Javier de Navascués analiza en este texto breve (pero enjundioso) la circunstancia del microrrelato. Nos cuenta, por ejemplo, la paradoja que existe entre cierto "renacimiento" -si se puede decir así- de este género literario, que contrasta con cierta dificultad (real, os lo aseguro) para encontrar libros de microrrelatos en muchas librerías. De especial interés es el apunte final sobre esa batalla que se dio en una época entre la literatura experimentalista, desaforadamente ambiciosa (y ciertamente pesada en ocasiones; lo dice de Navascués y yo lo digo), frente a la literatura más cercana y jovial (aunque no siempre) que presumiblemente cultivan los autores del microrrelato moderno.
El texto (imagen del dinosaurio incluida) fueron publicados en Nuestro tiempo. Revista cultural y de cuestiones actuales de la Universidad de Navarra, nº 660.
Hispanoamérica, la patria del microrrelato
Javier de Navascués
"En la América que habla español el microrrelato acumula una pequeña e intensa historia. Incluso hay académicos que investigan el género con entusiasmo.
Una paradoja rodea al fenómeno de la
minificción actual: de un lado, críticos y profesores ensalzan la enorme
actualidad del género, su crecimiento vertiginoso y el aumento de
cultivadores y lectores; de otra parte, hay que rebuscar entre las buenas librerías
y en editoriales minoritarias para encontrarse con libros íntegramente
compuestos por microrrelatos.
Como todas las paradojas, esta también se
puede resolver, aunque sea a medias. Basta bucear un poco en Internet para
darse cuenta de la perfecta sintonía entre el cuento reducido a su mínima
expresión y el mundo de los navegantes informáticos. Muchos curiosos que no se
aventurarán a abrir un libro, más de una vez se habrán topado con un cuento
brevísimo durante sus flâneries electrónicas.
Hay lecturas que son difícilmente medibles si pensamos en el universo generado
a partir de la Red.
Otra vía para resolver la paradoja puede
encontrarse en el interés de ciertos profesores de Lengua y Literatura por
atraer como sea a sus alumnos. Quizá el microrrelato (o cuento ultracorto,
minicuento, ficción mínima, como quiera llamársele) resulta un campo de pruebas
apropiadísimo para su trabajo en el aula de la enseñanza secundaria, ahora que,
además, las listas canónicas de libros obligatorios empiezan a ser una reliquia
del pasado educativo. Muchos profesores esforzados han encontrado en él una
herramienta eficaz para transmitir amor por la literatura.
En la América que habla español el
microrrelato tiene ya una pequeña pero intensa historia. A principios del siglo
xx ya existen escritores que se mueven en la frontera movediza del cuento
brevísimo y el poema en prosa: Alfonso Reyes, Vicente
Huidobro, Ramón López Velarde, José
Antonio Ramos Sucre o César
Vallejo. Otros, como Salarrué o Nellie
Campobello, ya escriben microrrelatos muy personales. El mexicano Julio
Torri es quizá quien se acerca con mayor
claridad al patrón instaurado más tarde. Pero hay que esperar algunas décadas,
entre los años cincuenta y sesenta, para que aparezcan autores decisivos que
impulsen el género y le den los rasgos que hacen reconocible su configuración
actual: Juan José Arreola, Augusto
Monterroso o Marco Denevi.
Estos tres escritores, de forma independiente el uno del otro, publican libros
en donde el microrrelato es parte esencial de su estructura. Otros autores
fundamentales no se atreven a tanto. Así, sucede con el mismo Borges,
ya que su libro El Hacedor (1960)
alterna poesía y prosa breve, un híbrido genérico cuyos orígenes se remontan,
por lo menos, hasta Azul... (1888)
de Darío. Hoy día las mejores muestras del
género están en Ana María Shúa, Luisa
Valenzuela, Raúl Brasca, Pía
Barros, Guillermo Samperio, Armando
Sequera, Luis Britto, etcétera.
Conviene recordar que, en la década de los
sesenta, retumbaba el célebre boom de
la nueva narrativa, con sus monumentales summas novelescas: Conversación
en la Catedral, Rayuela, Sobre
héroes y tumbas, Cambio de piel, El
obsceno pájaro de la noche, José Trigo, Paradiso…
Libros larguísimos (más de uno bastante pesado) que pretendían abarcar la
realidad desde múltiples puntos de vista. Esta desaforada ambición eclipsó en
su momento los proyectos más irónicos y ligeros de quienes apostaban por
la brevedad extrema. Sin embargo, conforme fueron apagándose los ecos de la
tormenta, otro tipo de narración menos audaz, también menos segura de sí misma,
fue imponiéndose desde mediados de los setenta en adelante. Incluso algunos
escritores abandonaron sus ideas revolucionarias, estéticas y políticas (Vargas
Llosa sin ir más lejos), y dejaron que el humor y la
trama convencional se introdujeran en sus historias. En
este clima de relativo escepticismo, próximo a lo que tantos llaman
posmodernidad, la ficción mínima encontró cultivadores que volvieron la mirada
a los Monterroso, Arreola, Piñera, Denevi y
compañía.
Así pues, con el paso del tiempo, los
microrrelatos han ganado la partida, es decir, han ido situándose dentro del
campo literario y generando, incluso, una tradición, una secuela de escritores
que se apoyan en quienes les precedieron.
Además, en las últimas décadas el
microrrelato hispánico ha entrado con buen pie en el mundo académico, donde
tiene un número creciente de investigadores entusiastas (Lagmanovich, Noguerol, Epple, Koch, Zavala, Rojo,
etcétera). Existen buenas revistas en la red que difunden creación y crítica
con afán, y no faltan tampoco las editoriales, minoritarias y exquisitas, que
se interesan por el fenómeno. En este milenio que fomenta una cultura de la
instantánea y el vértigo, unas pocas palabras pueden servir de aperitivo para
un banquete imaginario".
Excelentes dos cosas, el artículo y, sobre todo, la vuelta al blog. Me lo he "bebido" como si estuviera "seca".
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