Librería Lello e Irmão, en Oporto (Portugal). Fuente de la imagen |
Kevin Kelly, escritor, editor y fundador de la revista Wired, es autor de este artículo, "What Books Will Become", en el que, como su título sugiere, diserta sobre el posible futuro de lo que tradicionalmente conocemos como libro. El artículo está publicado en el blog de Kevin Kelly. La versión que doy en castellano está tomada de Anatomía de la Edición, un proyecto que lleva a cabo estudios sobre el sector editorial.
CÓMO SERÁN LOS LIBROS EN EL FUTURO
Kevin Kelly
Un libro es una historia, un razonamiento o un conjunto de conocimientos organizado que es autosuficiente y cuya lectura toma más de una hora. Está completo por cuanto contiene su propio comienzo, desarrollo y final.
En el pasado, un libro se definía como cualquier texto impreso entre dos tapas. Se llamaba libro a una guía telefónica (phone book), aunque no tuviera un comienzo, desarrollo y final lógicos. Se llamaba libro de dibujo a un montón de páginas en blanco pegadas a un lomo (sketchbook). Era un objeto desvergonzadamente vacío, pero tenía dos tapas, así que también se llamaba libro.
Hoy en día, las páginas de papel de los libros están en proceso de desaparición. Lo que queda en su lugar es la estructura conceptual de un libro: un cierto volumen de texto que une un tema con una experiencia que toma un tiempo en completarse.
Ya que el caparazón tradicional está desvaneciéndose, cabe preguntarse si su estructura es un mero fósil. ¿El continente intangible de un libro proporciona alguna ventaja sobre las otras muchas formas en que actualmente un texto se encuentra disponible?
Uno puede pasarse horas leyendo historias e informes bien escritos, y divagando por la Web, sin toparse con nada con forma de libro. Uno capta fragmentos, hilos, atisbos. Y esa es la mayor atracción de la Web: piezas diversas escasamente articuladas.
Por supuesto que hay libros en la Web, y a montones. Yo mismo colgué, en 1994, uno de los primeros libros completos publicados en línea. Pero puesto que uno no cruza frontera alguna para acceder a estas páginas, el material libresco tiende a disolverse en una maraña indiferenciada de palabras. Sin un continente, la atención del lector tiende a dispersarse, apartándose de la historia o razonamiento centrales. La velocidad del cambio de la atención crea una fuerza centrífuga que arroja a los lectores fuera de las páginas del libro.
Un dispositivo de lectura separado parece ayudar. Hasta el momento, contamos con tabletas , lectores de libros electrónicos y dispositivos palmares o de mano, que son de lo más sorprendente. Los expertos han sostenido durante mucho tiempo que nadie querría leer un libro en una minúscula pantalla brillante de unas pocas pulgadas, pero estaban totalmente equivocados. Mucha gente lee feliz de la vida sus libros en las pantallas de sus móviles. De hecho, no sabemos todavía hasta qué punto puede reducirse una pantalla para la lectura de libros. Hay un tipo experimental de lecturaque utiliza una pantalla en la que solo cabe una palabra. El ojo permanece inmóvil, fijo en una palabra, que es remplazada por la siguiente en el texto, y después la siguiente, y así sucesivamente, de modo que el ojo lee una secuencia de palabras una «detrás» de la otra, en vez de en una línea sobre otra línea. La pantalla no necesita ser muy grande.
Otras nuevas pantallas son capaces de dar cabida a los libros. En estos momentos, la tinta electrónica reflejante está subvirtiendo el viejo mundo editorial. Esta tecnología consiste en una hoja de papel blanco que refleja la luz ambiente y que se encuentra cubierta de letras oscuras que pueden cambiar. Para el ojo promedio, el texto en este «papel» especial (que en realidad es un folio plástico) se ve tan definido y legible como la tinta tradicional sobre el papel. La primera generación de esta tinta electrónica en blanco y negro ha hecho del Kindle un superventas desbocado.
En esta sustanciación de la tinta electrónica, el «libro» es una tableta, una tablilla que muestra una sola página, que puede «pasarse» apretando un botón, de tal suerte que esa página se disuelve en otra. Un factor clave de los libros en tinta electrónica es que el cuerpo de la letra puede ajustarse individualmente. ¿Quieres un cuerpo mayor? Simplemente ajústalo y el libro entero se reacomodará en la forma deseada.
Una página de tinta electrónica puede ser de tamaño bolsillo, o puede ser mayor; el Kindle ya viene en dos tamaños. Cuando el uso se consolide, es posible que veamos libros electrónicos que vienen con una recomendación como esta: «Este libro se lee mejor en una tableta de tamaño 3». Probablemente tendrás más de un lector de tamaño 3. Tu favorito puede que esté tapizado en una suave piel desgastada, acostumbrada a tu propio tacto. El lector recomendado para una revista de arte como Wired puede que sea bastante más grande. Quizá descanse siempre sobre tu mesa de centro.
