Josep Pla |
Reproduzco un largo párrafo de la novela que estoy leyendo, Nocturno de primavera, de Josep Pla (Destino, 2006). No es una novela al uso -al menos yo no la entiendo así-, sino más bien un cuadro de costumbres de la burguesía catalana de su tiempo. La novela refleja la idiosincrasia de una capital de comarca, cuyos más notorios representantes se citan en la masía del principal banquero del lugar para celebrar el próximo matrimonio de la hija de este. A partir de retazos de conversaciones de los invitados, el mejor Pla dibuja el retrato de una sociedad codiciosa y por momentos hilarante a su pesar.
Aunque me faltan algunas páginas para terminar el libro, no he podido sustraerme de leer el epílogo, firmado por Baltasar Porcel, que trató durante mucho tiempo a Pla, el cual, al parecer, no tenía en mucha consideración a Nocturno de primavera. Porcel, sin embargo, la prefería a otros libros de Pla como La calle estrecha (una novela que, en mi opinión, fue escrita en estado de gracia).
El párrafo en cuestión es una reflexión -en realidad todo el libro es una larga reflexión sociológica- sobre la tendencia del ser humano a mentir en sociedad.
"[...] El doctor Torrent traspasó el portalón y se encontró con los amplios bajos, de bóveda de cañón, enlosados con grandes láminas de pizarra color plomo, sobre las que la vigorosa luz de la farola que colgaba en el techo se desfibraba en un resplandor titilante. Al fondo de la entrada vio el coche del señor Poch, aquel Renault considerablemente anacrónico, con aspecto de trasto cansino y definitivamente varado, pero todavía reluciente en algunas partes y tan bien conservado, que todo Vilaplana decía que no se correspondía con la posición económica y social de su propietario. El doctor también creía que aquel cacharro cúbico, de techo alto y destartalado, enganchado a un motor pasado de moda y sin gracia, no correspondía a la posición del banquero local, constatación que le desazonaba, porque el doctor Torrent sostenía el principio de que, en una sociedad bien organizada, las realidades han de reflejarse de una manera concreta y exacta. En este punto, la posición del doctor Torrent era un poco irreal y moderadamente romántica, muy alejada del sistema de vida de la mayoría de la gente que le rodeaba. En nuestro país, se trata más bien de no reflejar nunca la realidad de una manera precisa, por eso, hay mucha gente que aparenta tener lo que no tiene y hay una cantidad considerable que tiene mucho más que lo que aparenta. Esta manera de ser produce una situación sistemáticamente ficticia, impregnada de hipocresía que por la gran cantidad de tiempo que permanece, ha convertido la verdad subjetiva, la verdad personal, es decir, la falsedad necesaria e indispensable, en la pura y simple verdad. La curiosidad que el doctor tenía por las cosas de la vida le había llevado, años atrás, a interesarse directamente por estas cosas con la intención de esclarecer su causa. No es que creyese en la posibilidad de que pudiesen existir sin algunos elementos de ficción permanentes. Pensaba que en nuestra sociedad algunos elementos de ficción son excesivos y desorbitados. Le sorprendía la espontaneidad, la facilidad de la gente para desvirtuar la objetividad, la capacidad de la gente para mentir del modo más natural. Una vez, en el Casino, durante el transcurso de una conversación muy contradictoria, dijo que conocía personas, entre sus amigos, que hacía más de diez años que no habían dicho ni una sola verdad, exceptuando, claro está, la constatación de que llovía cuando caían gotas o bien que eran las siete cuando el reloj las marcaba. El doctor Torrent formuló esta exageración sólo para ver cuál sería la reacción de sus compañeros. Fracasó. La afirmación no produjo ninguna reacción, todo el mundo lo consideró perfectamente aceptable, y eso le disgustó. Dispuesto a hacer conjeturas, llegó a decir que, en el país, la verdad era una cosa rara y excepcional, que cuando una persona dice una verdad, por insignificante que sea, se le nota en la cara, ya que el sonrojo es inmediato. Se entretuvo comparando estos cambios de facciones notoriamente apenadas que ocasiona la formulación de las más absurdas fantasías, sobre todo si no se tiene en cuenta ninguna gracia... Cuando pensaba en nuestra sociedad, ante los ojos del doctor Torrent aparecía un muro basáltico de color gris oscuro, extremadamente denso, compacto, sin fisuras, abrumadoramente impermable. Pero cuando se imaginaba ese muro, no sabía si era real o pintado".
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