jueves, 16 de septiembre de 2010

Coetzee echa mano de la metaliteratura en "Verano"

Carles Barba es el autor de la reseña de la novela Verano, del Nobel, J.M. Coetzee, publicada en el número 157 de la revista Qué Leer. En este libro, al parecer, Coetzee utiliza el recurso de la metalitatura para ofrecernos unas memorias sui generis.

CUATRO TINTEROS



"Entre 1972 y 1977, J.M.Coetzee reapareció en Sudáfrica y vivió al lado de su padre en El Cabo. Cuatro mujeres que le conocieron bien aportan su personal semblanza del personaje, a preguntas de un filólogo que tiene entre manos su biografía.
El Coetzee que reflejan estas miradas de mujer no es precisamente un dechado de virtudes. Sin aura masculina, neutro, desaseado e incluso de talla intelectual discutible, son algunas de las flores que le echan Julia, Sophie o Adriana. Sólo su prima Margot conserva un recuerdo positivo.

J. M. Coetzee (como Carlos Barral o Thomas Bernhard antes) está escribiendo sus memorias en varios tomos. Para su tercera entrega (década de los 1970, años de apogeo del apartheid en Sudáfrica) ha elegido un procedimiento ciertamente original: fingirse muerto y contar ese período a través de un investigador académico que hace su biografía. Una biografía por cierto oral; es decir, cimentada en entrevistas (cuarenta años después de los hechos) a personas que le conocieron de cerca. Cuatro de los cinco testimonios son de mujeres, dos de ellas amantes efectivas y las otras dos en latencia, de lo que resulta un retrato íntimo (y poliédrico) del escritor desde que regresa a Sudáfrica hasta que consigue el reconocimiento público. El lector se siente desde el principio pisando un terreno fascinantemente ambiguo: ¿un autor vivo que habla de sí mismo póstumamente?

Verano está ideado como un libro de conversaciones bilaterales. Su contenido central se va tramando en charlas tête à tête, donde en teoría hay un erudito que sonsaca y una persona privada que desembucha. Sin embargo, en la práctica los interviús, planteados técnicamente y con grabadora, se mutan en relatos autónomos, pierden formalidad y se desbordan, y las mujeres interpeladas acaban hablando más de sí mismas que del autor a desentrañar. El testimonio de Julia (una casada infiel), verbigracia, se trueca en una vehemente autoconfesión de sus relaciones con los hombres, en un destape digno de las novelas de Márai.

El gran amor del pasado

La segunda declaración viene a cargo de Margot, una prima carnal, y está presentada en las antípodas de la anterior. Aquí lleva la iniciativa el investigador, el cual ha novelado los datos aportados por la mujer, y se los somete para que los sancione. Es el capítulo más hermoso del libro (y el que le da título: evoca un verano de complicidades en el Karoo sudafricano), y Margot se autopresenta como el gran amor del pasado, que se queda en un plano de idealidad.

Adriana, la tercera informante, rompe todos los esquemas. Brasileña y madre de una chica a la que el escritor daba clases de inglés en El Cabo, acusa a éste casi de corruptor de menores y de acosador de su propia persona. Salta a la vista que a Adriana los golpes de la vida le han nublado el sentido de la realidad y que ofrece una versión desorbitada.


Pero, ¿quién tiene una visión objetiva sobre los otros? Ésa es la cuestión que los otros dos testigos –Martin y Sophie, compañeros de claustro– objetan a su interrogador. “¿Y si todos somos creadores de ficciones? ¿Y si todos nos inventamos continuamente la historia de nuestra vida?”.

Con este nuevo ejercicio de metaliteratura, J.M. Coetzee socava una vez más la fiabilidad de cualquier discurso que se pretenda verídico, y mucho más si entra en los resbaladizos ámbitos de los sentimientos y el sexo. Y el Nobel de 2003 mina de paso el terreno a los biógrafos que, a su muerte, quieran rascar en su privacidad".


Carles Barba



Ficha técnica del libro:
Autor: J.M. Coetzee
Traductor: Jordi Fibla
Editorial: Mondadori
272 páginas. 18,90 euros.





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