Pero no hay razón para que un libro electrónico sea una tableta. Con el tiempo, el papel de tinta electrónica se fabricará en económicos folios flexibles. Podría unirse un centenar de estos folios en un fajo, añadirles un lomo y ponerlos entre dos hermosas tapas. Ahora el libro electrónico se parece mucho a un libro de antaño. Uno puede físicamente pasar sus páginas, ir de un lado a otro del libro en 3D, regresar a un punto del libro adivinando dónde estaba el marcador. Para cambiar de libro, solo hace falta dar un golpecito al lomo. Ahora las mismas páginas muestran una obra distinta. Puesto que usar un libro en 3D es tan sensorial, puede que valga la pena comprar uno muy lujoso, con los folios más finos y satinados.
En lo que a mí respecta, prefiero las páginas de gran formato. Quisiera un lector de libros electrónicos capaz de desplegarse, como un origami, en un folio al menos tan grande como un periódico actual, y que quizá tenga el mismo número de páginas. No me molestaría emplear unos minutos en replegarlo en un paquete de bolsillo cuando haya terminado de leer. Me encanta ser capaz de repasar múltiples columnas y saltar de un titular a otro sobre la superficie. El Laboratorio de Medios de MIT y otros laboratorios de investigación están experimentando con prototipos de libros que se proyectan por láser desde un dispositivo portátil sobre cualquier superficie plana cercana. La pantalla, o la página puede ser cualquier cosa que esté a mano.
La pantalla que miramos puede mirarnos al mismo tiempo. Los diminutos ojos que contiene tu tableta, la cámara que te enfoca, puede leer tu rostro. Ya existen programas capaces de leer la expresión y de reconocer tu humor, de detectar si estás prestando atención, y, lo que es más importante, a qué lugar de la pantalla diriges dicha atención. Pueden descubrir si un pasaje te confunde, o te encanta, o te aburre. Eso significa que el texto puede adaptarse a cómo es percibido. Quizá se expanda para brindar mayor detalle, o se encoja durante la lectura veloz, o cambie el vocabulario cuando te cueste entender, o reaccione en un centenar de formas posibles. Hay numerosos experimentos que incorporan texto adaptativo. Uno de ellos te brindará diferentes resúmenes de los personajes y la trama dependiendo de cuán lejos hayas llegado en la lectura.
Esta flexibilidad trae a la mente la largamente esperada pero nunca realizada fantasía de bifurcar las historias, libros con múltiples finales o líneas argumentales alternativas. Los intentos anteriores de hacer hiperliteratura han fracasado entre los lectores, que parecían poco interesados en decidir la trama: querían que el autor la resolviera. Pero en los últimos años las historias complejas con caminos alternos han sido tremendamente exitosas en los videojuegos. (Y, por cierto, en muchos juegos es necesario leer una gran cantidad de texto). Algunas de las técnicas que abrieron el camino a la domesticación de la complejidad de historias conducidas por el usuario podrían migrar a los libros.
En particular, a los libros con imágenes móviles. Todavía no tenemos una palabra para esto. Los libros con montones de imágenes estáticas los llamamos libros ilustrados, o libros de mesa, o libros de arte. Pero no hay razón para que las imágenes de los libros digitales permanezcan estáticas. Tampoco hay razón para pensar que se trata de películas. En una pantalla podemos conjuntar texto e imágenes cinéticas, en una relación de mutua información, con texto dentro de las imágenes en movimiento así como imágenes dentro del texto. Algunos bosquejos interactivos producidos por el New York Times y el Washington Post son los que más se han acercado a este matrimonio entre la palabra y el movimiento.
El híbrido de películas y libros requerirá un completo conjunto de herramientas con el que ahora mismo no contamos. Actualmente es difícil leer imágenes móviles, o analizar una película, o hacer anotaciones en un cuadro de una película. Sería ideal poder manipular las imágenes cinéticas con la misma facilidad, soltura y posibilidades con que manipulamos el texto: indizándolo, anotándolo, cortándolo y pegándolo, resumiéndolo, citándolo, vinculándolo y parafraseando su contenido. En la medida en que descubramos estas herramientas (y habilidades), crearemos una clase de libros altamente visuales, ideales para la formación y la educación, que podamos estudiar, rebobinar y estudiar otra vez. Serán libros que podamos ver o televisión que podamos leer.
Cuando una tablilla puede abrirse en dos como un libro y un libro puede ser algo que vemos como si fuera televisión, tenemos que regresar a la pregunta de qué constituye un libro y qué le pasa una vez que ha nacido en formato digital.
