Fédor Dostoievski. Fuente de la imagen |
Recupero un artículo de Carlos Pujol (escritor, crítico literario, doctor en Letras) sobre la libertad de escribir. O mejor dicho: sobre la ausencia de libertad en el oficio de escribir. A modo de señuelo, cito un par de frases que me han llamado la atención.
El libro del que cito es Tarea de escribir (Pamiela, 1998), que está dividido en dos partes: una de aforismos y otra de reflexiones literarias.
[...] es indiscutible que la gran literatura de todos los siglos se ha hecho en medio de una fuerte coacción social: Virgilio, Cervantes, Shakespeare, Baudelaire o Dostoievski escribían bajo la vigilancia de unas autoridades quisquillosas y severas, y además para un público timorato y lleno de prejuicios.
"Si sólo aceptáramos escribir en estado arcádico de absoluta independencia las letras humanas hubiesen sido un interminable silencio".
C.P.
Carlos Pujol
A nadie le gusta la censura, y los que no
nacimos ayer recordamos una multitud de anécdotas tragicómicas vividas en
España no hace demasiado tiempo; pero es indiscutible que la gran literatura de
todos los siglos se ha hecho en medio de una fuerte coacción social: Virgilio,
Cervantes, Shakespeare, Baudelaire o Dostoievski escribían bajo la vigilancia
de unas autoridades quisquillosas y severas, y además para un público timorato
y lleno de prejuicios.
Así es, la libertad mantiene extrañas
relaciones con la literatura; a menudo se escribe a la sombra de una causa, se
depende de las consignas de un periódico o de un patrón, o las circunstancias
históricas hacen imposible la ecuanimidad y el privilegio de poder decir lo que
se quiere como se quiere. Si sólo aceptáramos escribir en estado arcádico de
absoluta independencia las letras humanas hubiesen sido un interminable
silencio.
En buena parte uno escribe como le dejan o
se dedica a otros menesteres no tan comprometidos, pues todos sabemos que por
la boca muere el pez, y a veces lo de morir no es una metáfora; siempre es
deseable mayor libertad –aunque los que mandan no opinan así–, pero hay que
manejarse con la que se dispone, y sobre todo, ya que la de fuera es difícil de
ensanchar, extender al máximo la de dentro.
Ser libre asusta, nos deja solos con
nosotros mismos, y tienta la sumisión, como depender del éxito –vendo, luego
existo– o, más grave aún, estar a merced del qué dirán, aunque no signifique más
que palabras. ¿Compran o no compran, gusta o no gusta a los que al parecer
entienden? Éste ya es un oficio que se las trae, sólo falta tener que
desempeñarlo con encogimiento y servilismo. No hay que escribir para ser
alguien, si no se es alguien, mejor que no se escriba.
Claro que somos humanos, que nadie vive el
aire y que es mucho pedir una impasibilidad estoica o de sabio oriental; pero
conviene recordar que la desaprobación o indiferencia de los demás no aniquila,
como su entusiasmo tampoco mejora en nada lo que hemos hecho. El que escribe
echándole un poco de humor acepta su elegido papel solitario con dudas, que son
su aguijón y su agridulce compañía, inseparable de cada página. Entonces
escribir puede ser un acto de libertad.
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