Portada del DVD de La comunidad del anillo, primera película de la trilogía El Señor de los Anillos, dirigida por Peter Jackson. |
Gonzalo Rojas Sánchez es autor del capítulo "Tolkien y Lewis, dos universitarios ejemplares", incluido en el libro de divulgación Tolkien, raíces y legado (Grafite Ediciones, 2007), escrito por varios profesores. He seleccionado unas líneas en la que se describen algunos de los hábitos de Tolkien como escritor y como profesor. Al final del fragmento hay una alusión al carácter difícil del ilustre C. S. Lewis, amigo del no menos ilustre John Ronald Reuel Tolkien, que era el nombre completo del padre literario de El Señor de los anillos.
ALGUNOS HÁBITOS
"Como todo gran profesor, Tolkien tenía como primera virtud la humildad. Un martes 25 de abril anotó simplemente: "di una clase muy pobre". Pero más allá de esa conciencia de su limitación frente a un curso, sabía también que era importante no darse mayor relieve o parecer divo, por lo que debía estar disponible para sus lectores. Invertía una considerable cantidad de tiempo en contestar la correspondencia a quienes le escribían elogiando, criticando o pidiendo información sobre algún aspecto de sus narraciones. Tolkien se tomaba todas las cartas con la misma seriedad, en especial las de los niños o las de las personas maduras. A veces hacía dos o tres borradores de contestación... y a veces, también, porque no estaba satisfecho con ninguna respuesta, simplemente no contestaba.
Parte importante de su humildad estaba en burlarse de su propia producción. Respecto de una importante obra suya, Tolkien hacía reír a sus estudiantes haciendo disparatadas referencias a algunas interpretaciones expuestas en ese texto, como si él mismo no tuviera nada que ver con la obra: "Tolkien y Gordon estaban muy equivocados cuando dijeron eso; no puedo comprender en qué estaban pensando", afirmaba con picardía.
Pero, al mismo tiempo, enseñaba con una preparación severa, supervisaba de cerca a los estudiantes y tomaba exámenes en Oxford y en otras universidades: en efecto, hizo numerosas visitas a otras corporaciones y pasó incontables horas corrigiendo trabajos. Ciertamente vivía un poco agitado. Por ejemplo, un día estaba apurado: a las 9 llegaría una alumna y deseaba ordenar sus notas para las clases de la mañana; la noche anterior se había quedado trabajando hasta las dos de la mañana. Con demasiada frecuencia la presión del tiempo lo obligaba a dejar el trabajo de preparación de clases para el último momento. Pero cuando todo salía como lo había previsto -unas pocas veces- bien podía preparar un curso entero antes del comienzo de clases. Cuando se publicó El Señor de los Anillos, se comentó en Oxford: "Ahora sabemos lo que ha estado haciendo todos estos años y por qué la edición de esta obra, y el comentario de aquélla y las gramáticas y glosarios prometidos... nunca se terminaban; ya se ha entretenido; ahora debiera trabajar un poco". Con independencia de la falta de reconocimiento que esas palabras implicaban hacia todo el esfuerzo que le había significado su obra mayor, sin duda que el comentario era injusto, además, por la abundante tarea pedagógica que venía realizando Tolkien por años y años.
Es que hay que tener presente que no había dos Tolkien, uno académico y otro escritor. Como bien ha señalado Carpenter, eran simplemente la misma persona, y las dos facetas coincidían de tal modo que no era posible distinguirlas entre sí, o mejor dicho, no había dos caras, sino que ambos aspectos eran simplemente distintas expresiones de la misma mente y la misma imaginación. Por eso, cuando le preguntaban por alguna relación que no se lograba comprender de inmediato dentro de sus historias afirmaba: "No lo sé, trataré de averiguarlo". No decía "trataré de inventarlo". Por eso afirmaba respecto del Silmarillion: "Surgieron en mi mente como cosas dadas y se vinculaban entre sí a medida que iban llegando. Una tarea absorbente, aunque llena de interrupciones, no sólo por las necesidades de la vida, sino porque mi mente volaba hacia otro polo y se entregaba a la lingüística; no obstante, siempre tuve la sensación de registrar algo que ya estaba allí, en alguna parte, jamás la de inventar". Y respecto de El Señor de los Anillos acotaba algo similar: "Historias semejantes no nacen de la observación de las hojas de los árboles ni de la botánica o la ciencia del suelo; crecen como semillas en la oscuridad, alimentándose del humus de la mente: todo lo que se ha visto o pensado o leído, y que fue olvidado hace tiempo... la materia de mi humus es principal y evidentemente, materia lingüística". Esto es lo que explica que Tolkien revisase los texto una y otra vez, hasta sentirse casi totalmente satisfecho del todo, lo que implicaba muchos meses de trabajo. "No creo que haya frases que no hayan sido cuidadosamente retocadas".
Tecleaba sobre la máquina de escribir tambaleándose sobre su cama, pues en el escritorio no había lugar, y lo hacía con dos dedos porque jamás había aprendido a escribir con más. Lewis lo describió como un gran hombre, pero algo diletante y poco metódico; Carpenter estima que llamarlo diletante no era del todo justo, pero afirma que era efectivo que solía ser poco metódico. Pero quizás era justamente al revés, porque se podía pasar horas revolviendo su garaje para dar con un papel, lo que revela la importancia que tenían esos detalles para su obra; pero de nuevo se presenta el contrapunto, porque a su vez esa búsqueda solía revelar otras cosas olvidadas: una carta sin responder o un cuento inconcluso. Y entonces volvía a la dispersión: abandonaba lo que había comenzado, para dedicarse a leer o reescribir lo que acababa de descubrir y así, efectivamente, transcurrían muchos días.
Por su parte, Lewis también practicó una notable humildad intelectual y social. A pesar de su creciente fama universal, nunca fue un personaje mundano, ni se codeó con ricos, famosos o poderosos y además, su vida académica diaria estuvo consagrada a la escritura, la lectura y las tareas domésticas, sin aspavientos ni quejas. Es cierto que tenía un carácter muy fuerte, que lleva a Wilson a calificarlo como pendenciero y prepotente, lo que se expresaba a veces en gritos e incluso alguna grosería; "era un energúmeno -comentó una vez uno de sus colegas de Oxford- siempre se le notaba cuando estaba por iniciar una gresca, porque fruncía el grueso labio inferior"; pero, al mismo tiempo, su talante era jovial y abierto, un auténtico luchador de la inteligencia. Manejaba la ironía con soltura y a veces incurría en sutiles faltas de caridad sobre el aspecto físico de alguien: "Fulanito viste tan mal, como la mayoría de los catedráticos", era una frase suya de cierta recurrencia".
Tolkien, raíces y legado, dirigido por José Luis Orella
Centro de Estudios Bicentenario en coedición con Universidad del Desarrollo
ISBN: 8496281647
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