lunes, 1 de agosto de 2011

Cuento breve recomendado: "El tilo"


El árbol de los cuentos, de Luis Mateo Díez. Alfaguara, 2006. 


EL TILO

Luis Mateo Díez (España, 1942)
Un hombre llamado Mortal vino a la aldea de Cimares y le dijo al primer niño que encontró: avisa al viejo más viejo de la aldea, dile que hay un forastero que necesita hablar urgentemente con él.
Corrió el niño a casa del Viejo Arcino que, como bien sabía todo el mundo en Cimares, tenía más edad que nadie.


Hay un forastero que le quiere hablar con mucha urgencia, dijo el niño al Viejo.
Las prisas del que las tiene suyas son, la edad que yo tengo me la gané viviendo con calma, si quiere esperar que espere.
El hombre daba vueltas alrededor de un tilo muy grande que había en la entrada del pueblo. Cuando volvió el niño y le dijo lo que le había comentado el Viejo Arcino, estaba muy nervioso.
Es poco el tiempo que queda, musitó contrariado, una docena más de vueltas al árbol y termina el plazo.
El niño le miraba aturdido, el hombre le acarició la cabeza: lo que menos vale de la edad de un hombre es la infancia, dijo, porque es lo que primero acaba. Luego viene la juventud, siguió diciendo mientras volvía a dar vueltas, y nada hay más vano que las ilusiones que en ella se fraguan. El hombre maduro empieza a sospechar que al hacerse más sabio, más se acerca a la muerte, entendiendo que la muerte sabe más que nadie y siempre sale ganando. De la vejez nada puedo decir que no se sepa.
El Viejo Arcino llegó cuando el hombre estaba a punto de dar la docena de vueltas.
¿Se puede saber lo que usted desea, y cuál es la razón de tanta prisa?..., le requirió.
Soy Mortal, dijo el hombre, apoyándose exhausto en el tronco del tilo.
Todos los somos, dijo el Viejo Arcino. Mortal no es un nombre, Mortal es una condición.
¿Y aun así, aunque de una condición se trate, sería usted capaz de abrazarme?..., inquirió el hombre.
Prefiero besar a ese niño que darle un abrazo a un forastero, pero si de esa manera queda tranquilo, no me negaré. No es raro que llamándose de ese modo ande por el mundo como alma en pena.
Se abrazaron bajo el tilo.
Mortal de muerte y mortandad, musitó el hombre al oído del Viejo Arcino. El que no lo entiende de esta manera lleva las de perder. La encomienda que traigo no es otra que la que mi nombre indica. No hay más plazo, la edad está reñida con la eternidad.
¿Tanta prisa tenías...? inquirió el Viejo, sintiendo que la vida se le iba por los brazos y las manos, de modo que el hombre apenas podía sujetarlo.
No te quejes que son pocos los que viven tanto.
No me quejo de que hayas venido a por mí, me conduelo del engaño con que lo hiciste, y de ver asustado a ese pobre niño…



El Árbol de los cuentos, Madrid, 2006, Alfaguara,


El árbol de los cuentos
"Reunir los cuentos que llevo escritos y publicados haciendo un largo recorrido ordenador entre los años 1973 y 2004, no me ha resultado fácil. Los cuentos se me van de las manos, las novelas las tengo más atadas, aunque también debo confesar mi condición de propietario indolente de mis ficciones. Lo que ya está escrito siempre me interesa menos que el proyecto en marcha, y la propensión de las invenciones al anonimato siempre me subyugó. Los cuentos se me han ido de las manos en libros perdidos y recuperados, en colecciones sueltas, también en libros que no eran estrictamente de cuentos, libros en los que había cuentos además de otras cosas. Reunirlos es reconocerlos, dejar que vuelvan y adquieran la consistencia de las ramas del árbol al que pertenecen. Ellos contienen, sin duda, huellas insustituibles de mi mundo literario, tonalidades y hallazgos variados y hasta puede que respondan a intereses y retos contrapuestos, tras la deriva de tantos años. La perfección del olvido, esa ambición moral y estética de que una ficción no necesite dueño, se corresponde muy bien con la ambición de un cuento perfecto, tan imposible como imprescindible. No hay opción a las historias complacientes, la vida que se gana en las ficciones siempre debe ser más poderosa que la verdadera".
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