martes, 15 de marzo de 2011

La resignación mexicana según Rulfo



Desde las "páginas" de su blog Pandémica y celeste, Sergi Hernández Arroyuelo reflexiona  sobre el mundo literario de Juan Rulfo, autor del célebre -con motivos- El llano en llamas. Hernández Arroyuelo analiza el México rural que inspiró el libro de relatos de Rulfo, posterior a la revolución mexicana, cuando la decepción y la resignación habían calado hondo.   






"Me apetece iniciar las reseñas de libros con la recopilación de cuentos de Juan RulfoEl llano en llamas, que viene a ser media parte de la obra literaria de este genial autor mexicano. No es una novedad, pero sí un clásico muy recomendable. Rulfo es para mí el mejor del conjunto de escritores latinoamericanos que renovaron la literatura durante la segunda mitad del siglo XX y precursor de lo que más adelante conoceríamos como realismo mágico.


Decía el bueno de Rulfo que los problemas sociales se podían plantear de una manera artística, que son difíciles de evadir de una obra. En El llano en llamas el problema social late en cada uno de los diecisiete cuentos que lo forman, concretándose en las secuelas de la Revolución Mexicana. Rulfo reflejó las actitudes de un mundo rural que reaccionaba sin intentar cambiar las circunstancias porque una realidad excesivamente dura no le ofrecía posibilidades.
La cuestión de la lucha por la tierra es el eje que abraza toda la obra, el reclamo que convertir en arte. Tierra como punto de partida y de vuelta, pues es el motivo por el que nace la revuelta que no logrará satisfacer las expectativas previstas. Por eso en muchos cuentos de El llano en llamas se presiente cierta sensación de decepción. La tierra traerá de nuevo la violencia y la muerte en forma de caciquismo y corrupción, o una pobreza extrema que conduce a la delincuencia o la prostitución, siempre con finales dramáticos. En torno a esta nueva pobreza pos-revolucionaria, Rulfo conduce a sus personajes por dos vías de escape totalmente alejadas del espíritu comunitario que anteriormente dominó al pueblo y que están controladas por el sentido individualista del ser desencantado: la venganza y la superstición. Con la primera refleja la insensibilidad y falta de escrúpulos de unos personajes obsesionados por reparar algo perdido, y el patetismo con el que las víctimas se aferran a la vida. A esa tierra que ya no es tierra. En cuanto a la superstición, Rulfo se preocupa por un pueblo entregado a la religiosidad y a los simbolismos, que se plantean como única esperanza ante una situación sin salida.
Enfrentado a la realidad social de su país, la manera artística a la que se refería consistió en plantear el problema desde dentro. Desde dentro significa desde la voz de los que lo vivieron. Por eso en la mayoría de cuentos utilizó como voz narrativa la primera persona. Con ella transmite el cansancio, la insensibilidad, la ironía o la decepción del narrador. Cuando no es esta voz la que nos habla, nos encontramos con diálogos prolongados o monólogos internos que nos absorben tanto o más que el primer recurso. En cualquier caso, el elemento primordial para esta sensación es el uso de un lenguaje local, cargado de vocabulario rural. El resultado es un estilo sintético y limpio, aunque no académico: Rulfo escribe como hablan los campesinos mexicanos.
En El llano en llamas Juan Rulfo construyó la realidad rural mexicana de manera que no pareciera posible hacerlo más acertadamente. Con ello desmitificó la Revolución Mexicana a través de unos personajes que muestran su continua postergación. Que ni siquiera creen en la imagen heroica de aquellas figuras cuyo recuerdo provocaba la idea de que sólo ellas les pudieron haber salvado –Madero, Zapata y Villa-, y aceptan el fracaso como algo doloroso pero real. La palabra de Rulfo en El llano en llamas se erige como reformadora del cuento mexicano y latinoamericano contemporáneo, pero ante todo se erige como palabra necesaria para el pueblo mexicano de principios del siglo XX. Su lectura compromete al lector con el despropósito de un conflicto que, como dijo Octavio Paz, “ha muerto sin resolver nuestras contradicciones” y con ese olvido desesperante que no tiene fin. La apatía de sus personajes, escarmentados ya de una revuelta infructuosa, se adueña del lector de tal manera que tampoco creerá que valga la pena hacer nada, y aceptará el vuelo de los zopilotes sobre los personajes de El llano en llamas como la imagen previa a sus finales".



Sergi Hernández Arroyelo






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