Filosofo José Ortega y Gasset. Fuente de la imagen |
Asociar el adjetivo "breve" a dos autores como Ortega y Nietzsche no es algo habitual. Y, sin embargo, es posible: lo ha hecho Álvaro Pombo en este artículo, publicado en el número 137 de la revista Mercurio. En estas líneas Pombo analiza las características de la obra de estos grandes filósofos para esclarecer hasta qué punto su estilo podría estar bendecido por la brevedad.
DE LA BREVEDAD DE ORTEGA Y NIETZSCHE
ÁLVARO POMBO
"Al leerlos, tiene uno la sensación de que las ocurrencias se escapan de los textos, volviéndolos instantáneos"
Parece estúpido hablar de la brevedad
expositiva de dos autores cuya obra completa es extensísima, muy compleja y muy
larga. Autores, ambos, que desearon que su vida filosófica fuese, como diría
Rilke, una larga tarea.
La brevedad es un concepto somero
que queda expresado, con cierto como regodeo, en el dicho “Lo bueno, si breve,
dos veces bueno”. Esto de la doble bondad de un bien por razón de su brevedad
nos parece hoy en día —incluso en este tiempo nuestro de abreviaturas y
aceleraciones— una gansada escolar, propia de personas solo moderadamente
deseosas de ilustración, que confían en que los conferenciantes vayan al grano
y se enrollen lo menos posible. El dicho hace alusión también a un ideal de
concisión o contención, que queda contradicho por la célebre frase alemana Einmal, keinmal (una vez, ninguna
vez). Kierkegaard se burla un poco de esta idea alemana, como si fuera verdad
que para que algo nos guste (sea bueno) tiene que dársenos mucho, incluso
demasiado, con excesiva frecuencia. Los frescos y juveniles estudiantes
parisienses del sesenta y ocho, temían las largas intervenciones de Sartre y
escribían junto a su nombre, en la mesa de los conferenciantes: “Sartre, sé
breve”. Los lectores de Sartre sabemos que era fascinantemente preciso y claro
y que no podía ser breve, como no pudo serlo Proust, ni Henry James, este
último ni siquiera al escribir recados.
Con Nietzsche y Ortega me sucede a mí, sin
embargo, que, al leer sus escritos, tengo con frecuencia una sensación de
intensa brevedad. Esta sensación es coincidente con, pero distinta del hecho de
que Nietzsche escribiera con gran frecuencia aforismos y Ortega artículos de
periódico. Con ambos autores tengo yo una sensación de fragmentación
voluntaria, de abreviatura centelleante, de continua sintetización vital de
ocurrencias, de ideas y de desarrollos, que otros pensadores han desarrollado
quizá con menos fortuna, pero con mucha mayor extensión. Una manera antigua de
calificarlos a ambos es decir que sus prosas son ensayísticas. Con lo cual se
quería decir que eran sugerentes, atrevidas, pero faltas quizá de la
argumentación y de las pruebas explícitas. La brevedad de Ortega no es la de
los microrrelatos ni la de los aforismos, ni tampoco, como la de Nietzsche,
fruto de una intención anti-sistemática (Nietzsche creía que la filosofía se
había acabado de decir a sí misma en la obra de Hegel y los hegelianos —que
eran plúmbeos— y que lo que requerían los nuevos tiempos, a mediados del XIX,
era una filosofía antisistemática, fulgurante, capaz de capturar la Gaya Ciencia,
el saber relampagueante de la existencia. Le parecía que el aforismo, en esa
realidad relampagueante, captaba mejor que los desarrollos laboriosos la
esencia del pensar. Para calificar a Nietzsche me valdré de su propia teoría en
“Sobre la locuacidad de los escritores”, hay –dice– una locuacidad cortante del
enojo, frecuente en Lutero. Otra locuacidad conceptual con un excesivo acopio
de grandes fórmulas, como en Kant. Y otra, como en el propio Nietzsche, como en
Montaigne, debida al “deseo de proponer siempre nuevos giros de la misma cosa”.
Esta locuacidad, giratoria, originante, que propone siempre nuevos y nuevos
aspectos de las cosas, podría decirse común a Ortega y a Nietzsche. Al leerlos,
tiene uno, por eso, la sensación de que las ocurrencias desbordan y se escapan
de los textos entrecortándolos, abreviándolos, volviéndolos instantáneos
por largos que sean. Pero hay otra dimensión de la brevedad en la prosa de
Nietzsche y de Ortega que correspondería a la experiencia de la brevedad de la
vida. En su epílogo a la Historia de
la filosofía de Julián Marías, escribe Ortega: “En los sitibundos
desiertos de Arabia hay un proverbio de caravana que dice: bebe del pozo y deja
tu sitio a otro”. La brevedad centelleante de la prosa, el relampagueante hacer
ver el mundo de estos dos grandes pensadores, resulta, además, una pasmosa
abreviatura, cada vez, de toda la filosofía occidental.
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