martes, 12 de abril de 2011

El haiku frente al poema

Daisetz T. Suzuki (1860-1966)


Cuando compré este libro la semana pasada en una librería de viejo, me aseguró el librero que se trataba de un libro mítico, un superventas de los años 60. Y yo que siempre llego tarde a todo (si es que llego), me alegro de haber tomado el tren del zen (como lector) con tan solo cincuenta años de retraso. 

El libro en cuestión, Budismo zen y psicoanálisis, de Daisetz T. Suzuki, con introducción y un estudio de mi admirado Erich Fromm, es una vieja edición del Fondo de Cultura Económica, México, 1964, que nació en un seminario sobre budismo zen y psicoanálisis celebrado en 1957 en Cuernavaca, México. Al seminario, tal como reza una nota al pie de página, acudieron "cerca de quince psiquiatras y psicólogos de México y Estados Unidos (la mayoría de ellos psicoanalistas)". 

El fragmento que ofrezco a continuación es precisamente el que abre el libro. En estas primeras páginas, D.T. Suzuki, el principal divulgador del zen en Occidente, establece las diferencias entre Oriente y Occidente a partir de un haiku de Basho (1644-1694)  y un poema de Alfred Tennyson (1809-1882). 

A los más curiosos les merecerá la pena leer este fragmento...  



1. ORIENTE Y OCCIDENTE
"Muchos grandes pensadores de Occidente, cada uno desde su propio punto de vista, han tratado este tema ya tan gastado por el tiempo", Oriente y Occidente"; pero, por lo que yo sé, ha habido un número comparativamente escaso de autores del Extremo Oriente que hayan expresado sus opiniones como orientales. Este hecho me ha llevado a escoger este tema como una especie de preliminar a lo que seguirá inmediatamente. 



Basho (1644-94), un gran poeta japonés del siglo XVII, compuso una vez un poema de diecisiete sílabas conocido como haiku o hokku. Traducido al inglés dice más o menos así: 


When I look carefully
I see the nazuma blooming
by the hedge!
 Versión japonesa:
[Yoku mireba
Nazuma hana saku
Kakine kana] 
Versión española:
Cuando miro con cuidado
¡Veo florecer la nazuna
junto al seto!
 
Es probable que Basho fuera caminando por el campo cuando observó algo junto al seto. Se acercó entonces, lo miró detenidamente, y descubrió que era nada menos que una planta silvestre, insignificante y generalmente inadvertida por los caminantes. Este es el hecho simple que el poema describe, sin que se exprese en ningún momento un sentimiento específicamente poético, a no ser quizá en las dos últimas sílabas, en japonés kana. Esta partícula, ligada con frecuencia a un nombre, un adjetivo o un adverbio, significa cierto sentimiento de admiración, elogio, tristeza o alegría, y puede vertirse en ocasiones justamente a otras lenguas mediante un signo de admiración. En este haiku todo el verso termina con este signo. 

El sentimiento que prevalece en las diecisiete, o más bien quince, sílabas y el signo de admiración al final quizá no sea comunicable para quienes no conocen el idioma japonés. Trataré de explicarlo lo mejor posible. El poeta mismo podría no estar de acuerdo con mi interpretación, pero esto no importa mucho si sabemos que cuando menos hay alguien que lo entiende lo mismo que yo.

En primer lugar, Basho era un poeta de la naturaleza, como lo son la mayoría del los poetas orientales. Aman tanto la naturaleza que se sienten uno con ella, sienten todos los latidos de las venas de la naturaleza. La mayoría de los occidentales tienden a separarse de la naturaleza. Piensan que este y el hombre nada tienen en común a no ser algunos aspectos deseables y que la naturaleza sólo existe para ser utilizada por el hombre. Pero para los orientales, la naturaleza está muy cercana. Este sentimiento por la naturaleza surge al descubrir Basho una planta nada llamativa, casi despreciable, que florecía junto al viejo seto descuidado, al lado del remoto camino campestre, tan inocentemente, tan sin pretensiones, sin desear ser advertida por nadie. Y sin embargo, cuando se la mira, ¡qué tierna, qué llena de gloria y de esplendor divinos aparece, más gloriosa que Salomón! Su humildad misma, su belleza sin ostentación, provoca la admiración sincera. El poeta puede leer en cada pétalo el más profundo misterio de la vida o del ser. Basho pudo no tener conciencia de ello, pero estoy seguro que en su corazón, en ese momento, vibraba un sentimiento parecido a lo que los cristianos llaman amor divino, que alcanza las mayores profundidades de la vida cósmica.

 Las alturas del Himalaya pueden provocar en nosotros un sentimiento de temor sublime; las olas del pacífico pueden sugerirnos algo de infinitud. Pero cuando la propia mente se abre poética, mística o religiosamente, se siente, como Basho, que en cualquier tallo de hierba silvestre hay algo que trasciende de hecho todos los sentimientos humanos venales y bajos, que nos eleva a un nivel semejante en esplendor al de la Tierra Pura. La magnitud no tiene nada que ver en estos casos. A este respecto, el poeta japonés tienen un don específico que le permite descubrir algo grande en las pequeñas cosas, algo que trasciende todas las medidas cuantitativas.

