Naufragio. Imagen de Mikeldi Donibane |
Mi colaboración en la edición especial de El Problema de Yorick consiste en dos microrrelatos: "Las muertes de Wilbor Wagner" y "Naufragio".
Espero que os gusten.
LAS MUERTES DE WILBOR WAGNER
¿Qué
pasaría si alguien llama a la puerta de tu casa y resulta que la persona que
llama desde el exterior eres tú, que estás dentro?
Eso fue
lo que le pasó a Wilbor Wagner una gélida noche de invierno de 1898, en Juneau,
en el estado de Alaska. Estaba en bata en el cálido salón de su casa, sentado gozoso
en la mecedora mientras afilaba sus cuchillos de caza, cuando sintió que
alguien llamaba a la puerta. Al abrir, como se ha dicho ya, Wilbor descubrió
que era él, el propio Wilbor, quien estaba en el umbral, tiritando,
precariamente vestido, con restos de nieve sobre los hombros, los viejos
zapatos y el gorro de piel. Su desconsolado abrigo presentaba tantos agujeros
como un queso de Gruyere; era como si el fiero viento de los últimos días se lo
hubiera comido a dentelladas.Seguramente uno de esos buscadores de oro, un
fracasado, pensó Wilbor de Wilbor al tiempo que el segundo se frotaba las manos
avejentadas por el frío en un intento de entrar en calor.
Wilbor,
incorregible egoísta, denegó al pobre Wilbor la menor hospitalidad aun a
sabiendas de que eran la misma persona. Por más que insistió el humilde Wilbor
en que le permitiera pasar la noche bajo techo, o que al menos le diera un
tazón de caldo caliente que echarse al estómago, el altanero y cicatero Wilbor
se negó en rotundo. Después de despacharle sin el menor miramiento –lo hizo con
energía pero con suma tranquilidad, ni siquiera se sacó las manos de los
bolsillos de la bata–, Wilbor regresó a su mecedora mientras Wilbor, la cabeza
gacha y el hatillo a la espalda, enfilaba el camino de El Sendero de los
Ciervos en dirección a la iglesia de San Miguel. Allí a lo mejor podrían
socorrerle. No tuvo suerte: minutos después, Wilbor caía exhausto y aterido
sobre la nieve para no levantarse nunca jamás. Alguien que pasaba por la zona,
al ver el cadáver, se hizo una señal en la frente en forma de cruz y siguió su
camino.
Cuando la
asistenta regresó a la mañana siguiente a la casa de Wilbor Wagner, encontró a
su patrón muerto en la alfombra del cálido salón. El doctor Joel Fleischman
dictaminó que el señor Wilbor Wagner había muerto de frío junto a la chimenea
encendida.
NAUFRAGIO
Tuvo que
sacar fuerzas de flaqueza para bracear por segunda vez hasta ganar la orilla.
Afortunadamente, en esta ocasión las olas jugaban a su favor. Y también por
segunda vez alcanzó la arena, tumbándose sobre ella, más exhausto aun si cabe,
ahora con más rabia que alegría, prometiéndose no abrir los ojos bajo ningún
concepto. Y en esa posición hubiera estado un día entero de no ser porque su
mujer entró en la habitación, vistiendo un raída bata de color fucsia, los
rulos en la cabeza y los brazos en jarras, para preguntarle, airada, si tenía
pensado quedarse toda la mañana del domingo en la cama, o si por el contrario
iba a levantarse de una vez para ayudarle en las tareas domésticas.
El
hombre, incapaz de seguir escuchando la voz agreste de su malhumorada esposa,
por la que ya no sentía sino hastío, se tapó los oídos y hundió el rostro en la
vivificante arena.
Francisco Rodríguez Criado es escritor y editor de NarrativaBreve.com.
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