LIBRERÍAS SUBTERRÁNEAS
Rara es la ciudad que no conserva al menos una –la definición es mía– librería subterránea. Me refiero a aquellas en las que los libros se venden… si no hay más remedio. Pequeños locales marginales pobremente iluminados donde miles de libros nuevos y de segunda mano, desordenados en baldas desfondadas, respiran a duras penas bajo toneladas de polvo. Nada en estos museos del saber recuerda al siglo XXI. El librero suele ser un señor de mediana edad (siempre de mediana edad: por él no pasa el tiempo) que en los ratos muertos (es decir, casi todos) descansa apoltronado en un asiento estratégicamente ubicado frente a la caja registradora: así ahorra energías a la hora de cobrar.