sábado, 2 de octubre de 2010

"Escribir bien, una obligación", por Ángel Valle



Ángel Valle reflexiona sobre la deficiente calidad de la escritura en nuestros días, y centra sus ponderadas críticas en el ámbito del periodismo, que conoce bien. De hecho, este artículo fue publicado en un diario: La Razón (el 30 de septiembre de 2010). 
Es cierto, como apunta Valle, que la calidad de prosa de los periodistas podría ser mejor. Es algo que constato día a día mientras leo la prensa. Sin embargo, tiendo a ser un poco más flexible -solo un poco, ojo- en mis críticas a los periodistas, pues, como el propio Valle indica al final de estas líneas- son esclavos de la premura y a veces no tienen tiempo de repasar lo escrito. Más grave considero los numerosos errores gramaticales -e incluso de ortografía- que uno puede leer en los subtítulos de películas, en libros técnicos (los de fotografía, por ejemplo, están por lo general pésimamente escritos o traducidos), en manuales de electrodomésticos (muchos de ellos incomprensibles), en los blogs (tristemente, algunos de ellos de literatura), etcétera, en los que la urgencia del tiempo no es una excusa aceptable.
En fin, leamos a Valle, porque su artículo merece la pena.





Llama la atención la poca importancia que se le da hoy en día en los medios de comunicación a escribir bien. 

"A través de los vericuetos de Twitter, llego hasta un artículo que el gran escritor y periodista mexicano Carlos Monsiváis, fallecido este año, escribió allá por 2007 y que, bajo el título «Periodismo y escritura, ¿qué es escribir bien?», criticaba la poca importancia que los informadores de hoy en día le dan a la corrección, al estilo e, incluso, a la ortografía.

Asegura Monsiváis que hace medio siglo persistía la certeza de que escribir bien era un deber de los periodistas. Hoy, sin embargo, «a propósito de un reportero o de un articulista, es infrecuente oír el «escribe muy bien», y lo común es la resignación de los lectores ansiosos de informarse, pese al enredo mortal de la sintaxis de un gran número de redactores y reporteros.
 

Analiza el escritor las razones que, a su juicio, causan esta situación, entre las que destaca la reducción del vocabulario utilizado, la destrucción de la memoria —sustituida por internet—, el desplazamiento en los estudios de comunicación de la literatura y de la escritura, «el uso de cada vez menos palabras quiere decir también el adelgazamiento de las noticias», el deseo de la fama rápida de los propios periodistas, que les lleva a anhelar «no un trabajo periodístico sino la sobreexposición mediática» o la muerte de la buena prosa y del discurso crítico a manos de la «exclusiva».
 

Son solo algunos ejemlos, pero muestran, muy a las claras, por dónde va la escritura en la actualidad. Aunque quizás haya muchas otras razones para que los jóvenes periodistas no tengan la ortografía y la corrección estilística como prioridades. Que la cultura visual en la que vivimos hace que se lea menos es evidente, pero no me atrevería a decir que las generaciones actuales leen menos que las anteriores. Sin embargo, sí está claro que las nuevas tecnologías, con todo lo que tienen de bueno, han hecho mucho daño a la escritura, porque en la red se encuentra lo mejor y lo peor, y todo al mismo nivel, es decir, es difícil discernir, si se carece de una buena base, lo que es correcto de lo que no lo es, lo que está bien escrito de lo que no lo está.
 

Y no es Monsiváis el único que ha escrito sobre esto, no. Ya hace unos cuantos años, en 1994, el sociólogo Amando de Miguel escribió una obra titulada «La perversión del lenguaje», que debería ser de lectura obligatoria para todos aquéllos que nos ganamos la vida con esto de la escritura. En uno de los capítulos de este libro, titulado «Quiosco de periódicos», explica que los diarios «son una de esas vías de perversión de la lengua común a la que me refiero» y critica, no sólo a los propios periodistas, sino también a los opinadores y columnistas que escriben en los medios y no siempre de la manera más correcta.
 

Pero, y no es corporativismo, no creo que la culpa de esta dejación sea sólo —aunque también— de los periodistas. Me consta que muchísimas de las faltas de ortografía o errores gramaticales que llegan a manos de los correctores de los medios —algunos, desgraciadamente no pasan este filtro y ven la luz— no son causa del desconocimiento, sino de la prisa, mal endémico de esta profesión.
 

Los redactores no tienen tiempo muchas veces de releer lo que han escrito y otras, aun teniéndolo no lo hacen. Es decir, mandan las páginas tal cual las escriben con el peligro que ello conlleva. Bastaría muchas veces con una lectura pausada de lo redactado para evitar, no ya las faltas, sino las incorrecciones gramaticales, las incongruencias, la retórica…
 

En cualquier caso, deberíamos hacer entre todos un ejercicio de responsabilidad y de ética para escribir bien, para que los lectores nos entiendan y para no ser un mal ejemplo pues si leyendo se aprende a escribir, que seamos buenos maestros".
 
Ángel Valle



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