Este es un fragmento del capítulo que Ivan Almeida dedica a los laberintos de Borges. El texto completo puede leerse, en formato PDF, en esta dirección.
Cómo hacer laberintos con palabras
La figura del laberinto constituye la forma personal que adopta Borges para pensar el impensable infinito. De allí su predilección, en literatura, por lo que él mismo llama “laberintos verbales”, presentes en obras como Don Quijote, Las Mil y Una Noches, Ulysses.
Lo que Borges admira en esas obras, y lo que busca a través de la suya, es la aplicación a la literatura del principio epistemológico de economía, que fue el legado de Lönnrot a su enemigo. La paradójica búsqueda de un infinito lo más pequeño posible (cf. Nicolas) a través de la concepción de un laberinto lo menos complicado que se pueda.
Recuérdese, como ilustración de este principio de economía, el breve relato “Los dos reyes y los dos laberintos”, publicado en El Aleph, en 1949. En él se cuenta, en el estilo de un creyente musulmán, la historia de un rey de Babilonia que recibe la visita de un rey de los árabes. Para “hacer burla de su simplicidad”, el anfitrión encierra a su huésped en un laberinto complicadísimo del cual éste sólo alcanza a salir por intervención de Dios. Sin quejarse, promete al babilonio hacerle conocer, en sus tierras, un laberinto mejor. De regreso en Arabia, congrega sus soldados, declara la guerra a Babilonia, apresa al rey y lo conduce, amarrado encima de un camello, al desierto. Prosigue el cuento:
Cabalgaron tres días, y le dijo: “¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso”.
Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con Aquel que no muere.
(OC 1: 607)
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Esta historia es, a primera vista, simplemente edificante. Aparece ilustrando el principio según el cual lo infinitamente simple puede ser tanto o más laberíntico que lo infinitamente complejo.
Pero hay algo más. El relato esconde, bien disimulado, un nuevo laberinto, un laberinto verbal. En la edición de 1952, el título remite a una nota al pie de página que reza así: “Ésta es la historia que el rector divulgó desde el púlpito.
Véase la página 601”. La mencionada página se sitúa en medio del relato precedente, que también tiene que ver con laberintos: “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”. El pasaje de referencia es el siguiente:
Nuestro rector, el señor Allaby, hombre de curiosa lectura, exhumó la historia de un rey a quien la Divinidad castigó por haber erigido un laberinto y la divulgó desde el púlpito.
Y así es como se desencadena la puesta en acto de la noción borgesiana de laberinto literario. La historia de los dos reyes, narrada en un primer nivel en el relato homónimo, constituye además (se lo descubre de paso) el contenido del relato, simplemente mencionado, de un personaje de otra ficción; una ficción que trata, a su vez, de un laberinto.
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