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"Llamaron a la puerta del piso golpeando cuatro veces, con la misma cadencia, con la misma sonoridad con que una vez lo hizo el maestro al iniciar su sinfonía. Abrí. Y allí estaba el inoportuno visitante, tan intempestivo, peliculero y misterioso como la aparición enmascarada del envidioso Salieri que una tarde de lluvia vimos en un cine"[...].
EL VISITANTE
Llamaron a la puerta del piso golpeando cuatro veces, con la misma cadencia, con la misma sonoridad con que una vez lo hizo el maestro al iniciar su sinfonía. Abrí. Y allí estaba el inoportuno visitante, tan intempestivo, peliculero y misterioso como la aparición enmascarada del envidioso Salieri que una tarde de lluvia vimos en un cine. Pero en este caso, sin el barroquismo de aquellas imágenes y sin el fondo musical, el recién llegado venía sucio de barro, sanguinolento, desencajado, destrozado en su más amplio significado. Lo vi como ahora te estoy viendo a ti, créelo. Regresaba apenas transcurrido un soplo de tiempo. Porque fue ayer mismo, tú lo sabes, cuando, con nuestro grupo de amigos, lo estuvimos despidiendo transidos de dolor y dándole un último adiós al borde de un sepulcro, porque ya estaba y sin remedio absolutamente muerto, con certificado médico de defunción incluido para avalar la cruel certeza a la que nos resistíamos: el pobre X. había sido arrollado por el expreso de las 18,15, apenas veinticuatro horas antes. Nos rebosó la tristeza cuando nos enteramos (a golpe de estridencias telefónicas de urgencia y de incredulidad en el alma por la desgracia sobrevenida), que había sido arrollado por un tren asesino mientras cruzaba la vía mortífera absolutamente inmerso en el despiste, como era en él lo habitual y norma, sin mirar a derecha ni a izquierda; únicamente, si acaso, andaría investigando por el suelo, o bien, embelesado con las nubes, porque siempre, ¿recuerdas?, caminaba inmerso en profundas cavilaciones metafísicas que alternaba distraídamente con desesperadas consideraciones sobre su falta de liquidez. Una situación que sufría más frecuentemente de lo deseable.
Pero los muertos, corrientemente, no te saludan con esmerada educación, ni siquiera te piden permiso para entrar en tu casa. ¿No crees? A lo mejor lanzan un aullido escalofriante y te comentan con voz cavernosa ¡Uuuuuh. uuuuh…!; o te hacen aspavientos; y hasta puede que hagan sonar, para redondear este género de apariciones indeseables, el arrastrar lúgubre de cadenas… Lo que en buena lógica no debería suceder es que te suelten un: “¡Hola!”, y que a continuación te pregunten con ansiedad, golpeándose los costados ateridos, poniéndolo todo perdido de tierra mojada y dejando charcos sanguinolentos por el suelo, si tienes una copita de coñac «Para entrar en calor, ¿sabes? Es que allá estoy pasando mucho, pero que muchísimo frío»
(Otros textos del autor en su blog Los cuatro elementos).
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