Publico un fragmento de Novela española de posguerra (1971), de Manuel García Viñó, donde se recupera uno de los debates literarios más habituales: la relación entre forma y fondo. García Viñó cita el caso de Ángel María de Lera (1912-1984), en su momento un escritor de éxito, que solía proclamar su despreocupación de las técnicas de la novela.
"Abunda mucho en la novelística española de nuestros días el escritor que se desentiende del aspecto técnico de la novela y profesa el elemental creado estético de que novelar es contar una historia; todo lo más utilizando para ello un lenguaje expresivo y armonioso. Extra o tácitamente, sustentan estos autores la opinión de que el quehacer narrativo es propio de juglares y no de intelectuales o de artistas. La humanidad de los sentimientos, el reflejo exacto de la vida, el testimonio de la época, la creación de personajes "tipo" o de ambientes, la crítica de la sociedad, son los objetivos perseguidos primordialmente en sus obras, ninguno de los cuales, como se ve, tiene que ver ni poco ni mucho con el arte. No postulamos ni por asomo un arte puro -aunque tampoco nos importa confesar que, si de novela se trata, lo preferimos al no-arte- y creemos que todo lo enumerado puede, y casi estamos por decir que debe, ser ingrediente de una obra narrativa; pero lo que en definitiva da su ser a una novela son los valores estéticos.
Viene este inciso a cuento en cualquier punto de presente capítulo, pero sobre todo a la hora de hablar de un escritor, como ANGEL MARÍA DE LERA, que no desperdicia ocasión para proclamar su despreocupación por el aspecto técnico de la novela y su apego por las formas narrativas del pasado siglo, suficientes, a su manera de ver, para descubrir la conciencia del hombre; suficiente, también, para que, lo que haya que decir, se diga de la "manera más clara, lógica y convincente". En un artículo suyo titulado Novela nueva, al que pertenecen las palabras entrecomilladas, decía también: "la literatura es más bien arte de contenido, sin que ello quiera decir que sea insensible a las formas, sino que lo es en menor grado y más accidentalmente".
Soslayando de momento el problema de la imposibilidad de una separación entre forma y contenido, sólo admisible a efectos didácticos, digamos -repitamos- únicamente, que si se admite que la literatura es un arte -y no creo que sea cosa de poner esto, a estas alturas, en entredicho- hay que admitir también que lo que presta a una obra de arte su carácter ontológico son los valores estéticos, no los sociales, ni los morales, ni los religiosos ni los de ningún otro tipo.
A base de, como señala Eugenio G. de Nora, un realismo puro y simple y una expresión sobria, directa, como métodos de captación y comunicación de la realidad, y sin aportar ninguna novedad técnica ni de enfoque, Angel María de Lera consiguió dos relatos vigorosos, que le granjearon la estimación de los lectores y la situación en un puesto de excepción entre los novelistas españoles del momento. Me refiero a Los clarines del miedo (1958) y La boda (1959), a mi juicio lo mejor de su producción. En obras posteriores, como Bochorno (1960), Hemos perdido el sol (1963), reportaje novelado, más bien, sobre la vida de los trabajadores emigrados a Alemania, y Las últimas banderas (1968), cuyo tema es la guerra civil española, da la impresión de que el autor ha ido demasiado rápido a la captura de un tema, lo que le presta un cierto tufo a literatura de encargo. Tomando como ejemplo Hemos perdido el sol, quizá se vea más claramente cuál es nuestra postura respecto a este interesante escritor, si decimos que, a la novela, preferimos los reportajes, auténticos reportajes, que, bajo el título general de Con la maleta al hombro, publicó el escritor en torno al mismo tema sobre el que poco después, demasiado poco después, pues no tuvo tiempo de que sus vivencias se decantases y pusiesen a punto de transformarse en materia estética, escribiría aquélla".
Manuel García Viñó, Novela española de posguerra, Publicaciones Españolas, Madrid, 1971
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