Habían discutido de nuevo. La soledad de la habitación le agobiaba a pesar de la presencia de su mujer. El silencio era la peor tortura. Salió al balcón y encendió un cigarrillo. La noche era oscura y tan solo un puñado de farolas en la calle quebraba levemente la penumbra. Pronto los fue intuyendo en cada ventana. Hombres que, como él, habían salido a fumar. Hombres que habían alcanzado el mismo punto en el espacio por caminos muy diferentes. ¿Cuántos estarían echando un pitillo después de hacer el amor? El pensamiento le dolió, sin embargo, se sintió acompañado.
1492, LA CONQUISTA
Cristóbal Colón, retirado del oficio de navegante fracasado y cartógrafo de poca monta, camina tranquilamente por la orilla del Guadalquivir. Su escasa hacienda le permite vivir a duras penas, pero no piensa en ejercer ningún otro empleo y prefiere mendigar a doblar la espalda. El paseo le lleva a las afueras de Sevilla, siguiendo el margen del río. Se sienta en una piedra a contemplar el curso tranquilo del agua. Es octubre, pero la temperatura es agradable a esa hora de la tarde. De repente los ve aparecer. Varias decenas de extrañas embarcaciones remontan el cauce en dirección a la capital. Son barcas alargadas y estrechas, dirigidas por pequeños hombres de torso desnudo y cobrizo y largos cabellos. Visten raros ornamentos plumíferos y coloridos taparrabos. La embarcación de cabecera se dirige a él. Cristóbal se pone en pie y queda paralizado por el miedo. Llegan a la orilla y se bajan de la barca haciéndole gestos amistosos. Le muestran varias cajas grandes de cartón en las que se pueden leer, rotuladas, las palabras “Tabacos de América”. Después de conversar largamente y de fumar varias decenas de cigarrillos, Cristóbal llega a un acuerdo con los visitantes extranjeros. A partir de ese momento se dedicaría a introducir en el Viejo Continente el delicioso producto. Pronto encuentra socios en los bajos fondos, que clandestinamente, comienzan a mover la mercancía. Todo aquel que lo prueba queda enganchado y a los pocos años, la maldición americana se extiende en los pulmones de una Europa conquistada por un humo gris y aromático.
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