LA CAJITA DECORADA
Mely Rodríguez Salgado
Ella pensó que el mundo no se inventaba todos los días, que nada
era nuevo ni había secretos por descubrir. Todo era repetitivo, y lo que tenía
pensado hacer lo habrían hecho antes que ella muchas personas. Se dijo que los
recuerdos, a veces, te ayudan a revivir el pasado a través de objetos
personales. Lo que ella quería obtener era algo que había estado latiendo al
compás de su madre.
Le retocó el cabello con sumo cuidado y
se decidió, por fin, a cortarle un mechón. La decisión de escoger la cajita
donde guardarlo le llevó bastante tiempo. Cada vez que pasaba por el comercio se
detenía en el escaparate y las contemplaba en silencio. Una a una las iba
mirando minuciosamente y, al final, elegía siempre la misma, la que estaba
decorada con una libélula de alegre colorido. Su madre siempre le pareció como
una libélula, inquieta, emprendedora, y con una belleza elegante y sutil. Por
eso la compró, después se fue a casa satisfecha, casi contenta, le quitó el
envoltorio, la abrió e introdujo el mechón del cabello de su madre. Lo miró con
nostalgia, ahora ya era una reliquia. Siempre vería en aquel mechón un algo con
personalidad que poder acariciar, que oler, y que era parte de su pasado, de
aquel eje en torno al cual giró segura y con la tranquilidad de que su vida
nunca se saldría del engranaje al que estaba sujeta férrea pero sutilmente,
algo capaz de transportarla a los mejores años al lado de aquella mujer única.
Cerró la cajita y la guardó en su bolso como un tesoro, como un fetiche que
siempre la acompañaría fuera a donde fuese.
Un año después de la muerte de su madre, sus tres hermanas y ella
se reunieron para charlar como acostumbraban hacer con frecuencia. Una vez más
los recuerdos las llevaron hasta la madre. Ella se conmovió al palpar la
tristeza de las hermanas, y fue a por la cajita decorada con la libélula donde
guardaba el mechón de pelo blanco de su madre. Se la mostró a las hermanas, con
cierto misterio, y la abrió; quería que ellas palparan aquello que fue parte
viva de aquel ser tan querido. Sin embargo, asombrada, las vio sonreírse. Ni un
asomo de sorpresa, ni la menor nostalgia y, ni siquiera, un comentario. Al
momento, cada una sacó del bolso, con manos temblorosas, una cajita idéntica,
que se mostraron las unas a las otras. Todas pudieron comprobar que las cajitas
tenían el mismo dibujo de la libélula e idénticos colores esmaltados, y dentro
de cada una había un mechón blanco del cabello de su madre que también llevaban
siempre consigo. Las cuatro hermanas lloraron unidas y emocionadas
Era la primera vez que coincidían en gusto e idea.
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