domingo, 13 de marzo de 2011

Los escritores y el dinero

Roberto Merino. Fuente de la imagen: Elmercurio.com


Roberto Merino es autor de este recomendable artículo, "Los escritores y la plata", en el que da cuenta de las dificultades que suelen tener los escritores (no profesionales) para compaginar la vida laboral y familiar con la literaria: escribir es, en muchos casos, una tarea vocacional con poca o ninguna remuneración. 
Además, Merino se pregunta -y se responde- si es pertinente que los artistas rehuyan la "contaminación de la compañía humana" y si el Estado debe financiar a los escritores. 
El artículo está publicado en la sección de cultura de Blogs El Mercurio.



Los escritores y la plata


 Cuando en 1922, Ezra Pound organizó la colecta Bel Esprit -destinada a conseguir dinero para que T.S. Eliot pudiera renunciar a su trabajo en el banco Lloyds-, lo hizo en el entendido de que "el capital de un escritor es el tiempo". El hecho de que Eliot haya aceptado el donativo sin abandonar su puesto en el banco, es a estas alturas sólo una anécdota, pero la observación de Pound no ha perdido su pertinencia.
En la vida de todos, llega un momento en que el tiempo se convierte en un bien de difícil acceso, traducido siempre -como señala el proverbio inglés- en dinero. En su gran mayoría, los escritores de los que tengo noticia han debido, en este sentido, hacer un doble trabajo: el que les proporciona la base de su subsistencia y el que les demandan sus proyectos literarios. Hace poco me hablaba un amigo novelista, talentoso e impetuoso en lo suyo, y por primera vez en muchos años lo noté cansado de su vida doble, acogotado con la obligación de ocupar el tiempo libre no en el esparcimiento sino en sus escritos pendientes, con el agravante de que además debía -y quería- compartirlo con su familia.
A ningún escritor puede exigírsele un comportamiento equivalente al de un monje de claustro, digamos, que dedique enteramente su tiempo a la literatura reduciendo para ello drásticamente sus necesidades y abandonando la perspectiva de una vida normal. Es un alivio saber que las personas consagradas a la literatura hacen lo mismo que todos: pololear, casarse, engendrar, tomar alcohol, decir garabatos, odiar, amar, dudar, todo esto como parte de un interminable paradigma. La gente que abandona el mundo con cualquier propósito superior da un poco de susto, de ahí que Borges haya execrado de los famosos versos de la vida retirada de Fray Luis. Muchos argumentos se dan para celebrar a aquellos -filósofos, sabios, místicos- que han rehuido la contaminación de la compañía humana, pero detrás de todos ellos resplandece en todos los casos uno muy notorio: la soberbia.
Duchamp opinaba que para un artista, lo óptimo era ganarse el sueldo en cualquier área alejada de su arte: de este modo estaría libre de cualquier compromiso estético-ideológico al momento de operar con la visualidad. Un caso opuesto sería el del gran pintor Singer Sargent, que hizo su fortuna con los retratos que les hacía a la burguesía y a la nobleza británicas. Son obras tan ejemplares que uno tiende a pensar que en ella estaba puesta toda la voluntad artística de Sargent. Falso: odiaba pintar retratos.
El problema no tiene demasiada solución. La utópica proposición de que los artistas y escritores deberían ser financiados por el Estado es monstruosa. Ya sabemos de sobra que el Estado nunca es neutro: fagocita, reclama, ordena. El mecenazgo particular es cosa de suerte nomás, pero se puede, en su persecución, terminar un poco humillado, como Darío con su famosa dedicatoria al millonario Varela.
Cuando Eliot hizo caso omiso del espíritu de Bel Esprit arriesgó su tiempo para optar por su libertad".
Roberto Merino

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