domingo, 19 de junio de 2011

La Historia, según Montescos y Capuletos


La reconciliación de Montescos y Capuletos, de F. Leighton (1854). Fuente de la imagen: Anatomía de la Historia.

Intercambio de colaboraciones. Después de publicar en NarrativaBreve.com un relato y una entrevista con José Luis Ibáñez Salas, editor de Anatomía de la Historia, este me pidió un texto para dicha revista. No soy historiador ni divulgador histórico ni nada que se le parezca. No puedo ni pretendo dar lecciones de Historia a nadie. Me limité, pues, a esbozar unas líneas en las que dejaba de manifiesto mi escepticismo hacia la tendenciosidad de los historiadores (no de todos, obviamente). Que los responsables de la revista hayan publicado mi artículo pese a que posiblemente no estén de acuerdo con mi escepticismo (no porque sean sectarios, obviamente, sino porque creen que es posible discernir entre historiadores y pseudo-historiadores), creo que dice mucho y bien de ellos. 




LA HISTORIA, SEGÚN MONTESCOS Y CAPULETOS


La polémica generada por la generosidad con la que el historiador Luis Suárez Fernández ha tratado la figura del General Francisco Franco en el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia debería suscitar un debate más allá de lo anecdótico. Que el citado historiador haya definido el régimen de Franco como autoritario –y no como una dictadura, algo que se ajusta más a la realidad– es lo anecdótico. Que haya distorsionado la historia para que ésta coincida con sus intereses ideológicos –recordemos su relación con la Fundación Francisco Franco– es lo mollar del asunto, sobre todo teniendo en cuenta que su parcialidad no es un caso aislado.

Si nos atenemos a la etapa más fea de nuestra historia más reciente, la Guerra Civil Española, habrá que convenir que muchos de los libros publicados en los últimos tiempos en nuestro país no tienen intención de contarnos la verdad objetiva –si es que eso fuera posible– sobre el dramático suceso que hace siete décadas partió a España en dos. Muy al contrario, estas divulgaciones son con frecuencia ejercicios de subjetivismo donde el autor, sea de izquierda o de derecha, se limita a transmitirnos su verdad, una verdad tendenciosa que responde a intereses políticos, económicos o ideológicos. Ese “barrer para casa” no solo se acepta socialmente sino que además se premia con derroche: basta echar un vistazo a las listas de superventas para comprobar el inmenso tirón de estos libros.

¿Qué ocurre con el lector no contaminado por las ideologías –esas que tanto daño han hecho a la Humanidad durante el pasado siglo–, ese lector bienintencionado que se toma la molestia de acercarse a los escritos de autores de ambas orillas para ampliar conocimientos sobre la contienda? Lo diré: puede acabar tan confuso que no sabrá discernir de qué color era el caballo blanco de Santiago. No podremos culparle: la escasa coincidencia en los análisis de uno y otro bando    no ayudan mucho. Y me ratifico en el sustantivo elegido: “bandos”. Salvando las distancias, los españoles volvemos a estar como en el 36, como en el 39, como en el 75: hacinados entre republicanos y nacionales, entre izquierdistas y derechistas, entre los nuestros y los otros, o, por rescatar a Shakespeare, entre montescos y capuletos.

Si no fuera porque el tema es serio, podría ser divertido comprobar que donde unos autores daltónicos ven “gimnasia”, otros, aquejados por una enfermedad ocular similar, ven “magnesio”.

Pero ¿cómo podemos fiarnos de historiadores que nos ofrecen visiones encontradas de un mismo suceso histórico?

José Luis Ibáñez, director de esta revista, ha escrito que, para evitar ser engañados, debemos discernir quién es historiador de verdad y quién no lo es. Pero, ay, eso no es tan fácil para personas que no somos doctos en la materia.

Decía al inicio de estas líneas que habría que abrir un debate sobre el sectarismo que lastra las obras de los historiadores. ¿De qué serviría? En realidad, qué demonios, no serviría para nada sustancial. Llevamos la tendenciosidad en nuestra genética.

Las luchas entre sectarios siempre nos dejan algún muerto. Si en la famosa obra de Shakespeare, Romeo y Julieta acaban siendo las víctimas del fanatismo que enfrenta a los Montescos y Capuletos, en ese noviazgo mal llevado entre historiadores de izquierda y de derecha la gran víctima es la verdad.

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