Bandera argentina |
Abrió la boca por primera vez, una rabiosa boca gigante que tronó como el eco primigenio de la humanidad. Le dijeron que era varón, argentino, y que su ictericia se desvanecería bajo un chorro de sol. De adolescente recorrió manglares infestados de lagartos y trochas casi líquidas, y se convirtió en el primer traductor del balinés al kurdo. Harto de pensar en dos idiomas diminutos, se hizo catador de nieve, pero después de haber conseguido ver y saborear los cuarenta tonos que tiene el blanco, pegó un grito y se transformó en imitador de insignes muchachas pelirrojas que no fueran irlandesas. Consiguió tener una piel tan curtida como un pollo asado y así reírse de la ictericia, cambió su sexo por uno que pudo comprar, más aplastado y misterioso; pero jamás pudo dejar de ser argentino.
RITO PARA DORMIR
No era guapo, mucho menos listo, pero a ella le extasiaba verlo entrar por las noches, y escuchar el ruido de sus botas cargadas de excremento de bestia y barro.
Su mano de lija encontraba la postura para darle una caricia donde a ella más le gustaba; justo entre el cuello y la espalda, y entonces se sucedían cuatro o cinco minutos de masaje sin decir palabra hasta que se quedaba dormida y dejaba de chasquear.
Así es como cada noche entraba en un sueño de siete pisos, donde ni el frío ni la lluvia podían despertar a la vaca más anciana del pueblo.
EL RISK DE DIOS
Dios terminó de tomarse su vaso de leche y tiró los dados. Sacó un insignificante tres y un dos. Peinándose la barba y mordiendo un melocotón, el diablo se mandó a la carga para hacerse con América. Atacó con una tropa que enfilaba siete cañones y ganó el último territorio en el que podía pelear Dios. Un solo soldado rojo no pudo defenderse de esos dados endiablados. Todo el tablero de Risk quedó sembrado de matones verdes, y entonces Dios se puso a patalear. Su madre oyó el portazo que dio al entrar en su cuarto, apretó sus ojos, y lamentó que su niño no tuviera otro amiguito para jugar a ese juego que le habían traído los Reyes Magos.
María Paz Ruiz
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