Jesús
Fernández Santos perteneció a la generación literaria española denominada “del
medio siglo” pero, a diferencia de otros miembros del llamado “realismo
social”, no hay en su obra una denuncia sistemática de tipo político de la
penosa situación de aquellos tiempos. Aunque sí es cierto que en sus obras critica
las tristes situaciones de la postguerra -inmediata o algo más prolongada-,
como es el caso de la emotiva historia que hoy nos ocupa, en la que el tema
central es la miseria y la soledad de unos seres indefensos y desvalidos a las
que se aúnan el miedo, el dolor, la enfermedad y la muerte.
De los dos protagonistas apenas conocemos nada: un
niño pequeño de unos diez años muy enfermo, parece ser que de tuberculosis, y
el otro personaje, un muchacho mayor que
lo acompaña, intenta ayudarlo y animarlo con cariño y ternura, pero que es
consciente de que nada se puede hacer, y es quien, como narrador testigo,
cuenta en primera persona la historia, y refuerza así el tono objetivo del
relato. No está clara cuál es la relación entre ambos. Por el primer párrafo
podemos suponer que el narrador protagonista se ha encontrado con el chico
abandonado, necesitado y enfermo, tal vez huérfano u hospiciano -cabeza rapada-
y se ha compadecido de él, pero nada se sabe de la historia anterior de los dos
pues todo el relato está plagado de omisiones y silencios significativos.
El
ambiente, el tiempo y los lugares en que se desarrolla esta escueta historia
refuerzan la precariedad de los dos desvalidos protagonistas, perdidos y sin
rumbo en un mundo mezquino que impone
una cruel máscara adulta en sus rostros de niños. El otoño, las ráfagas de
viento, el polvo, las hojas secas, las sombras negras, la mirada con recelo del
guarda, el desangelado mundo del inhóspito hospital (“Todos miraron las baldosas, como si cada cual no pudiera soportar la
mirada de los otros, y un hombre joven, de cara macilenta, maldijo muchas veces
en voz baja.”); el café vacío y mal alumbrado (“un mal recuerdo, negro y triste”); todo, en fin, se conjuga para ofrecer, con un
lenguaje sencillo y condensado de frases cortas pero sumamente preciso y
efectivo, una triste historia de un tiempo triste, historia que no finaliza,
pues queda abierta al cortarse bruscamente sin que sea necesario alargarla más,
porque todo está ya dicho o, en palabras de Medardo Fraile, como si la
desesperanza arrastrada, fuera a ser la misma en lo venidero y nadie tuviera
por qué hacerse ilusiones.
“Cabeza
rapada”, el relato breve más valorado de Fernández Santos, es un ejemplo de la
mejor narrativa española de medio siglo. Juan Luis Alborg afirmaba que este
cuento, de apenas cuatro páginas, es un acierto espléndido de concisión y de
intención, que vale por todo un libro.
Miguel Díez R.