sábado, 10 de julio de 2010

El lustre de la perla (de Sarah Waters), por José Antonio GURPEGUI

José Antonio Gurpegui, crítico especializado el literatura anglosajona, nos deja en estas líneas una semblanza sobre Sarah Waters y su novela El lustre de la perla, que aconsejo vivamente. Es una novela que aúna calidad y divertimento, es clásica y moderna, es extrovertida al tiempo que intimista... En fin, una lectura gozosa para lectores sin complejos. Pero veamos qué nos cuenta Guerpegui sobre ella...
El lustre de la perla

“Verá, la ostra es un marisco rarísimo; es macho o hembra, según le da. ¡Es un auténtico hermafrodita!”. Esta biológica apreciación sobre las ostras podría interpretarse como el marco referencial para esta primera novela de Sarah Waters (aunque los lectores españoles ya conocen Falsa identidad).
 
El juego de la ambivalencia sexual, del travestismo, marcará el desarrollo argumental de la novela. Nos encontramos en la Inglaterra victoriana de finales del XIX y Nancy Astley una joven de dieciocho años trabaja en la ostrería de su padre. Siente verdadera pasión por los musicales y en uno de ellos conocerá a Miss Kitty Butler, una joven actriz que realiza su número vestida de hombre. Nancy queda prendada de ella y la protagonista y narradora pasará de ser su ayudante a convertirse en su compañera de actuación. La atracción física entre ellas palpita a lo largo de la narración, pero Miss Kitty, “superando” sus deseos, se casará con Walter, su representante.
 
Nancy inicia su particular descenso a los infiernos, que le llevará a prostituirse. El conocimiento del lado más oscuro de las perversiones le induce a pensar en los siguientes términos ante la visión de un consolador que utilizará para satisfacer los deseos de Diana Lethaby: “Quizás Eva pensó lo mismo cuando vio su primera manzana. Lo cual no le impidió conocer para qué servía la manzana...” (pág. 256). Diana es una viuda rica que se hará con los servicios de Nancy “como mi puta”. La escabrosa relación finalizará para iniciar otra con Florence Banner, con quien encontrará la felicidad.
 
El ambiente decimonónico que ilustra la novela se aprecia también en el modelo narrativo escogido por la autora. Ecos de Moll Flanders, incluso de Nana se aprecian con nitidez en cuanto a la forma; en lo referido al proceso de autodescubri- miento lésbico la referencia sería sin duda Rita Mae Brown y su Frutos de rubí, si bien la de Waters resulta muy superior a la de la americana. Tal vez sea esta impronta decimonónica la responsable de las descripciones pormenorizadas, si bien en algunos casos resultan un tanto tediosas y tal vez superfluas para más de un lector. Aunque el personaje de Nancy es el que desarrolla con mayor profundidad, me resulta más atractivo, desde el punto de vista exclusivamente literario, el de Diana Lethaby, pues su profundidad psíquica y complejidad existencial resulta arrebatadora. Para algunos lectores El lustre de la perla resultará arrebatadora y trasgresora, y sin duda banal e intrascendente para otros; como quiera que sea debe reconocerse que está escrita con la misma elegancia y precisión que ya conocemos desde Falsa identidad.

 
El lustre de la perla
 
Trad. J. Zulaika. Anagrama, 2004. 496 pags, 22 euros

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