 Tal es el Oriente. Veamos ahora qué puede ofrecer Occidente en una situación semejante. Escojo a Tennyson. Puede que no sea un típico poeta occidental, que debe ser seleccionado para compararlo con el poeta del Lejano Oriente. Pero el corto poema que citamos tiene algo muy cercano al de Basho. El poeta dice así:
Flower in the crannied wall,
I pluck you out of thre crannies;-
Hold you here, root and all, in my hand. 
Little flower -but in I could understand
What you are, root and all, and all in all,
I should known what God and man is.

Versión en castellano: 

Flor en el muro agrietado,
Te arranco de las grietas;-
Te tomo, con todo y raíces, en mis manos,
Florecilla - pero si pudiera entender
Lo que eres, con todo y tus raíces, y, todo en todo,
Sabría qué es Dios y qué es el hombre.

 Hay dos puntos que quiero subrayar en estas líneas:

1. El hecho de que Tennyson arranca la flor y la sostiene en sus manos, "con todo y raíces" y la mira, quizá intensamente. Es muy probable que experimentara un sentimiento parecido al de Basho, quien descubrió una flor de nazuna en el seto, al borde del camino. Pero la diferencia entre los dos poetas es que Basho no arranca la flor. La mira simplemente. Está absorto en sus pensamientos. Siente algo en su espíritu, pero no lo expresa. Deja que un signo de admiración diga todo lo que quiere decir. Porque no tiene palabras para expresarlo; su sentimiento es demasiado pleno, demasiado profundo y no quiere conceptualizarlo.

Alfred Tennyson (1809-1882) 

 Tennyson, en cambio, es activo y analítico. Primero arranca la flor de lugar donde crece. La separa de la tierra a la que pertenece. A diferencia del poeta oriental, no deja quieta a la flor. Tiene que arrancarla de la pared agrietada, "con todo y raíces", lo que significa que la planta debe morir. No le importa, al parecer, su destino; su propia curiosidad debe quedar satisfecha. Como algunos científicos, quiere hacer la disección de la planta. Basho ni siquiera toca la nazuna, simplemente la mira, la mira con "cuidado". Eso es todo. Se mantiene inactivo, en contraste con el dinamismo de Tennyson.

Quiero subrayar este punto aquí, y puede que tenga ocasión de volver a referirme a ello. Oriente es silencioso, mientras que Occidente es elocuente. Pero el silencio oriental no significa sencillamente ser mundo, y quedarse sin palabras o sin habla. El silencio es, muchos casos, tan elocuente como las palabras. Occidente gusta del verbalismo. No sólo eso. Occidente transforma la palabra en carne y hace que está encarnación burda y voluptuosamente, en sus arte y religión.

2. ¿Qué hace después Tennyson? Mirando la flor arrancada que probablemente empieza a marchitarse, se formula interiormente la pregunta: "¿Te entiendo?" Basho no se muestra inquisitivo en absoluto. Siente que todo el misterio se revela en su humilde nazuna, el misterio que ahonda en la fuente de toda existencia. Se siente embriagado por este sentimiento y lo expresa en un grito inefable, inaudible.

A diferencia de esto, Tennyson sigue con su reflexión: "Si [el subrayado es mío] pudiera entender lo que eres, sabría qué es Dios y qué es el hombre". Su llamado al entendimiento es característicamente occidental. Basho acepta, Tennyson resiste. La individualidad de Tennyson permanece aparte de la flor, "Dios y el hombre". No se identifica ni con Dios ni con la naturaleza. Permanece siempre aparte de ellos. Su conocimiento es lo que ahora llama "científicamente objetivo". Basho es completamente "subjetivo". (Esta no es la palabra adecuada, porque siempre se opone al objeto. Mi "sujeto es lo que me gusta llamar "subjetividad absoluta".) Basho permanece en esta "subjetividad absoluta" en la cual Basho contempla la nazuna y la nazuna contempla a Basho. No hay empatía, no simpatía ni identificación.

  Basho dice: "miro con cuidado" (en japonés "yoku mireba"). Las palabras "con cuidado" implican que Basho no es ya un observador, sino que la flor ha cobrado conciencia de sí misma y se expresa silenciosamente y elocuentemente. Y esta elocuencia silenciosa o silencio elocuente por parte de la flor encuentra un eco humano en las diecisietes sílabas de Basho. Sean cuáles fueren la profundidad del sentimiento, el misterio de la expresión y aun la filosofía de "subjetividad absoluta" que ellas haya, son inteligibles para los que han experimentado realmente todo esto.

