Retrato de Anatole France, de Théophile-Alexandre Steinlen (1859-1923). Fuente de la imagen |
"Las verdades que revela la inteligencia permanecen estériles. Sólo el corazón es capaz de fecundar los sueños."A.F.
LOS PANES NEGROS
Anatole
France (Francia, 1844-1924)
En aquel tiempo,
Nicolás Nerli era banquero en la noble ciudad de Florencia. A la hora de tercia
se encontraba ya sentado ante su pupitre, y a la hora de nona aún estaba allí
sentado, haciendo cuentas todo el día en sus tablillas. Nicolás Nerli prestaba dinero
al Emperador y al Papa. Y si no le prestaba dinero al diablo era porque temía
hacer malos negocios con el que nombramos el Maligno y que no carece de
artimañas.
Era audaz y
desconfiado. Había adquirido grandes riquezas y despojado a mucha gente. Por
ello era respetado en la ciudad de Florencia. Vivía en un palacio en el que la
luz que Dios creó no entraba sino por estrechas ventanas; eso era por
prudencia, pues la mansión de un rico debe ser como una ciudadela y los que
poseen grandes bienes hacen bien en defender por la fuerza lo que han adquirido
por la astucia.
El palacio de
Nicolás Nerli se encontraba pues provisto de rejas y cadenas. En su interior,
los muros estaban decorados con pinturas de expertos maestros que habían
representado en ellas las Virtudes como mujeres, los patriarcas, los profetas y
los reyes de Israel. Los tapices expuestos en las habitaciones ofrecían a la
vista las historias de Alejandro y de Tristán tal como las cuentan en los libros. Nicolás Nerli hacía
brillar su riqueza en toda la ciudad por medio de fundaciones piadosas.
Había mandado
construir un hospital en la zona de extramuros cuyo friso, esculpido y pintado,
representaba las acciones más honorables de su vida; en reconocimiento por las
sumas de dinero que había donado para acabar Santa María la Nueva, su retrato
se hallaba expuesto en el coro de esta iglesia. Se le veía en él arrodillado,
con las manos juntas, a los pies de la Santísima Virgen. Se le reconocía por su
gorro de lana roja, su abrigo forrado, su rostro rollizo y sus ojillos
despiertos. Su buena esposa, Mona Bismantova, con expresión honesta y triste,
que se podría pensar que jamás nadie hubiera obtenido de ella algún placer, se
hallaba al otro lado de la Virgen, en humilde actitud orante. Aquel hombre era
uno de los primeros ciudadanos de la República; como no había hablado jamás mal
de las leyes y no se preocupaba en absoluto de los pobres ni de aquellos a los
que los poderosos del momento condenan a pagar multas o al exilio, no había
disminuido nada, en la opinión de los magistrados, la estima que había adquirido
a sus ojos por su gran riqueza.
Una noche de
invierno, al regresar a su palacio algo más tarde de lo habitual, fue rodeado
ante el umbral de su puerta por un grupo de mendigos medio desnudos que le
tendían la mano. Los apartó con duras palabras. Pero el hambre hace a los
hombres ariscos y osados como los lobos: formaron un círculo a su alrededor y
le pidieron pan con voz quejumbrosa y ronca. Estaba inclinándose ya para
recoger piedras y lanzárselas, cuando vio llegar a uno de sus criados que llevaba
sobre la cabeza una cesta de panes de centeno, destinados a los empleados de
las cuadras, de la cocina y de los jardines.
Hizo una señal al
de los panes para que se acercara, y, sacándolos de la cesta con ambas manos, les arrojó los
panes a los menesterosos. Luego, entró en su casa, se acostó y se quedó
dormido. Mientras dormía, sufrió un ataque de apoplejía y murió tan de repente
que creía que se encontraba aún en su lecho cuando vio, en un rincón oscuro, a
San Miguel iluminado por el resplandor que irradiaba de su propio cuerpo. El
arcángel, con la balanza en la mano, estaba cargando los platillos. Al
reconocer en el platillo que pesaban más las joyas de las viudas que guardaba como fianza, la
multitud de recortes de escudos indebidamente retenidos y algunas piezas de oro
muy bellas, que sólo él poseía y que había adquirido por usura o por fraude,
Nicolás Nerli reconoció que era su vida, ya finalizada, lo que san Miguel
estaba pesando en su presencia. Miró atento y preocupado.
