Portada de El oficio de escribir, de Guillermo Díaz-Plaja |
Releyendo algunos capítulos de El oficio de escribir, de Guillermo Díaz Plaja (Alianza Editorial, 1969), me he topado con este escrito sobre las conductas de los (pocos) lectores que había en España en el momento en que fue redactado el libro.
¿Habremos cambiado los españoles en cuanto a los hábitos de lectura en estos últimos cuarenta años?Sobre la curiosidad lectora
Me preocupa extraordinariamente, por razones generales y por razones específicas, el grado de capacidad lectora de nuestras gentes. Algunas estadísticas que he tenido posibilidad de manejar me colocan en una situación próxima al desaliento. Para empezar somos pésimos consumidores de prensa. No quiero avergonzar a las gentes recordando que, según cálculos proporcionados por la Unesco, nuestra capacidad de consumo por habitante en cuanto a prensa diaria está por debajo de los habitantes de la Guayana Británica. En números redondos, que son esos números que no cuadran jamás, puesto que se fabrican con demasiados entes abstractos, las calas hasta ahora llevadas a término, nos producen una inquietud que dentro de esa matemática, para mí tan difícil, como todas las que manejan conceptos abstractos, me confirman el pesimismo que antes hube de expresar. Me referiré, pues, a esos elementos vividos sobre los que se sienta una experiencia más válida, poque es más concreta.
Parto de la base ciertamente agradable y positiva de que, entre nosotros, la prensa es un elemento considerable de cultura, puesto que es un ámbito de especial densidad cultural. No incurriré en un fácil patrioterismo si señalo los elementos de expresión "literaria" que proliferan en nuestros diarios, empezando por lo que se denomina página de colaboradores, que asegura un alimento cotidiano de materia literaria firmada, por personalidades importantes de nuestro campo cultural. Nos llevaría muy lejos el comentario del hecho cierto de que en España, las más insignes figuras de nuestro acervo cultural, desde Unamuno, Ortega y D´Ors para abajo no han desdeñado la plazuela de la hoja diaria para proyectar sus saberes a un campo de enorme eficiencia popular. La explicación sociológica de este hecho, como digo, nos llevaría a lamentar la ausencia de un estadio de difusión cultural a escala masiva que, en otros países, ostentan las ediciones populares o libros de bolsillo, cuyas cifras de edición aproximándose al medio millón de ejemplares realizan cumplidamente la misión de educación multitudinaria que aquí puede ser -o mejor, debe ser- transferida a los cauces de la prensa.
Se me dirá que esta misión es privativa de los órganos periodísticos que denominamos revistas de ensayo o, en un plazo inferior, los "magazines". La revista ideológica o ensayística presenta entre nosotros cifras muy aflictivas en lo que se refiere a su porcentaje de lectores. Tengo a la vista estadísticas fidedignas que declaran que entre los alumnos universitarios de las facultades de letras de la Universidad de Madrid, un 60 por 100 de los estudiantes no lee revistas de carácter ideológico o cultural, elevándose este porcentaje desolador en los alumnos de ciencias, entre los cuales, el 76 por ciento de los estudiantes no frecuenta dichas lecturas.
Esto significa que en los medios universitarios, que pudiéramos llamar químicamente puros, es decir, en aquellos medios vocados al saber humanístico o al de la investigación científica, los alumnos que se conforman con el trasiego del libro de texto, quedándose voluntariamente al margen de los fenómenos de inquietud o de renovación que suelen halla su cauce en las mencionadas revistas ideológicas o de ensayo.
Después de esto, todos los presentimientos pesimistas llegan hasta nosotros, ya que explican radicalmente la pobreza de la cifra media de nuestras tiradas editoriales, pobreza tanto más aflictiva por cuanto debe ser puesta en contacto con la cifra potencial de lectores que permite sugerir una demografía de doscientos millones de hispanohablantes.
Hasta hace unos pocos años solíamos consolarnos con el argumento de que la capacidad adquisitiva del español medio no le permitía los dispendios mínimos correspondientes a un plan de lecturas eficaz para seguir al día eso que se llama la actualidad literaria. Pero esto nunca me pareció nunca argumento convincente.
Guillermo Díaz-Plaja
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