Portada de Jóvenes y guapos (Xordica, 2010) |
"Jóvenes y guapos, en su apuesta por la naturalidad, la sencillez, por la cotidianidad –lo voy a decir ya–, entronca en mi opinión con la literatura realista norteamericana. ¿Acaso con el realismo sucio? No. Yo diría que Aloma practica más bien un realismo limpio, minimalista, ajeno a las estridencias y a las truculencias de los chicos malos del underground norteamericano (algunos de ellos magistrales, todo hay que decirlo)".
EL REALISMO LIMPIO DE ALOMA RODRÍGUEZ
El personaje-narrador de En lugar sagrado, gran novela de Wallace Stegner, cita en uno de los
capítulos a Chéjov, quien decía –escribo de memoria– que los autores son
proclives a mentir sobre todo al principio y al final de las narraciones. ¿Pero
a qué se refería exactamente con “mentir”? Supongo que Chéjov usó ese verbo tan
antipático para citar sutilmente los artificios literarios que los escritores
suelen emplear a la hora de pergeñar sus historias.
En el último libro que he leído –justo después del de Stegner– no he
encontrado mentiras evidentes. Hablo de Jóvenes y famosos (Xordica, 2010), de Aloma Rodríguez,
escritora hasta hace unos días para mí totalmente desconocida. Los materiales
con los que trabaja esta joven autora (Zaragoza, 1983) en su primera
aproximación al cuento (leo en la solapa que es su segundo libro: el anterior,
la novela París tres, fue publicado en 2007, también
por Xordica) son ajenos al artificio.
Adelanto que Jóvenes y famosos es un libro –sé que esto va a precisar de una
explicación por mi parte– que muchos considerarán poco literario, precario. Y
en cierta manera tengo que darles la razón a estos hipotéticos severos
lectores. No hay en estos nueve cuentos un lenguaje elevado; tampoco hay
grandes escenas, ni diálogos deslumbrantes, ni descripciones sublimes, ni
metáforas memorables, ni tramas matemáticamente estructuradas, ni sesudos
apuntes filosóficos. Diré más: ni siquiera hay grandes relatos. Pero,
paradójicamente, esta acumulación de supuestas “carencias” individuales trabaja
a favor del colectivo. Y es que, quizá por ese (estudiado) rechazo de
materiales pesados, acabamos sumergidos en una suerte de novela de relatos muy
equilibrada que a la larga nos sabe a poco. Los cuentos de Aloma Rodríguez no
funcionan como chuzos de punta sino como un chirimiri inocente que acaba por
calarnos porque creímos no necesitar paraguas. No son descargas de adrenalina a
lo Poe o a lo Borges; son más bien relatos reales, sin truco, que recuerdan -salvando
las distancias- el modus operandi de Carver, de Saroyan, de Hemingway (bañados,
se entenderá, por las aguas del Ebro).
Jóvenes y guapos, en su apuesta por la naturalidad, la sencillez, por la
cotidianidad –lo voy a decir ya–, entronca en mi opinión con la literatura
realista norteamericana. ¿Acaso con el realismo sucio? No. Yo diría que Aloma
practica más bien un realismo limpio, minimalista, ajeno a las estridencias y a
las truculencias de los chicos malos del underground norteamericano (algunos de
ellos magistrales, todo hay que decirlo). No pone el foco en los estercoleros
de la vida: lo pone en la vida misma. Un realismo limpio en el fondo y en las
formas que presenta en primera persona, de modo testimonial y conciso,
las vicisitudes de una juventud (¿quizá la de la propia autora?) en busca de sí
misma, una juventud en bragas y en calzoncillos que trata de encontrar oxígeno
entre los bastidores de un mundo tan fascinante como cruel: el del arte.
La amistad, el amor y el sexo, la supervivencia en el ámbito del
teatro y, en definitiva, la aceptación de lo convencional en el ámbito
anticonvencional del espectáculo, son algunos de los temas que habitan las
páginas de este libro que descarta los golpes de efecto y las impostaciones
presuntamente literarias a favor de un arte sincero y cercano.
Jóvenes y guapos no debería ser entendido como un
libro de destino, pero es un más que digno arranque.
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