El efecto inmediato de los libros surgidos en formato digital es que pueden fluir de pantalla en pantalla, en cualquier momento. El libro aparecerá cuando se lo llame. La necesidad de comprar o almacenar un libro antes de leerlo ha desaparecido. Un libro es menos un artefacto y más una corriente que fluye hacia tu campo visual.
Los actuales custodios de los libros electrónicos –Amazon, Google y las editoriales– se han puesto de acuerdo para mutilar la fluidez de los libros electrónicos al impedir que los lectores copien y peguen el texto con facilidad, o que copien grandes secciones de un libro, o manipulen significativamente el texto de cualquier otra manera. Pero con el tiempo el texto de los libros electrónicos será liberado, y florecerá su verdadera naturaleza. Nos daremos cuenta de que los libros nunca quisieron ser directorios telefónicos ni catálogos de hardware ni listas gargantuescas. Estos son trabajos que las páginas web hacen mucho mejor: toda esa actualización y búsqueda, tareas para las que el papel no es apropiado. Lo que los libros siempre desearon es ser anotados, marcados, subrayados, ver sus esquinas dobladas, ser resumidos, citados, hipervinculados, compartidos, y que se dialogue con ellos. Ser digitales les permite todo eso y mucho más.
Podemos apreciar los primeros atisbos de la recientemente encontrada libertad de los libros en los últimos modelos de Kindle. Mientras leo un libro, puedo (con alguna dificultad) resaltar un pasaje que quisiera recordar. Puedo extraer el texto destacado y releer mi selección de las partes más importantes o memorables. Y, lo que es más significativo, –con mi permiso– mis textos destacados pueden compartirse con otros lectores, y yo puedo leer los suyos. Incluso puedo filtrar los textos destacados más populares de todos los lectores, y de esta manera empezar a leer un libro de una nueva manera. También puedo leer los textos destacados de un amigo, de un académico o un crítico concretos. Esto proporciona al público lector un mayor acceso a los valiosos comentarios al margen de la atenta lectura de otro autor de un libro de terminado (con su permiso), una bendición que solo los coleccionistas de libros raros habían conocido.
La lectura se vuelve más social. Podemos compartir no solo los títulos de los libros que estamos leyendo, sino nuestras reacciones y las notas que hacemos mientras leemos. Hoy podemos resaltar un pasaje; mañana seremos capaces de vincular pasajes. Podremos añadir un vínculo de una frase del libro que estamos leyendo a una frase que se contrapone en otro libro que hemos leído, de una palabra en un pasaje a un diccionario desconocido, de una escena de un libro a una escena similar en una película. (Todos estos trucos requerirán herramientas para encontrar los pasajes relevantes). Quizá podamos suscribirnos a la sindicación de contenidos de alguien que respetamos, y así conseguiremos no solo su lista de lecturas sino sus notas al margen: textos destacados, apuntes, preguntas, divagaciones.
Las discusiones inteligentes propias de los clubes de lectura, como las que ahora tienen lugar en GoodReads, podrían seguir al libro mismo y verse sumamente unidas a él mediante hipervínculos. Así pues, cuando una persona cite un determinado pasaje, un vínculo doble conectará el comentario con el pasaje y el pasaje con el comentario. Incluso una buena obra menor podría acumular un conjunto de wikicomentarios críticos estrechamente unidos al texto real.
En efecto, una profusa hipervinculación entre los libros conseguiría que cada libro fuera un acontecimiento interconectado. Ahora mismo lo mejor que un libro puede hacer es vincularse al título de otro libro. Si otra obra se menciona de pasada o en la bibliografía, un libro electrónico puede vincularse activamente con el libro entero. Mucho mejor sería un vínculo a un pasaje específico de otra obra, una proeza técnica todavía imposible. Pero cuando podamos crear amplios vínculos en los documentos, hacer que cada oración esté enlazada, y esos vínculos sean bidireccionales, tendremos libros interconectados. En esto, por cierto, consistía la visión original de Ted Nelson del «docuverso». (También ideó un sistema de micropago y crédito para una economía literaria completa).
Podéis haceros una idea de cómo podría ser esto visitando la Wikipedia. Pensad en la Wikipedia como un libro muy grande –una sola enciclopedia–, lo que por supuesto es. La mayoría de sus 27 millones de páginas están abarrotadas de palabras resaltadas en azul, lo cual indica que esas palabras están hipervinculadas con conceptos en otro lugar de la enciclopedia. Wikipedia es el primer libro interconectado. Si Dios quiere y los libros en su totalidad pasan a ser completamente digitales, cada uno de ellos incluirá un número de pasajes resaltados en azul, pues cada referencia literaria estará interconectada en ese libro y en todos los demás libros. Esta hipervinculación profunda imbricará todos los libros interconectados en un enorme metalibro: la biblioteca universal. Durante el próximo siglo, los académicos y aficionados, asistidos por algoritmos computacionales, entretejerán los libros del mundo en una sola literatura interconectada. Un lector será capaz de generar una gráfica de una idea, o una línea de tiempo de un concepto, o un mapa interconectado de influencia para cualquier noción de la biblioteca. Llegaremos a entender que ninguna obra, ninguna idea está sola, y que todas las cosas buenas, verdaderas y bonitas son redes, ecosistemas de partes entrelazadas, entidades relacionadas y obras similares.
