La inmigración ha sido siempre uno de los temas más recurrentes de la literatura judía. No podría ser de otra manera: en la historia moderna el pueblo judío no tuvo una tierra propia a la que considerar su hogar hasta la creación del estado de Israel en 1948; de ahí que, sentenciados al exilio desde tiempos bíblicos, se hayan visto obligados a subsistir en países donde, en la mayoría de los casos, no pasaban de ser ciudadanos de segundo orden. La importante comunidad judía consolidada hoy en América, en gran parte oriunda de Europa, asentó sus raíces al otro lado del Atlántico principalmente en el periodo comprendido entre mediados del siglo XIX y finales del segundo decenio del XX. Después de la Primera Guerra Mundial Estados Unidos experimentó un retroceso voluntario en la cuantía de recepción de inmigrantes, fruto de un sistema de cuotas nacionales que tuvo su pico más bajo a las puertas de la depresión económica del 29. “En 1925, debido a las cuotas prefijadas, se produjo un parón de la inmigración masiva, pero en 1927 había ya en Estados Unidos 4,2 millones de judíos (el 3,6 % de la población total), con 3.100 comunidades[1]”.
Las oleadas de antisemitismo mermaron poco a poco la entrada de los inmigrantes judíos. Son numerosos los testimonios en letra impresa de escritores judíos –de origen europeo o no– que narran su infancia en su nuevo país de adopción, al que se desplazaron junto a sus familias empujados por el deseo de realizar el sueño americano o, desde planteamientos más modestos, de encontrar un trabajo y un techo. Llámalo sueño, de Henry Roth, es uno de los títulos más representativos. (Roth no volvió a publicar ningún otro libro hasta cincuenta años después). Otra obra imprescindible, ahora en el olvido pese al notable éxito que obtuvo en los años 30 del pasado siglo, es Judíos sin dinero, del escritor, periodista y activista político Itzok Isaac Granich (1893–1967), más conocido como Michael Gold, pseudónimo que adoptó en 1920 durante los Palmer Raids[2]. A medio camino entre la novela y la autobiografía, Judíos sin dinero es, sin alcanzar el nivel literario de Llámalo sueño, un completo muestrario de los obstáculos que padecieron las primeras generaciones de inmigrantes judíos en Estados Unidos. Aunque nacido en Nueva York al igual que sus dos hermanos menores, Michael Gold, en su condición de hijo de inmigrantes húngaros, tuvo la sensación desde sus primeros años de vida de no ser americano sino judío, como si “americano” y “judío” fueran conceptos excluyentes.
La supervivencia es difícil en el barrio de clase obrera en el que se han instalado los Gold: el East Side de Manhattan. En sus peligrosas calles cohabitan judíos y gentiles, negros, gitanos, italianos, chinos, alemanes, irlandeses… Toda una jungla urbana donde prostitutas, vagabundos y delincuentes de medio pelo hacen su negocio. Lejos de mezclarse entre sí, la tendencia de estas comunidades es formar guetos para hacer frente común a las amenazas externas –aunque a la postre esos guetos acabaran por generar focos de tensiones.
Los judíos trabajaban principalmente en la industria textil; otros empezaban a dar sus primeros pasos en un mercado incipiente, descalificado por las clases altas: el cine. Eran en su gran mayoría, tal como apunta el título de la novela de Gold, gente pobre. Restringidas sus posibilidades de mejora social y económica, la única salida era trabajar doce o catorce horas diarias por un sueldo mísero. Pese a todo, muchos de ellos seguían soñando en convertirse en nuevos ricos, tal vez deslumbrados por modelos de prosperidad como el de los Rothschild.
Violaciones, asesinatos, robos y agresiones con arma blanca estaban a la orden del día en el East Side. Vivir en determinadas calles de esta zona era un estigma difícil de sobrellevar.
En este ambiente tan hostil, el pequeño Mike se esforzaba en tener los ojos abiertos y los puños cerrados. Siempre en compañía de sus compañeros de juegos, incipientes malhechores algunos de ellos, libre de la vigilancia de sus atareados progenitores, el futuro escritor perdió pronto la inocencia. La calle era su verdadero hogar. El hogar de los pobres.
Con objeto de llegar a las masas, la novela de Gold –la única que escribió– está narrada en primera persona, con un estilo directo y sencillo. La estructura interna sigue un orden cronológico lineal que ocupa once años de la biografía del autor, desde los cuatro hasta los quince –los últimos, de manera sintética–, orden fracturado en una sola ocasión al surgir la voz del padre, quien, en un ejercicio de analepsis, cuenta con detalles el porqué de su decisión de mudarse desde Hungría a América. Ya en Estados Unidos, el cabeza de familia fracasa en el terreno laboral. Ambicioso pero falto de suerte y olfato empresarial, Herman Gold es retratado como un hombre inconsecuente que edifica sus sueños de grandeza sobre arenas movedizas. Tras crear una fábrica de tirantes que quiebra por la traición de su socio, tiene que desempeñar el oficio de pintor de brocha gorda, trabajo en el que alcanza el cargo de capataz. Desafortunadamente, sus deseos de ascensión social fracasan al caerse de un andamio. El grave accidente lo postrará en cama durante un año entero. Tras una lenta y dolorosa recuperación acaba vendiendo plátanos por las calles, frustrado por su escasa habilidad para la venta directa. Lleva quince años en Estados Unidos y no ha conseguido ninguna de sus metas. Su único consuelo es seguir soñando con los 300 dólares con los que planea montar una nueva empresa de tirantes. Esta empresa, por un lado, y los plátanos, por otro, funcionan como metáforas de una misma realidad: que el sueño americano sólo está al alcance de unos pocos.
