Stephen Vizinczey, autor del exitoso y ameno libro de aventuras amorosas En brazos de la mujer madura, reflexiona sobre el poder de la crítica literaria en su ensayo Verdad y mentiras en la literatura.
Recomiendo vivamente estos dos libros del autor húngaro, lo mejor de su producción. También es conocida su novela El millonario incocente, en mi opinión malograda.
"[...] “El inmenso poder de la crítica literaria –su poder para determinar lo que la mayoría del público lector leerá, y por lo tanto para decidir qué escritores tendrán un buen vivir y cuáles seguirán siendo pobres; su poder para decidir la vida o la muerte de un escritor– no tiene nada que ver con la calidad de la crítica sino que se deriva del hecho de que a la mayoría de los lectores les repugna encontrarse solos en sus opiniones y juicios. Se necesita valentía moral para que una persona diga: “Esto es una basura, aunque todo el mundo diga que es arte supremo”, o “me encanta ese libro, es un libro magnífico, no me importa si todos los críticos le dieron un palo”. Es mucho más agradable la sensación de que uno comparte la opinión de los “expertos”, los críticos de los periódicos y revistas más estimados.
Supongo que siempre supe todo esto de alguna manera imprecisa, pero (para tomar prestada la definición de Shakespeare del único conocimiento verdadero) no lo “supe sensiblemente” hasta la aparición de In Praise of Older Women (publicado en España con el título de En brazos de la mujer madura). En Canadá, donde yo mismo publiqué la novela por primera vez y donde la elogiaron la mayoría de los críticos acreditados de la prensa y círculos académicos, se convirtió en el best seller número uno. Cuando posteriormente se publicó en Estados Unidos, la mayoría de los diarios importantes del país la ignoraron o atacaron, ofendidos (creo) por el hecho de que presentaba el sexo sin fantasías realizadoras de deseos, quejas ni repugnancia, que son los elementos básicos de una cultura puritana.
Mientras En brazos de la mujer madura obtenía en Nueva York silencio e injurias (y los americanos apenas leen nada que no ha recibido la bendición de Nueva York), recibí una llamada del Gran Pope de las letras americanas, Edmund Wilson, quien me telefoneó para decirme cuánto le gustaba la novela. Le pedí que lo dijera públicamente, pero rehusó. Me sorprendió que Edmund Wilson quisiera felicitarme “en secreto”, pero esto me dio una idea acerca de los críticos y lectores que desde entonces he venido verificando: si su reacción ante una novela difiere de la opinión aceptada y es probable que despierte desaprobación u hostilidad, la mayoría de ellos se guardan la opinión para sí mismos. Así, incluso un libro del que disfrutan todos los que realmente lo leen puede morir por falta de publicidad “de viva voz” si los críticos no lo alaban”.
Stephen Vizinczey, Verdad y mentiras en la literatura
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