LA FRONTERA DEL CREPÚSCULO
Sergio Mars
El Centro
Comercial había quedado en penumbra, en el límite mismo entre universos. Tanto
al este como al oeste seguían alternándose el día y la noche, pero por sus
ventanas sólo se filtraba al interior la luz sucia que nacía de su mezcla: un
eterno crepúsculo, una promesa de amanecer que nunca terminaba de fructificar.
Por puro azar, su planta se alineaba de forma tal que la Grieta lo partía por
la mitad. No había ninguna hendidura visible, claro está, pero resultaba
patente por la disparidad de los establecimientos que podían encontrarse a cada
lado.
El Centro
Comercial estaba siempre abarrotado. Las tiendas trabajaban de forma
ininterrumpida, mezclándose los trabajadores del turno día con los de noche,
pero cada uno en su parte; las tímidas pruebas efectuadas para contratar
empleados del universo opuesto habían acabado en locura.
Los
respectivos consejos de dirección se habían puesto de acuerdo para cobrar y
limitar la entrada. En un momento dado sólo se admitían veinte mil clientes,
que se agolpaban asombrados ante los escaparates, adquiriendo algún producto
cuya utilidad desconocían o, si eran osados de verdad, escabulléndose en las
salas de cine para echar un fascinado y asqueado vistazo a lo que aguardaba
agazapado más allá de la penumbra. Sin embargo, en ocasiones, el visitante
sentía despertar algo distinto en su interior, como un recuerdo recién formado,
un anhelo antinatural. Entonces salía del Centro Comercial por la puerta
opuesta a aquella por la que había accedido y desaparecía para siempre del
mundo que lo había visto nacer.
Quizá la
Grieta sirva para eso, para corregir algún trágico error cósmico y devolver a
casa a los hijos pródigos. ¿Quién podría asegurarlo? Lo único cierto es que
está allí, en la Penumbra, y cumple una función, que tal vez sea revelada
cuando, por fin, despunte el día.
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