  En Tennyson, hasta donde yo puedo juzgarlo, no hay en primer lugar una profundidad de sentimiento; es todo intelecto, lo que resulta típico de la mentalidad occidental. Es un partidario de la doctrina del logos. Tiene que decir algo, tiene que abstraer o intelectualizar su experiencia concreta. Tiene que salir del campo de los sentimientos al campo del entendimiento y debe sujetar la vida y sentimiento a una serie de análisis para satisfacer el espíritu occidental de investigación.

  He seleccionado a estos dos poetas, Basho y Tennyson, como ejemplos de dos puntos de vista básicos y característicos sobre la realidad. Basho pertenece a Oriente y Tennyson a Occidente. Al compararlos descubrimos que cada uno expresa su trasfondo tradicional. Al compararlo descubrimos que cada uno expresa su trasfondo tradicional. Según esto, la mentalidad occidental es: analítica, selectivas, diferencial, inductiva, individualista, intelectual, objetiva, científica, generalizadora, conceptual, esquemática, impersonal, legalista, organizadora, impositiva, auto-afirmativa, dispuesta a imponer su voluntad sobre los demás, etc. Frente a estos rasgos occidentales los de Oriente pueden caracterizarse así: sintética, totalizadora, integradora, no selectiva, deductiva, no sistemática, dogmática, intuitiva (más bien, afectiva), no discursiva, subjetiva, espiritualmente individualista y socialmente dirigida al grupo, etc.

Para simbolizar personalmente estas características de Oriente y Occidente, debo ir a Lao-tsé (siglo IV a. c), un gran pensador de la antigua China. Lo tomo como representante de Oriente y lo que él llama las multitudes pueden representar a Occidente. Cuando digo "las multitudes" no tengo la intención de atribuir a Occidente, con un sentido peyorativo, el papel de las multitudes de Lao-tsé, tal como las describía el viejo filósofo.

Lao-tsé se retrata a sí mismo como si fuera un idiota. Parece que no supiera nada, que no le afectara nada. No sirve prácticamente para nada en este mundo utilitario. Casi es incapaz de expresión. No obstante, hay algo en él que lo convierte en algo distinto de un espécimen de simplón ignorante. Sólo exteriormente lo parece.

Occidente, en contraste con esto, tiene un par de ojos agudos, penetrantes, hundidos en las órbitas, que examinan el mundo exterior como los de un águila que se remonta a lo más alto del cielo. (De hecho, el águila es el símbolo nacional de cierta potencia nacional). Y en su nariz prominente, sus labios delgados, el conjunto de su contorno facial, todo sugiere una intelectualidad altamente desarrollada y una disposición a actuar. Esta disposición es comparable con la del león. En verdad, el león y el águila son los símbolos de Occidente.

Chuant-tzé, del siglo III a.c., relata la historia de konton (hun-tun), Caos. Sus amigos debían muchos de sus logros a Caos y querían agradecérselo. Discutieron entre sí y llegaron a una conclusión. Observaron que Caos no tenía órganos sensoriales para distinguir el mundo exterior. Un día le dieron los ojos, otro día la nariz y, en una semana, lograron transformarlo en una persona sensible como ellos. Mientras se felicitaban por su buen éxito, Caos murió.

Oriente es Caos y Occidente es el grupo de amigos agradecidos, bien intencionados, pero incapaces de distinguir claramente las cosas.

En muchos sentidos, Oriente parece ser indudablemente como tonto y estúpido, porque los orientales no son tan analíticos ni tan demostrativos y no dan tantas señas tangibles, visibles, de inteligencia. Son caóticos y aparentemente indiferentes. Pero saben que sin este carácter caótico de la inteligencia, su propia inteligencia natural no tendrá mucha utilidad para vivir juntos al modo humano. Los miembros individuales fragmentarios no pueden laborar armónica y pacíficamente juntos a no ser que estén en relación con el infinito mismo que, en realidad, subyace a cada uno de los miembros finitos. La inteligencia pertenece a la cabeza y su labor es más notable y quisiera lograr mucho, mientras que Caos permanece silencioso y tranquilo tras toda la turbulencia superficial. Su verdadera significación nunca llega a ser reconocible para todos los participantes.

El Occidente, de mentalidad científica, aplica su inteligencia a inventar todo tipo de artefactos para elevar el nivel de vida y ahorrarse lo que considera esfuerzo o trabajo desagradable o innecesario. Trata, pues, de "desarrollar" los recursos naturales a los que tiene acceso. A Oriente, por otra parte, no le importa dedicarse a un trabajo doméstico o manual de cualquier tipo; aparentemente se siente satisfecho con el estado "subdesarrollado" de la civilización. No le gusta pensar únicamente en máquinas, convertirse en esclavo de la máquina. Este amor al trabajo es quizá característico de Oriente. La historia de un agricultor, tal como la cuenta Chuang-tzé, es muy significativa y sugestiva en muchos sentidos, aunque se supone que el incidente debió tener lugar hace más de dos mil años en China".

Daisetz T. Suzuki
Fragmento del libro Budismo zen y psicoanálisis, D.T. Suzuki/Erich Fromm (Fondo de Cultura Económica, México, 1964). 


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