jueves, 16 de junio de 2011

La poesía cantada


Leonard Cohen. Fuente de la imagen

Este artículo de Luis María Ánson, publicado en El Cultural el 10/06/2011, defiende la necesidad de regresar a la poesía cantada, y tiene como colofón la defensa del buen criterio de los jueces que este año han concedido el premio Príncipe de Asturias de las Letras al cantante Leonard Cohen. No obstante los argumentos de Ánson y el respeto que me merece Cohen, sigo pensando que había otros candidatos (escritores sin habilidades musicales conocidas) que lo merecían más. 


LA POESÍA CANTADA
Luis María Ánson

Recuerdo muchas veces las conversaciones que mantuve con Léopold Sédar Senghor en París, en Dakar, en la playa de Copacabana… También en Madrid, donde venía a almorzar a Efe cuando yo presidía la gran agencia española. Pasé unos días invitado por él en la casa presidencial de Dakar, en el Senegal de todas las nostalgias. Era Senghor un hombre muy culto y refinado. En torno a su prestigio literario se encendió el concepto de la negritud. Buscaba siempre las raíces y por eso admiraba a Aimé Césaire, autor de un libro ilustrado por Picasso, tras las palabras liminares de Sartre en Orfeo negro, y versos en ebullición: Corps perdu. El poeta martiniqués escribía con “palabras de fresca sangre, palabras que son agua viva y fiebre y lava e incendios en la selva y llamas de la carne…” 

Recuerdo, sí, aquellas conversaciones con Senghor, porque el autor de Hosties noires creía imprescindible el retorno a la poesía cantada. Para él, David Diop, Tutuola, Oyono, nuestro Nicolás Guillén, escribían poemas para ser cantados, incluso bailados. “¿Quién habría de enseñarles el ritmo al mundo difunto de máquinas y cañones? ¿Quién lanzará el grito de alegría para despertar a los muertos y a los huérfanos en la aurora? Decidme, ¿quién devolverá la memoria de la vida al hombre de esperanzas derrotadas?”

Representante máximo de la negritud, de la cultura del ritmo, Senghor defendía la poesía cantada y bailada y hundía sus manos en las raíces de la literatura universal. “La poesía -escribió el autor de Chants d'Ombre- llega a su completa expresión cuando se convierte en canto: en palabra y en música simultáneamente. Ya es tiempo de detener la decadencia poética del mundo moderno. La poesía debe reencontrar sus orígenes, debe llegar a los tiempos en que fue cantada y bailada. Como en Grecia, en Israel y, sobre todo, en el Egipto de los faraones. Y como todavía hoy en África negra”.

Siguiendo la estela de estas palabras de Senghor, compositores y cantantes han puesto música a poemas de Alberti, de Lorca, de Neruda, de Machado, de León Felipe, de tantos otros… Por eso me han sorprendido un poco algunas reticencias al acierto del Jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras distinguiendo a Leonard Cohen, un inmenso poeta que ha fundido sus versos con la música como en la frontera pedernal de la negritud y la arabidad, como en el esplendor juglar, como en la gran expresión religiosa del órgano y de la cadencia, como en el Wagner ambicioso y total.

Alguna vez he recordado que, tras muchos años de investigación y estudio, comprendí el sentido de la negritud, de la poesía y la música, el ritmo fundido, una noche de luna llena en un poblado bantú, en plena selva africana, mientras contemplaba el rito de la fecundidad, una danza ancestral y poética, que nunca olvidaré. La virgen más joven de la tribu, esbelta como una liana verde, danzaba al ritmo del tam-tam. Era un frenesí de fruta fresca. Parecía la llama de una hoguera. Tenía los ojos como ascuas, mientras la luna se le derramaba a puñados por su piel de leche negra. 

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