Como suele ocurrir en estos casos, las aspiraciones del padre encuentran su contrapunto en otro miembro de la familia: su esposa. Piadosa, gran trabajadora, entrometida aunque de buen corazón, enérgica y aferrada a la cruda realidad, es ella quien pone la dosis de cordura en una familia destinada a padecer grandes penurias. Mientras tanto, su hijo mayor, Mike, un niño todavía, recorre las calles vendiendo periódicos cual huérfano de novela de Dickens.
Escritor yiddish Isaac Bashevis Singer |
Krochmalna nº 10, el magnífico libro de relatos autobiográficos del premio Nobel Isaac Bashevis Singer, escrito en Estados Unidos en la década de los 60, narra la vida en las calles de un suburbio pobre de Varsovia a principios del siglo XX de un modo que nos recuerda al East Side de Gold. Aunque los Singer padecieron la hambruna, Isaac rechazó decantarse políticamente en sus escritos y prefirió centrar sus energías en asuntos éticos–religiosos o históricos. Cierto que describió descarnadamente las duras condiciones de vida de los judíos en Polonia, pero su obra no parece reivindicativa, como tampoco creo que lo sea Hambre, la novela autobiográfica del también premio Nobel Knut Hamsun, “padre de la novela moderna” según Singer. La apología de la lucha de clases, por el contrario, sí está presente en Judíos sin dinero, obra concebida como una crítica al despiadado capitalismo que desatendía las necesidades básicas de los trabajadores, sobre todo cuando éstos eran indefensos inmigrantes.
La pobreza marcó a Gold de por vida. Como otros muchos intelectuales judíos, llevado por el deseo de cambios sociales en una sociedad marcada por las desigualdades, no tardó mucho en adscribirse a movimientos de izquierda cercanos al marxismo que defendían los derechos del proletariado y de las clases minoritarias, así como el sufragio universal. La esperanza o certeza de que el marxismo-leninismo iba a ser la solución “al problema judío” empujó a muchos judíos de ideología izquierdista a participar en la Revolución Rusa. (Todo esto dos décadas antes de que Hitler encontrara su propia “solución”, el Holocausto, que costó la vida a seis millones de judíos).
Gold comenzó su carrera como escritor en el periódico socialista Masses. Acérrimo opositor de la participación de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, se instaló en México, evitando así ser llamado a filas. Regresó a Nueva York en 1920 y se hizo editor asociado de The Liberator, periódico oficial del Partido Comunista. En desacuerdo con el desarrollo de este periódico, colaboró junto a su amigo el pintor y dibujante John Sloan en la fundación de un nuevo periódico, The New Masses. Gold publicó aquí entre otros su famoso artículo “Gertrude Stein, A Literary Idiot”. En él cargaba tintas contra la intelectual francesa a su regreso a Estados Unidos tras su estancia de varios años en París, donde según Gold “había vivido como una amenazadora sacerdotisa de un extraño culto literario”. Dentro del círculo artístico e intelectual de izquierdas, Stein encarnaba al enemigo: la burguesía. Gold ganó reputación por su columna “Change The World” [Cambia el mundo], publicada por el Daily Worker entre 1934 y 1966, tribuna desde la cual ensalzaba la “literatura del proletariado”. (Suyo es el lema “realismo del proletariado”.)
Infatigable embajador cultural del comunismo, Gold estuvo comprometido con esa causa hasta su muerte, siempre anunciando a los trabajadores que ellos eran “el verdadero Mesías”.
Judíos sin dinero, la primera novela norteamericana del proletariado, abrió una ventana por la que luego se colaron obras memorables de vocación social como Las uvas de la ira de John Steinbeck, novela épica en la que se narraba el sufrimiento de la clase campesina estadounidense durante el Crack del 29.
Escrita en la época de los 20 y publicada en los 30, Judíos sin dinero fue traducida a numerosos idiomas y alcanzó rápidamente la condición, a nivel mundial, de icono de la literatura comprometida. Hoy, siete décadas después, sólo es posible hacerse con este libro en librerías de viejo. Sigue siendo un testimonio fiel sobre la inmigración, los judíos, la supervivencia humana en las nuevas metrópolis del siglo XX, y, en fin, sobre la vida misma, que no ha perdido un ápice de frescura e interés.
Francisco Rodríguez Criado
Bibliografía
Henry Roth, Llámalo sueño, Alfaguara, Madrid, 1992.
Michael Gold, Judíos sin dinero, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1960
Hans Küng, El judaísmo, Trotta, Madrid, 2004
Knut Hamsun, Hambre, Plaza y Janés, Barcelona, 1985.
John Steinbeck, Las uvas de la ira, Cátedra, Madrid, 1989.
Michael Gold, “Gertrude Stein: A Literary Idiot”, The New Masses (….)
[2] Nombre con el que se conoce a la oleada de represión emprendida por la administración de Widrow Wilson contra la comunidad inmigrante de izquierdas a raíz del atentado con bomba en casa del primer ministro Alexander Mitchell Palmer. Unos 500 miembros del FBI se echaron a la calle el 2 de enero de 1920 para detener y expatriar a ciudadanos comunistas. 240 de ellos fueron deportados.
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