-Señor San Miguel
-le dijo-, si ponéis en un platillo todas las ganancias que he obtenido en mi
vida, colocad en el otro, os lo ruego, las hermosas fundaciones con las que he
puesto de manifiesto mi piedad. No olvidéis la cúpula de Santa María la Nueva a
la que contribuí financiando la tercera parte, ni el hospital de extramuros,
que he construido por completo con mi dinero.
-No temáis,
Nicolás Nerli -respondió el arcángel-. No me olvidaré de nada.
Y con sus manos
gloriosas colocó en el otro platillo la cúpula de Santa María la Nueva y el
hospital con el friso esculpido y pintado. Pero el platillo no se movió. El
banquero sintió gran inquietud.
-Señor san Miguel
-dijo de nuevo-, buscad bien. No habéis colocado en ese platillo de la balanza
ni mi hermosa pila del agua bendita de San Juan, ni el púlpito de San Andrés,
en donde está representado el bautismo del Nuestro Señor a tamaño natural. Es
una obra que me costó muy cara.
El arcángel
colocó el púlpito y la pila encima del hospital en el platillo, que tampoco se
movió. Nicolás Nerli empezó a notar que su frente se inundaba de un sudor frío.
-Señor arcángel
-preguntó-, ¿estáis seguro de que vuestra balanza funciona correctamente?
San Miguel
respondió sonriendo que, al no ser la balanza como las que usan los lombardos
de París ni como las que usan los cambistas de Venecia, aquélla no carecía en
absoluto de exactitud.
-¡Cómo! -suspiró
Nicolás Nerli, completamente lívido-, ¿la cúpula, el púlpito, la pila, el
hospital con todas sus camas, no pesan, pues, más que una brizna de paja o que
el plumón de un pájaro?
-Ya lo estáis
viendo, Nicolás -dijo el arcángel-, y, hasta el momento, el peso de vuestras
iniquidades es muy superior al peso ligero de vuestras buenas acciones.
-Voy a ir al
infierno, pues -dijo el florentino. Y sus dientes castañeteaban de espanto.
-¡Tened
paciencia, Nicolás Nerli -prosiguió el pesador celeste-, paciencia! No hemos
terminado aún. Nos queda esto.
Y el
bienaventurado Miguel tomó los panes de centeno que el rico les había lanzado a
los pobres la víspera. Los colocó en el platillo de las buenas obras, que
descendió de repente, mientras que el otro subía, quedando ambos platillos al
mismo nivel. El fiel de la balanza no se inclinaba ni a la derecha ni a la
izquierda y la aguja indicaba la igualdad perfecta de los dos pesos. El
banquero no podía creer lo que veían sus ojos. El glorioso arcángel le dijo:
-Como estás
viendo, Nicolás Nerli, no eres apto ni para el cielo ni para el infierno.
¡Anda, regresa a Florencia! Multiplica en tu ciudad esos panes que diste con
tus manos, de noche, sin que nadie te viera, y serás salvo. Pues no basta con
que el cielo se abra para el ladrón que se arrepiente y para la prostituta que
llora. La misericordia de Dios es infinita: es capaz de salvar incluso a un
rico. Sé tú ese rico. Multiplica los panes cuyo peso puedes ver en mi balanza.
¡Anda!
Nicolás Nerli se
despertó en su lecho. Decidió seguir el consejo del arcángel y multiplicar el
pan de los pobres para lograr entrar en el reino de los cielos.
Durante los tres
años que pasó sobre la tierra después de su primera muerte, fue caritativo con
los menesterosos y muy generoso en limosnas.
Le puits de Sainte Claire (1895), trad. Anne-Claire Girod
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
Nota: narrativabreve.com es un blog sin ánimo de lucro que trabaja como redifusor de textos literarios, y en señal de buena voluntad indica siempre -que es posible- la fuente de los textos y las imágenes publicados. En cualquier caso, si algún autor o editor quisiera renunciar a la difusión de textos suyos que han sido publicados en este blog, no tiene más que comunicarlo en la siguiente dirección: ciconia1@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario
narrativabreve.com agradece tus comentarios.
Nota: el administrador de este blog revisará cada comentario antes de publicarlo para confirmar que no se trata de spam o de publicidad encubierta. Cualquier lector tiene derecho a opinar en libertad, pero narrativabreve.com no publicará comentarios que incluyan insultos.