La Wikipedia es un libro no solamente leído socialmente, sino socialmente escrito, y es famosa por ello. Sigue sin estar claro el número de libros que se escribirán colectivamente. Es evidente que muchas obras científicas y técnicas se construirán por medio de la colaboración descentralizada, por mor de la naturaleza profundamente colaboradora de la ciencia. Pero el núcleo central de la mayoría de libros probablemente siga siendo su único y solitario autor. Sin embargo, las referencias interconectadas, las discusiones, las críticas, la bibliografía y los hipervínculos auxiliares que rodean al libro probablemente sean colaboraciones. Los libros desprovistos de esta interconexión se percibirán desnudos.
La biblioteca universal completa, todos los libros en todas las lenguas, pronto estará disponible en todas las pantallas. Habrá muchas maneras de acceder a un libro, pero para la mayoría de gente la mayor parte del tiempo, cada libro particular será básicamente gratuito. (Se pagará una cuota mensual por un acceso libre). Entrar será fácil, pero encontrar un libro o hacer que este capte la atención será difícil, por lo que la importancia de la red del libro crecerá, pues es la red la que da entrada a los lectores.
Una peculiaridad de los libros interconectados es que nunca están terminados, o más bien que son flujos de palabras más que monumentos. La Wikipedia es un flujo constante de correcciones, como puede comprobar cualquiera que haya intentado hacer una cita de la misma. También los libros se están convirtiendo en textos fluidos, en tanto que los precursores de la obra se escriben en línea, se publican las primeras versiones, se realizan las correcciones, se añaden actualizaciones, se revisan las versiones aprobadas. Un libro está interconectado en el tiempo tanto como en el espacio.
¿Pero por qué molestarnos en llamar libros a estos objetos? Un libro interconectado, por definición, no tiene centro, solo bordes. ¿Sería posible que la unidad de la biblioteca universal llegue a ser la oración, o el párrafo, o el artículo, en lugar del libro? Quizá, aunque la unidad mayor posee una ventaja: una historia autosuficiente, una narración unificada y un razonamiento cerrado tienen para nosotros un atractivo especial. El libro posee una resonancia natural que atrae la red a su alrededor. Vamos a desmembrar los libros en sus piezas y trozos constituyentes, y a entrelazarlos en la Web, pero el nivel más alto de estructuración de un libro será la capacidad de atención, esa escasez residual de nuestra economía. Un libro es una unidad de atención. Un hecho puede ser interesante, una idea puede ser importante, pero solo una historia, un buen razonamiento, una narración bien engarzada es fascinante, capaz de ser inolvidable. Como dijo Muriel Rukeyser, «El universo está hecho de historias, no de átomos».
Por el momento, nos encontramos en un maremágnum, en pos del soporte adecuado para los libros digitales. Liberados de sus caparazones de papel, los libros parecen necesitar más que la abierta inmensidad de la Web. Les gusta la compacidad viral del PDF, pero no su rígido aspecto. El iPad es sensorial e íntimo (como el contenido de los libros) pero todavía se siente un tanto pesado. El Kindle tiene la ventaja de centrar la atención, lo cual se agradece. Estos dos últimos soportes cobran por su comodidad y su interfaz, lo cual da de comer a los autores. Los libros pueden aparecer en cualquier pantalla y se leerán en cualquier sitio donde sea posible, pero creo que gravitarán hacia formas que favorezcan una lectura optimizada.
A largo plazo (de aquí a 10 o 20 años) no pagaremos por libros individuales, de la misma forma en que ya no pagamos por canciones individuales o películas. Todo estará disponible por servicios de suscripción; uno solamente «tomará prestado» lo que desee. Esto neutraliza la actual ansiedad por producir un soporte para los libros electrónicos que puedan poseerse en propiedad. Los libros electrónicos no se tendrán en propiedad: se accederá a ellos. El verdadero desafío que tenemos por delante es encontrar un dispositivo que procure la atención que un libro requiere, un invento que nos lance al siguiente párrafo antes de la siguiente distracción. Me figuro que esto requerirá una combinación de iniciativas de software, de interfaces lectoras muy evolucionadas y de hardware optimizado para la lectura. Y libros escritos teniendo en cuenta estos dispositivos.
Artículo original publicado por Kevin Kelly en su blog The Technium con una licencia Creative Commons.
Traducción de José Antonio de la Riva, autor del blog La traducción in vitro.
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