ese tipo
podría aspirar o alcanzar. El As de Tuckson residía, como ya mencioné, en su
sensibilidad artística tan preciada en sociedades bárbaras como la nuestra. El
caso es que Tuckson, con prisa obsesiva, buscó y rebuscó hasta encontrar una
foto muy vieja en el interior de la carpeta menos explorada del disco. Sostenía
un cigarrillo y miraba hacia el sur: distante, cerebral. Tal y como esperaría
un tren, o un avión, a un nuevo mundo. De alguna manera, la foto dio en el
blanco para reflexionar y eso fue lo que hizo durante la hora y media que se
mantuvo editando. La imagen se retorció, la cabeza se hinchó y el ojo colapsó.
El resultado superó las expectativas del propio Tuckson y colocando la última
pieza en su lugar contempló el conjunto. La muestra virtual de Tuckson Morris
N.16 estaba lista y ahora sí sólo le quedaba esperar. Con la resuelta idea de
haber manipulado su suerte en la quinta dimensión, Tuckson se fue a acostar y
disfrutó de la ansiada libertad que le brindaba el sueño.
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