Yo y la aldea, de Marc Chagall. Fuente de la imagen |
MENDEL, DE LA CALLE MARKET
Mendel,
el pintor que vivía en la calle Market, había convencido a un amigo labriego,
viejo y achacoso como él, para que le cortara la oreja izquierda. Mendel era
sordo de ese oído desde los ocho años, secuela de unas fiebres mal curadas; así
que pensó que no tenía nada que perder. Después de la “hazaña” su fama de autor
maldito recorrería todo el país y sus cuadros, por fin, serían apreciados en su
justa medida. ¿Qué tenía Van Gogh que no tuviera él? “Guardaré la oreja en la
nevera e invitaré a grandes personalidades de la cultura a que vengan a
admirarla”, le dijo a Moshe, que era el nombre del labriego. Éste se encogió de
hombros, alzó la hoz y cortó la oreja de un tajo limpio.
Aunque la
amputación resultó un éxito, el tiempo se encargó de arruinar las previsiones
del pintor. Los galeristas seguían rechazando sus obras; su mujer, harta de sus
extravagancias, lo abandonó; y sus hijos Yoshua y Lea, avergonzados, optaron
por negarle el saludo. Era increpado por unos y otros; los niños le perseguían
por la calle y entre burlas coreaban: “Mendel el loco, Mendel el loco”; el
rabino alzó las manos e invocó al Todopoderoso pidiendo perdón por su “alma
extraviada”; los acreedores le reclamaban a voces el pago de sus deudas. Por si
fuera poco, un funcionario del juzgado le había amenazado con el desahucio. La
palabra “idiota” estaba en boca de todos. Ante estos reproches, Mendel, con
aire de no entender nada, se mesaba su larga y canosa barba y sonreía más feliz
que nunca: Moshe, pobre ignorante, le había cercenado la oreja equivocada.
Gran texto, Fran. Me divertí leyendo "Siete minutos".
ResponderEliminarGracias, Ismael.
ResponderEliminarAbrazos